Un cierto optimismo de origen comercial o quizás de las filosofías (¿?) de autoayuda predica que todo se puede. Que basta con tener un pensamiento positivo y las cosas sucederán tarde o temprano. La realidad funciona muy de otra manera. En verdad son infinidad los proyectos, pensamientos, deseos, planes, sueños que no pasan de ser solamente eso: proyectos, pensamientos, deseos, planes, sueños. Y esto por todo tipo de razones o aún de sinrazones. Una de las razones es que simplemente, a veces, no se puede y punto. Y quizás en algunas ocasiones la opción “no se puede” es la más recomendable y saludable, para una persona, para una comunidad, para un país. También, muchas veces, es causa de frustración, de amargura, de pesar. Pero el “no se puede” hace parte del paisaje de la vida y a nadie le debería extrañar que de cuando en cuando aparezca en la propia parcela existencial.
En la cultura actual, tan propensa a convertirlo todo en derecho, resulta muy antipático sostener la bandera del no se puede. Y es un no se puede que suele ir de la mano del no se debe (aunque se pueda). Pero una persona se forma y crece si tiene la capacidad de asumir y aceptar que no todo es posible en la vida, aunque sea deseable. El espíritu humano es insaciable y quisiera expandirse sin límites, muchas veces sin reconocer los límites naturales de la condición humana, o las circunstancias de modo, tiempo o lugar. El cuerpo, las pasiones, la inteligencia, la voluntad, suelen presentarse con alguna frecuencia como dimensiones que no quisieran encontrar talanquera para sus posibilidades de realización. Pero no todo se puede y, a veces, aunque se pueda, no se debe. Tal vez la transgresión a ese límite racional de los deseos es el que ha engendrado los problemas más graves de las personas, comenzando con Adán y Eva y el famoso árbol de la sabiduría. Y también los problemas más complejos de las sociedades que no aceptan ningún límite para sus ciudadanos o para ese engendro que es el Estado desbordado.
No son pocas las personas, y se destacan aquí mucho los niños y los jóvenes, que se enardecen cuando se encuentran en la vida con el aviso de “no se puede” y este con un fundamento racional y objetivo. Y, en parte, esto puede deberse a que los adultos no les han mostrado desde los primeros años de vida esta otra cara de la vida, la de los límites que imponen la naturaleza o las circunstancias o un tiempo determinado y también la austeridad, la carencia, la inconveniencia. También la falta de capacidades o aptitudes para algo en particular. Una buena mujer le pidió una vez a Jesús que le reservara para sus hijos, en el cielo, el puesto de la derecha y el de la izquierda, a su lado en el Reino de Dios. Palabras más, palabras menos, Jesús, con cariño le dijo: no se puede, ya están reservados. O sea, hasta en el cielo hay avisos de no se puede. Por ejemplo, no se puede entrar sin el traje fiesta adecuado que pide el Evangelio. Quizás en la tierra el atender los avisos de no se puede sea la clave para encontrar en el cielo el que diga sí se puede. Y se abran allá las puertas.