Noticia curiosa la aparición en varias ciudades de los Estados Unidos, entre ellas Nueva York, San Francisco, Los Ángeles, Cleveland, Seattle y Miami, de estatuas del candidato republicano a la presidencia Donald Trump desnudo, de tamaño real, fabricadas con ciento treinta y seis kilos de arcilla, pintura en aerosol y pinceles para moldear, cuyo autor es el artista de Las Vegas conocido como “Ginger”, experto en diseñar monstruos y casas encantadas, miembro del grupo “Indecline.”
Las esculturas han sido retiradas por las autoridades porque no hay permiso para su colocación. Mientras unas desaparecen otras se erigen en desacuerdo con el aspirante. El dirigente se niega a formular comentarios sobre la extraña propaganda, adherentes suyos afirman que el resultado no será la disminución de votos sino el aumento de los mismos y los demócratas sonríen, piensan que eso ayuda a la señora Hillary Clinton.
En internet proliferan imágenes del ensayo al cual se dio comienzo en Tijuana, frontera de México y los Estados Unidos, en abril de 2016, con un muro alusivo discrepante del propuesto para impedir la migración y señalando: “Como colectivo dedicado a luchar contra las injusticias sociales y políticas, necesitamos contraatacar con esta pieza de arte.”
Las estatuas han sido elemento constante en sociedades y culturas, las de Bogotá se encuentran deterioradas, permanecen mustias y sucias, don Marco Fidel Suarez en “Los Sueños de Luciano Pulgar” hablaba y sostenía con ellas diálogos prolongados a media noche, a los emperadores romanos les encantaban, representan a dioses, personajes vivos o fallecidos, famosas la del Coloso de Rodas, la de Zeus en Olimpia y la de la Libertad. Generalmente el objetivo es enaltecer, no denigrar. En Colombia, la de Simón Bolívar desnudo, dio mucho de qué hablar, unos la consideran excepcional y otros la critican. Queremos que se hagan realidad las tres anunciadas como memoria de paz construidas con las armas silenciadas por las Farc.
Las de Trump, menos pugnaz con la reestructuración de los cuadros de su movimiento proselitista y el reconocimiento pleno de la nacionalidad de Barack Obama, asombran por su cara amargada, los brazos cruzados, la enorme barriga y título ofensivo. Así no lo ven sus simpatizantes. La idea de introducir estatuas en la controversia política tiene de largo como de ancho, es iniciativa discutible, el mensaje está puesto, los autores del experimento esperan reacciones distintas a las de turistas tomándose fotos.
Antes la gente expresaba su descontento escribiendo ingeniosos carteles al pie de las estatuas, la de Pasquino los acumulaba, de allí el origen de la palabra “pasquín”, observaremos si el fenómeno se vuelve termómetro electoral.