Tiempos cambiantes | El Nuevo Siglo
Domingo, 15 de Diciembre de 2019

“Reverdecer del cristianismo dará sentido a la vida”

Los obispos de la Iglesia católica han afirmado hace ya largo tiempo que no estamos en una época de cambios, sino en un cambio de época. Esto es tan cierto que es difícil encontrar hoy a alguien que pueda decir con absoluta certeza cómo será en definitiva el mundo que viene, la nueva cultura que está emergiendo y por ende las personas que habitarán el planeta de ahora en adelante.

Por ahora, además de una cierta sensación de desconcierto, existe una especie de malestar colectivo, sin que nadie, tampoco, pueda precisar cuál es la causa del mismo. Algo así como lo que dicen las señoras en sus días grises: “no me hallo”, pero en boca del universo mundo. Así, con toda seguridad, han sido los momentos que cerraron eras de la historia y abrieron nuevos tiempos.

¿Cómo será el mundo que viene? Imposible saberlo con precisión. ¿Cómo nos gustaría que fuera? Esto puede ser más abordable. En mi sentir, me gustaría que fuera un mundo con Dios y con hombre. Es decir, con ambas presencias en forma muy destacada. Quizás la presencia de Dios nunca ha estado del todo ausente, pero sería muy interesante que, por fin, los seres humanos hiciéramos de la trascendencia algo cotidiano y principio rector de nuestras vidas. No algo puramente ritual o conceptual. Sentir a Dios y con Dios tendría que ser el más grande delos pasos en la evolución de la conciencia humana.

Por otra parte, un mundo futuro en el cual el hombre -hombre y mujer- sean el eje de todo lo que se piensa y realiza. Desde siglos inmemorables los filósofos, los teólogos, los artistas, los poetas, los predicadores, no han hecho nada diferente, en el fondo, que tratar de rescatar todos los días al hombre… de sí mismo, de sus creaciones, de sus locuras, de sus borracheras existenciales. ¡Sí que siguen siendo necesarios este poco de locos en el mundo actual y futuro!

El mundo que vendrá será una ocasión única, en el caso del cristianismo, para apalancar esas dos presencias, siempre sobre la huella del Dios hecho hombre. Y podrá ser artífice de esta tarea si comprende cómo son ese hombre y esa mujer que, como desde el fondo de la historia, han comenzado a emerger en los mares del presente. Tendrá que dejar de lado la religión de los seguidores de Cristo los ropajes añejos de la historia que ya pasó y que no son sino circunstanciales. Tendrá que revestirse de toda la potencia que hay en esa Palabra de valor eterno, de toda la frescura que contiene el Espíritu de la santidad, de la hondura sin fin que contiene el pozo de la misericordia sin límites que se inauguró en el altar de la cruz. Una Palabra que contenga la verdad, un cuerpo que sea portador de Espíritu eterno, un corazón que sea hontanar de misericordia, si diáfanos y puros, han de encontrar en la única naturaleza humana de todos los tiempos, tierra propicia para reverdecer de nuevo. Si reverdece el cristianismo la vida humana volverá a tener sentido pleno.