Río revuelto ganancia de pescadores, sentencia que denuncia una realidad. Y ahora llega como anillo al dedo. El desorden que la campaña adelantada por los aspirantes al Congreso está causando, hace pensar que el futuro inmediato no será el más próspero. Todo lo contrario. Los arúspices pronostican que el caos tendrá mayúsculas proporciones y ese vaticinio es muy lógico, es un augurio que coincide con la estrategia de dividir al pueblo hasta reducirlo a una ínfima porción de exagerado individualismo apasionado, a tal punto que la teoría de la soberanía popular desaparece y solo reina el poder del más audaz y no del verdadero líder.
Los partidos guardan semejanza con las cuestionadas pirámides económicas. El aporte individual de los militantes termina construyendo la cúpula que se convierte en el púlpito del detentador del poder. La articulación es tan débil que, en últimas, es inútil e ineficiente, al tiempo que contribuye para que culmine imponiéndose el más hábil reclutador de ovejas que se suman a un rebaño sin saber, sinceramente, cuál es el corral que lo acogerá.
La ignorancia política de la chusma determina que el poder recaiga siempre en una ralea, clase dirigente aislada del pueblo pero aprovechada de su astucia. Esto lo pronosticó la Constitución de 1821 en su artículo 1º:“La Nación Colombiana es para siempre e irrevocablemente libre e independiente de la Monarquía española y de cualquiera otra potencia o dominación extranjera; y no es, ni será nunca, el patrimonio de ninguna familia ni persona” Esa vacuna constitucional fue inocua. La soberanía no es del pueblo, es de la “aristocracia”, de los gamonales, tinterillos y manzanillos socios de los tradicionales “jefes” políticos.
Este apretado resumen viene a cuento para diagnosticar las dolencias de la democracia colombiana, advertidas en este proceso de ahora, transcurso impulsado por un pueblo emocionado pero inconsciente. Este dictamen lo predijo Rousseau en el Contrato: “Tomando el término en el rigor de la aceptación, jamás ha existido verdadera democracia y jamás existirá. Va contra el orden natural que el mayor número gobierne y que el menor número sea gobernado”. ¿Por qué? Muy simple, porque el inconsciente colectivo es anárquico y con mayor razón cuando no se tiene conciencia de la libertad sino del libertinaje.
Para constatar lo dicho basta escuchar la propaganda individual que hacen cada uno de los aspirantes, unas cuñas que más parecen la promoción de un artículo de consumo doméstico que la propuesta de unificación de una voluntad colectiva para constituir un poder fundado en unos ideales o doctrinas. Y todo organizado clandestinamente, para resolver la competencia una vez que haya lugar a la segunda vuelta, que implica coaliciones que deben pagarse antes y después de finalizar el debate. En resumen, los partidos políticos no existen, son una mezcla de apetencias personales y el elector de eso nada entiende, obra por capricho y como víctima de sus taras políticas, pero no racionalmente.