Se va el 2022 y nos deja problemas complejos por atender. El país rural sigue estando en permanente disputa; los grupos armados se enfrentan por controlar actividades ilícitas que van desde el narcotráfico, hasta la trata de personas, pasando por el contrabando y la explotación ilegal de los recursos naturales. Y aunque los armados disparan, los muertos siguen siendo civiles. Para este año, y a corte de 15 de diciembre, las cifras de Indepaz reportan 94 masacres y el asesinato de 186 líderes, liderezas y defensores de derechos humanos, y de 39 firmantes del acuerdo de paz. Esto, sin contar con el confinamiento y el desplazamiento forzado que afecta a miles de comunidades.
Cientos de miles de colombianos siguen viviendo entre el fuego cruzado de una guerra en la que nunca decidieron participar. En muchos territorios, el vacío de poder que dejaron las extintas Farc fue ocupado por grupos disidentes, por el Eln, por el Clan del Golfo y por otras organizaciones criminales. El Estado, por su parte, no ha logrado garantizar los derechos fundamentales de la población y, a pesar de los esfuerzos de las instituciones, su presencia resulta minúscula al lado del poder avasallador de estos grupos. Allí casi no hay Estado y, el poco que hay, no es ni social, ni de derecho.
Este año también nos deja un nuevo gobierno y la promesa del presidente Gustavo Petro de un cambio que haga de éste un país más democrático; con menos desigualdad, menos violencia y más oportunidades. Por el bien de todos, ojalá lo logre. Por lo pronto, la idea de una paz total que incluya la negociación con el Eln es recibida con recato, en el mejor de los casos, y con mucho escepticismo, después de siete intentos fallidos y muy pocos gestos de paz por parte de esta guerrilla. Silenciar los fusiles sería un buen comienzo y un alivio para territorios asediados por la muerte, como Buenaventura y Arauca, por mencionar algunos; sin embargo, no es suficiente y lo hemos comprobado con creces.
Este también fue el año de reconocer, por fin, después de medio siglo, que la guerra contra el narcotráfico ha sido un fracaso. ¿Cómo hacer atractiva la negociación para quienes llevan décadas beneficiándose de esta actividad, cada vez más lucrativa? La respuesta sigue estando atada al tejido social, a la organización, a la presencia institucional, a la salud, a la educación, al trabajo, a la dignificación del campo y a la creación de oportunidades.
Tal vez lo único más movilizador que el dinero de las actividades ilícitas, sea una vida llena de sentido junto a los demás, en comunidad; de ello dan fe millones de personas que nunca, ni en la peor de las circunstancias, han cedido a la tentación de la violencia. Por ellas, por su persistencia, por su resistencia y su férrea convicción sobre el infinito valor de compartir la vida, es que vale la pena volver a intentar la paz una y mil veces, y todas las que sea necesario.
@tatianaduplat