Cuando si por azar se han vendido a un grupo, procuren quedarse vendidos y no entren en seguida a subastarse al por menor. Eso devalúa la marca y la airosa razón social de sus movimientos. Consideren que ya de suyo en esos gajes del oficio, la oferta supera a la demanda. Y para ser puntillosos es más decoroso el político que se vende y se queda vendido de una.
Si por inquina política de terceros, que la envidia nunca falta, se descubre que han incurrido en un pequeño fraude, peculado o cohecho, cosa que le puede pasar a cualquiera, no aleguen que eso ocurrió a sus espaldas. Esa coartada deja la pésima impresión de que no saben lo que están haciendo, y los lleva a minar la fe pública en sus grandes capacidades y su eficacia administrativa. Y si sus encarnizados colegas les hacen debates en el Congreso cuestionando su integridad, procuren evitar a toda costa las disculpas que conlleven el uso de esdrújulas o sobre esdrújulas tales como “pulquérrimo”, “traslúcido” “integérrimo”, o incluso otras como, “impoluto, trasparente, inmaculado”, no vaya a ser que el esfuerzo vocal les haga temblar la barbilla, que suele ser rolliza, y los televidentes lo tomen como indicio de un régimen alimenticio no demasiado espartano.
Las dietas parlamentarias dan para mucho, hágales un debate contra el canibalismo de sus colegas. Sin embargo, ¡digan algo! Un congresista demasiado silencioso, acusado de paramilitarismo, dijo que él jamás había hablado en el Congreso pero que ahora si lo haría por fuerza mayor. Y el desgraciado poco locuaz, hoy todavía preso, dejó entrever que no sabía el significado de la palabra “parlamentario”. Aprovechen esa noble profesión que tiene inmunidad del que carecen otros oficios, y que tiene la ventaja nada desdeñable de poder hablar un microsegundo antes de haber pensado.
Cuando endosen sus votos cautivos a algún familiar (por motivos del impedimento a su persona, trampas que siempre acechan en los códigos penales), hagan hincapié en los méritos y los valores que pudo haber tenido la nobleza hereditaria como sistema dinástico de gobierno. Y de su apego incondicional a la tradición de los valores de la familia.
Si por el contrario no quieren, por razones comprensibles recordar a su familia, tampoco incurran en necias simulaciones de tener cultura, pues eso se nota. Y a nadie se le puede exigir instruirse y cultivarse en una sola generación.
Conviene tener a la mano un proyecto de ley alterno en caso de que los problemas nacionales desborden su caletre. Es de buen recibo omitir temas como el del desempleo o la monótona concentración de la riqueza. O la adicción nasal de los gringos. En ese caso eche la culpa a las matas. Para parecer progresista puede proponer una ley de acercamiento más íntimo con las mascotas como la de los europeos, que tienen en vilo al mundo por lo que pueda salir del tierno cruce entre un holandés y su iguana.