Un Adenauer para Colombia (IV) | El Nuevo Siglo
Viernes, 12 de Marzo de 2021

Hablar de Adenauer es acudir a lo mejor de una democracia: es construir futuro sin protagonismos. Es pensar en lo justo universal. Es formar ciudadanos en la cultura areté: esto es la virtud -la fortaleza que lleva al comportamiento recto y virtuoso en la vida social- es libertad, verdad y caridad, es la responsabilidad social, es el desarrollo común. Es la expresión de lo que somos, la caracterización o redefinición de nuestra condición práctica, moral, ya sea individual o la acción política. La areté es garantía de estabilidad, tranquilidad, y prosperidad, es la paz en una nación, no alguna patología de una polis. Polis es la nación centrada en la persona humana, es proporcionar al ser humano una nueva y específica forma de vida, de una comunidad de identidad, que trasciende las posibilidades humanas y un patrimonio nativo y primordial que el hombre pueda tener, es una forma de vida, de comunidad y de identidad, constitutivamente política.         

Por esto, Maritain sostiene que “la afirmación de la persona, el reconocimiento de su naturaleza social y el rechazo de la esclavitud del hombre por el hombre son elementos esenciales de la filosofía democrática del hombre y de la sociedad, de la filosofía política humana, y la política es por excelencia una obra de civilización y de cultura que, sobre todo, procura el bien común, de tal manera que la persona concreta, no solo es una categoría de privilegiados, sino de la “masa” entera, que accede realmente a la medida de independencia que conviene a la vida civilizada, y que asegura, a la vez, las garantías económicas del trabajo y de la propiedad, de los derechos políticos, de las virtudes cívicas y de la cultura del espíritu”. Así la filosofía democrática vive del incesante trabajo de invención, de la crítica, de la reedificación y conciencia individual. Por algo, De Gásperi, Adenauer y Schumann -católicos y miembros de las democracias cristianas- son los padres de la unidad europea.

Irresponsablemente, el fundamentalismo, el racionalismo secular, el liberalismo radical, los socialistas, el alejamiento teórico y práctico de las creencias religiosas llevaron a occidente a una Cristofobia rabiosa, a la muerte de la verdad y del amor espiritual. Desconocieron la razón de ser del bien común, de la dignidad, de la verdad, de la solidaridad y la subsidiaridad.

Han tapado el sol con las manos y el orden económico capitalista perdió el toque cristiano, volvieron a una libertad sin límites, endiosando los monopolios de los más poderosos, y los más violentos y más desprovistos de conciencia son los dueños del mundo. Desconociendo la libertad moral, y los demás ni pueden opinar, en modo alguno.

Sin embargo, en procura de una justa distribución de bienes, existen los contratos de sociedad para que obreros y empleados participen, de alguna manera, de los beneficios percibidos”. Esta es la economía social de mercado: la visión cristiana del ser humano que insiste no solo en la libertad y responsabilidad de la persona, sino también en la dignidad humana. Esto es, en justicia el verdadero y eficaz principio rector del bien común.

*Fuentes: José Rodríguez Iturbe y Juan Pablo II