Una historia de odio y amor | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Diciembre de 2018

Es difícil entender que alguien –pensante y crítico– pueda creer en un niño nacido en una cueva: refugio de ganado, con la fetidez y los desechos respectivos, si fue hijo fuera del matrimonio. Más si no se sabe dónde vivió sus primeros treinta años; sí criticaba las autoridades legítimas de su pueblo, sí recomendaba la rebelión. Si cuando expuso su propuesta de vida sus alumnos lo dejaron solo. Si le costó la vida sugerir que era Dios: uno de sus más cercanos amigos lo entregó a sus enemigos por una manotada de monedas. Y cuando fue ejecutado, solo lo acompañaron un adolecente, su madre y dos o tres mujeres.

 Hoy, este niño sigue teniendo enemigos. Frente al clásico dilema: ¿lo bueno es admirar al cantante o a la Canción? -por errores de los cantantes- muchos solo aprecian al cantante y otros la perfección y belleza de la canción. Más cuando hay quienes, con verdades a medias, están desorientando a muchos de los creyentes con verdades a medias.  ¿Cómo olvidar que las verdades a medias vienen a ser la peor mentira y que un texto fuera de contexto es una trampa? Mientras tanto, gracias esta desorientación, estamos frente a un desastre sociopolítico y moral sin antecedentes, en un mundo que no sabe de dónde viene o para dónde va.

  Estos, y siendo que el discurso de Jesucristo no tiene pierde: Verdad, Amor infinito, paz para todos, armonía interior y social, plenitud espiritual, solidaridad, misericordia, libertad moral, desarrollo y justicia universal… ¿Qué otro maestro, profeta, líder espiritual, astrólogo, gurú es garantía de un Amor infinito y una vida lograda?

Al conocer el otro lado de la moneda encontramos que Jesús –el Salvador, el Hijo de Dios, el Verbo, la Verdad absoluta– no es un invento de fanáticos, Él fue anunciado desde el primer libro del Antiguo Testamento: no hay una página de la Biblia que no describa las razones de su apasionante discurso de vida y amor (La vida de Moisés prefigura a Jesucristo, con pelos y señales). Su discurso y su vida es la imagen del Padre Eterno, y al rebajarse como el más pobre y humilde de los humanos y haberse entregado, en calidad de esclavo, confirmó su Divinidad: su Amor misericordioso por cada uno de nosotros.

 Claro que es difícil entender la Verdad metafísica, más si la educación enseña que no hay verdades absolutas sin dar razones de este absurdo, como si nosotros, no fuéramos verdad. Es difícil abarcar plenamente a Jesús, claro, Él es Dios, y como la ciencia también es verdad: ambos son realidad. No conocer a fondo la realidad no significa que esta no existe. Sostener que todo es relativo es negar las leyes del universo –como la gravedad, la luz, el átomo– y nuestra misma existencia. Negar la verdad de Jesús es como negar la existencia de Aristóteles y Colón existieron, con la diferencia que estos ya son historia y Jesús resucitó: está vivo. Por esto San Pablo afirma: si Jesús no hubiera resucitado vana es nuestra Fe. Por esto el mundo cristiano celebra, emocionado, todos los la Navidad.