Los resultados electorales retrataron fielmente la precaria situación por la que atraviesa la política en Colombia y abren interrogantes e inquietudes que no encuentran por ahora respuestas ni soluciones. La multiplicidad de candidaturas alentadas por las más extrañas y muchas veces incomprensibles coaliciones, y el esfuerzo de algunos por mostrarse independientes, develaron las inconsistencias programáticas de los partidos y la incapacidad de todos, de siquiera imaginar el rumbo que señale el futuro del país.
Ese sentimiento de una nación a la deriva provocó ese aquelarre variopinto que se observa en casi todas las autoridades elegidas el pasado 27 de octubre. Si no fuera por los inmensos desafíos que enfrenta la democracia colombiana, algunos podrían entender que se trata de la antesala de soluciones creativas esperadas por los colombianos y no desorden mayúsculo por incapacidad de abordarlos y mucho más de resolverlos. Pero las amenazas a la seguridad nacional, el deterioro de la seguridad ciudadana, la incapacidad del Estado de copar el territorio, el decaimiento de las instituciones y su incapacidad en el cumplimiento de sus deberes, y la crisis social que aumenta al ritmo de la insatisfacción de las gentes, exigen el señalamiento de un rumbo que concite el apoyo nacional.
Esa tarea no se da por generación espontánea, ni se espera de colectividades políticas vacías de ideas, ni puede surgir de agendas diversas e inconexas de gobernantes locales, sino de la definición de un rumbo que convoque a las instituciones y a los diversos sectores de la vida nacional. Perdura el sentimiento de hallarnos todavía inmersos en el pretérito reciente, sin visión de futuro.
En el fondo, los resultados electorales se traducen en un llamado al gobierno para definir sus metas y desbrozar el sendero de su realización. Se debe ejecutar una agenda nueva, propia del rumbo que el gobierno pretende para Colombia, porque de ella dependerá las condiciones de la gobernabilidad que toca con partidos amenazados de extinción o, cuando menos, de irrelevancia. Si el gobierno no procede así, ahora, no podrá recoger velas cuando lo afecten las tempestades que nunca faltan.
Es el momento propicio para insuflar nuevos aires a la sociedad colombiana y no verse atrapado por omisión en las redes de indescifrables agendas de gobernantes locales, que ya empiezan su desfile por el Palacio de Nariño. El presidente Duque fue elegido con un programa de restauración y modernización para un país que aspira al crecimiento económico y social, a la conservación de un ambiente sostenible, a la reforma y fortalecimiento de las instituciones, a la calidad de la educación y de la salud y con mayores responsabilidades políticas en el hemisferio. Ha llegado la hora de ejecutarlo.