Se pone de moda quitar estatuas, construidas con distintos materiales, unas son feas otras artísticas, las hay antiguas y modernas, de dioses, guerreros, músicos, deportistas, literatos, en fin, de seres vinculados con la historia, de personas que influyeron en la vida.
En Estados Unidos exaltados bajaron la estatua del confederado general Robert Lee, símbolo de la oposición a otorgar la libertad a los esclavos, entre 1861 y 1867, derrotado en Gettisburg, cuya efigie figura en edificios, monumentos y carreteras del sur de la Unión. Ahora se abre el debate en Nueva York, por el anuncio del alcalde de revisar el significado de las estatuas y la solicitud de una concejal demócrata, de origen puertorriqueño que solicita la desaparición de la inmensa de don Cristóbal Colón, erigida desde 1892 en Columbus Circle, Manhattan, para conmemorar los cuatrocientos años de su llegada a América porque “honra a un opresor de los nativos del Caribe.”
En los países del continente existen estatuas de Colón, se ha revaluado su condición de descubridor y se prefiere utilizar la expresión de encuentro entre dos mundos a su arribo, el italiano era enigmático, persisten dudas sobre el sitio en el cual reposan sus restos, pero su travesía, los relatos de los viajes, la fundación de ciudades, lo que representó para la expansión del Cristianismo y de España no se borran quitando una estatua.
El navegante, cartógrafo, almirante y virrey de las indias occidentales, al servicio de la corona de Castilla, posiblemente no fue el primer explorador de Europa en América, sí quien trazó una ruta de ida y vuelta a través del océano atlántico, es icono mundial, Colombia se denomina así por Columbus, la Columbia Británica en Canadá y el Distrito de Columbia en Estados Unidos pusieron su nombre, cometió equivocaciones, tuvo aciertos, tratar de cubrirlo con un manto de olvido, en medio de las rencillas de los últimos días, incluyendo la de Charlottesville, donde un grupo del Ku Klux Kan retó a la población civil, a los negros, a los latinos, en absurda demostración de histerismo racial, es inconmensurable necedad.
Comparar a Colón con Hitler o Mussolini constituye un adefesio, ojalá que paren las sugerencias de tumbar estatuas, algunas evocan a seres que no son de nuestro agrado, ninguno cae bien a todos sus contemporáneos ni a sus descendientes. No estuve de acuerdo en que ucranianos derrumbaran en Rusia la de Lenin en el 2013 y en cuanto a las nuestras, algunas, por cierto de mala calidad, deben permanecer en su sitio. El enredo de las estatuas es otro capítulo de la estupidez humana y no sirve para superar el racismo.