El New York Times mencionó a Colombia en tres ocasiones durante las últimas dos semanas completas de noviembre, otorgándonos una muestra interesante de las percepciones estadounidenses de nuestro país. Primero, se refirieron a los Grammy Latinos, donde Shakira, Karol G y otros artistas colombianos dejaron en alto nuestra inmensa oferta musical y cultural. Además, se refirieron al plan de esterilización de los hipopótamos de Pablo Escobar, el último capítulo en una saga macondiana que se ha convertido en una de las principales obsesiones colombianas de la prensa extranjera.
Finalmente, el 24 de noviembre, un día después del Día de Acción de Gracias, publicaron un artículo sobre una consecuencia inesperada de la migración venezolana en Bogotá. El titular en inglés se puede traducir directamente de la siguiente manera: “El béisbol florece en la capital de Colombia, pero no por los colombianos.”
Así, la prensa estadounidense nos invita a recordar una realidad tan obvia que solemos olvidarla; a pesar de todas nuestras dificultades, Colombia hoy conserva niveles de democracia, prosperidad y libertad que en Venezuela se han vuelto inconcebibles. Según el Fondo Monetario Internacional, los ingresos per cápita de Venezuela este año son un 41% de los de Colombia, semejantes, según el Banco Mundial, a los ingresos colombianos hace cinco décadas.
En materia de corrupción, según el Índice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional, los únicos países del mundo más corruptos que Venezuela son Somalia, Siria y Sudán del Sur, mientras que la diferencia entre los puntajes de Venezuela y Colombia es casi tan grande como la diferencia entre los de Colombia y Estados Unidos.
Tampoco debemos olvidar que mientras Colombia hoy conserva una democracia competitiva donde la separación de poderes nos ha protegido de los peores excesos del poder ejecutivo, Venezuela representa la mayor tiranía de todo el hemisferio occidental. Entre los cuatro estados autoritarios de América - Venezuela, Cuba, Nicaragua y Haití- vive una población de 58 millones de personas, de las cuales 28 millones viven en Venezuela: casi la mitad, incluso después del enorme éxodo de los últimos ocho años.
Esta última diferencia es la más trágica de todas. Las democracias pueden cometer errores, pero sus poblaciones tienden a castigar a los gobernantes corruptos e incompetentes cuando los frutos amargos de sus errores son imposibles de ignorar. Así fue en Argentina, donde una población tradicionalmente peronista, azotada por la inflación y el empobrecimiento, le apostó a un cambio profundo a favor de la libertad económica. ¡Cuán distinta es la situación en Caracas donde, a pesar de la insatisfacción popular y el entusiasmo a favor de la opositora María Corina Machado, Maduro aún declara con confianza que en Venezuela “no han pasado ni pasarán!” Sin un milagro de la magnitud de la caída del Muro de Berlín, los venezolanos nunca podrán recuperar su país, como sí lo podemos recuperar los colombianos y lo lograron recuperar los argentinos.
A pesar de los últimos años, repletos de errores, turbulencia, caos e incertidumbre, no podemos olvidar que Colombia sigue siendo el mayor faro de esperanza para los millones de venezolanos que han perdido la fe en el futuro de su país. Así lo reconocen al otro lado del río Orinoco y así lo reconocen los estadounidenses que han observado nuestra situación desde afuera. Debemos interiorizar y valorar nuestras fortalezas para así lograr defenderlas.