“No debe faltar el tiempo para rezar”
Llegado el tiempo de vacaciones, quien puede viajar lo hace por descanso, por cambiar de ambiente e incluso por huir del caos de las grandes ciudades, como de la invivible Bogotá. En esas temporadas de descanso corre peligro la práctica religiosa pues cuerpo, alma y espíritu suelen situarse en modo piscina, mar, playa, río, bar, discoteca, etc. Y, sin embargo, no debería ser una especie de competencia de lo religioso con lo recreativo. Si las personas se organizan cabe todo lo bueno y lo que es propio de un cristiano. Y bien vale la pena aprovechar ese estar en otros lugares, con otra gente, en otras circunstancias para comprender mejor el mundo, los otros puntos de vista, las diferentes tradiciones y costumbres, e incluso, las diversas maneras de celebrar la fe.
En la vida del católico lo primero que habría que proteger es la misa dominical, ese momento que es de Dios, para Dios y también para el bautizado. Que no falte, apenas se esté en otro lugar, la pregunta sobre el horario de misas en la iglesia más cercana. Una verdadera delicia ir a misa de pueblo, escuchar los sermones de esos lugares, ver la piedad recia y profunda de las gentes sencillas. Después un helado en la plaza del pueblo, algún dulce típico y saludar a esa media Bogotá que se fue al mismo lugar a vacacionar. Y tampoco debe faltar tiempo para rezar un poco más, estando en otro ambiente. ¿Qué tal un rato de oración en la noche en una playa? ¿O una meditación sobre el Evangelio en el campo bajo un cielo estrellado y con el coro incesante de las chicharras? Y también cabe echar en la maleta un buen libro sobre temas espirituales y en el balcón, con el mar en frente al caer la tarde, abrirlo para darse cuenta de que en realidad Dios y su obra son maravillosos. Momentos fáciles de suscitar para que todo el ser, alma y cuerpo, se restauren también en Dios.
Y como al cristiano la caridad siempre lo urge, las vacaciones también pueden ser ocasión de realizar obras de misericordia. Por ejemplo, hoy en día casi todos los pueblos tienen ancianatos que pertenecen a las alcaldías o a las parroquias o a fundaciones. Muchos trabajan con las uñas. Por qué no escaparse una tarde a saludar a los viejitos, llevarles algún regalo y quizás hacer una donación en dinero, en especie -comida, pañales, elementos de aseo personal-. Y llevar a los niños y a los jóvenes, y a los ejecutivos jóvenes que ganan mucho billete, para que se sensibilicen y aprendan a estar cerca de los más necesitados y sientan alegría de poder ayudar.
Y cualquier viajero se encontrará hoy en día en las carreteras colombianas las caravanas de caminantes venezolanos en busca de ninguna parte. Bien vale la pena llevar algunas viandas en el automóvil, parar un momento y entregárselas con una sonrisa y desearles suerte a quienes acaso han perdido hasta el sentido de la vida. En fin, ojalá las vacaciones sean también una oportunidad para crecer en gracia, en gratitud con Dios y sean oportunidad de ejercer la misericordia que es el verdadero sello de la vida cristiana.