Los tengo ante mí. Son unos escritos que ocupan varias decenas de páginas. Tratan de las cosas más difíciles de la vida, del dolor que causan, de los senderos oscuros que han tenido que recorrer quienes sufren sus consecuencias. Versan también de cómo descubrieron a Dios en medio de la oscuridad y el sufrimiento. No tienen que ver con temas sociales o políticos, sino con historias personales marcadas por rompimientos, injusticias, engaños, malas compañías, traiciones. Ahora son testimonios de fe, no para hundir a nadie, sino para sanar el alma, para perdonar, para reconstruir, para encontrar la luz propia y quizás la de los propios ofensores.
Nuestra época está atrapada por el engaño y la mentira. La vida de miles o quizás millones de personas se ha vuelto un infierno por cosas muy conocidas de todos. Por ejemplo: la infidelidad en las relaciones de amor y más concretamente en el matrimonio; el abandono de padres o madres de sus hogares, que genera soledades casi incurables en los hijos; el consumo de toda clase de sustancias que dañan la vida como el alcohol, las drogas alucinógenas; la rumba pesada; desde luego, el aborto. La vida de mucha gente se ha vuelto pedazos con los ideales de felicidad puestos en la belleza, la moda, el dinero en exceso. Y no menos ha contribuido al malestar de la sociedad la arrasante tendencia a alejar a las personas de toda práctica espiritual o religiosa, dejando vacíos muy hondos en hombres y mujeres de todas las edades y condiciones.
Infidelidad, drogas, ateísmo práctico, rumba pesada, abandono, son apenas algunas de las causas de la tristeza y el sinsentido que llevan sobre su alma infinidad de personas hoy en día. ¿Alguien no sabía esto? Todos lo sabemos. ¿Alguien duda de esto? Debe ser más honesto consigo mismo. ¿Alguien fomenta esto con sus palabras o sus hechos? Está acabando con otras personas. Por desgracia, estas cosas han sido “normalizadas” por el ambiente en que vivimos. Simplemente, se dice en la sociedad, cada uno tiene derecho a hacer lo que quiera y a ser feliz… aunque sea a costa de la felicidad ajena, de la destrucción del otro, habría que añadir.
Pues por repetitivo que parezca, el único antídoto para este desorden de cosas es insistir en la importancia del matrimonio y de la familia, de la cercanía de padres e hijos, de las costumbres sanas. No hay otro discurso posible que el que llama la atención ante la capacidad destructiva de las drogas, aunque estén legalizadas y las vendan en empaques como de navidad. Destruyen la condición humana.
Y, volviendo a los testimonios, aunque el mundo no quiera escuchar, el encuentro personal con Dios, con su hijo Jesús, con su Espíritu Santo, es lo único que le da fundamento y sentido a la existencia, no por un rato, sino para siempre. La cultura moderna montó la comedia de la vida sin Dios y estamos en las que estamos. Y a quienes fomentan todo lo destructivo conviene citarles esta frase de Jesús: “… al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgasen al cuello una piedra de molino… y lo hundiesen en lo profundo del mar”. Todo género de mal es un escándalo.