Todo lo que se pueda | El Nuevo Siglo
Domingo, 13 de Enero de 2019

Fue lo que le respondí a una señora que me preguntó qué hacer con todos los refugiados venezolanos que hay en Colombia. Todo lo que se pueda, le dije. Como hay que hacerlo siempre  por la gente necesitada. Al menos eso es lo que pensamos quienes profesamos el cristianismo. Y lo que uno puede hacer no debe delegarlo. Se trata de que la suma de todos los auxilios produzca un bien cada vez más grande. Y, esto, incluso cuando pensamos que los problemas son tantos y tan grandes que todo auxilio parece ser una gota en la inmensidad del mar. Pero una ayuda bien hecha restaura la vida de alguien en pequeña o gran medida.

No hay soluciones mágicas ni totales para nada ni para nadie. Cada persona en necesidad requiere un auxilio apropiado y por eso, así sea que alguien no pueda darle la mano sino a una persona, ya se ha sembrado allí el alivio y quizás la esperanza. Y con esto quiero decir que nadie debería despreciar los efectos de practicar la solidaridad, por pequeñas que sean sus acciones o pocos sus recursos o escaso su tiempo.

En marzo del año pasado, por citar un ejemplo, la Iglesia católica abrió un comedor en la parroquia de San Victorino de Bogotá, para dar almuerzo gratis a ciudadanos venezolanos que no tienen modo de comprar un mercado o pagar un restaurante. Comenzó sirviendo 100 almuerzos diarios y terminó el año con 200 cada día. Al final del año pasado este servicio de la Iglesia había servido algo así como 48.000 platos de comida para personas con hambre. Cada almuerzo le cuesta a la Arquidiócesis $ 5.000. Para sostenerlo, las parroquias se han unido aportando dinero y voluntarios.

Este es un buen ejemplo de lo que se puede hacer en concreto ante la tragedia de personas que no tienen cómo adquirir sus alimentos. Un problema concreto se soluciona con acciones concretas y en esto, aunque algunos no lo crean, la Iglesia es pragmática y se cuida de no caer en ese vicio nacional de convertir los problemas en solo papel, foros, seminarios, palabras bonitas, eslogans y otras tonterías que distraen la atención, los recursos y las obligaciones morales.

Y en el tema de ayudar hay otro aspecto importante: lo correcto es hacerlo personalmente o, si es el caso, institucionalmente y no andar diciéndole a las personas e instituciones que hagan, mientras uno está cruzado de brazos. Que el gobierno haga, que la Iglesia, que la alcaldía, que las fundaciones, que los ricos ayuden, etc. Mala costumbre. Quizás los inclinados a dar “órdenes” de ayudar deberían comenzar su conversación diciendo que quieren ayudar y que les gustaría unirse a quienes ya lo hacen o pedir orientación para enfocar su solidaridad. El caso es hacer y sumar.

Y cuando esto sucede en verdad, nunca la humanidad ha sido derrotada y nunca han faltado ni manos ni recursos. No es sino hacer memoria del día después de las guerras o de las catástrofes naturales o de los terremotos. Siempre hay cómo y con qué. Que nadie, pues, se asuste porque Dios ha puesto en nuestro camino colombiano a miles de personas que andan buscando techo, comida, trabajo, estudio, salud. Si queremos, como parece que así es, podemos hacerlo, lo estamos haciendo y da un gusto inmenso compartir lo que tenemos, que, no nos digamos más mentiras, es más de lo que decimos. Mano al drill.