-¡Destruyamos todo!
-¿¡Por qué!?
-¡Porque todo nos oprime!
- ¡Porque fue racista!
- ¡Por que fue creyente!
(Gritaron los ‘camaradas’)
Parece ser la premisa suficiente con la cual el ideólogo del caos logra convencer al neotalibán para ir a tumbar estatuas, asaltar negocios, dañar la propiedad pública y privada y convencerse que la historia y la sociedad deben acomodarse a sus sentimientos.
Todo esto se justifica, refuerza o acompaña, dependiendo del caso, de una narrativa irrisoria: contra el privilegio de ser blanco, por la justicia social o contra la opresión sistemática del ‘maligno’ capitalismo. La izquierda exitosamente ha capitalizado, manipulando estas ‘causas justas’, o como se quieran llamar, generando odio, división y discriminación. Les sirve ya que al señalar un ‘enemigo’ específico pueden responsabilizarlo del posible fracaso en la implementación de su agenda o simplemente de todos los males de la sociedad, como acostumbran. ¡La política del odio funciona!
Creería uno que alcanzar el maligno objetivo final de este emprendimiento ideológico-social requiere de un esfuerzo descomunal. Pero no. De hecho, es más bien sencillo. El truco es acusar a un grupo, ya sea étnico, social o económico con un crimen colectivo sin importar la inocencia o culpa específica de los individuos que lo conforman. Con esto se logra eliminar la importancia del individuo para solo clasificarlo como parte de un grupo.
¿Qué puede ser más racista que eso?
Ese mismo colectivismo ya se ha implementado numerosas veces en el pasado, pero como hoy en día jugamos a modificar, tergiversar o adaptar la historia al antojo de unos pocos que patalean y rompen, pues no se tiene muy presente. Permítanme recordarles un ejemplo de tantos, con otra situación y contexto que, preocupantemente, se asimila a lo que pasa hoy en día.
Recordemos a los ‘Kulaks’ (campesinos con cierto nivel productivo, es decir el grupo) en la Rusia Soviética, a los cuales persiguieron por el simple hecho de tener algo riqueza (el crimen colectivo), y por lo tanto se les consideraba ladrones, a todos (se elimina al individuo y se colectiviza). Esta persecución no sólo lleva al genocidio de los ‘Kulaks’ sino causó que de 3 a 5 millones de personas de origen ucraniano murieran de hambre (el resultado) según el estudio del profesor Norman Naimark de la Universidad de Stanford.
Entonces, si algo no encaja con la sociedad moderna y sus “ideales” ¿pierde su valor y relevancia? Si la historia no encaja o no gusta a una minoría ¿debe cambiarse, modificarse y adaptarse a lo que dicte la modernidad? La historia se aprende con objetividad y observando los eventos del pasado para entenderlos en su contexto histórico y así poder discernir lo bueno de lo malo y construir un mejor futuro. Cómo hacer entender a nuestros talibanes petristas que: Tumbar una estatua de un esclavista no acaba con el racismo, asaltar un negocio no soluciona la desigualdad, destruir lo público y lo privado no impulsa las ideas y que a los hechos son indiferentes a los sentimientos.
Twitter: @NicolasGomezzA