El rebrote del Covid-19 que sacude al continente europeo es una clara demonstración de la naturaleza maliciosa y mutante del virus, como de los erráticos esfuerzos de los gobiernos y de la OMS en contenerlo y lograr erradicarlo. Abrumados por el regreso de crecientes cifras de contagio, las autoridades recurrieron nuevamente a la imposición de cuarentenas, herramienta cada vez más resistida por los ciudadanos porque huérfana de pruebas que certifiquen su eficacia.
En el combate contra enfermedades infecciosas, el confinamiento general, tal como se ha venido practicando, atenta contra la triada de la medicina moderna: diagnosticar-aislar-curar. En efecto, a pesar de ser viejo instrumento utilizado al menos desde la Alta Edad Media, su uso actual viola su elemento fundamental, el aislamiento, porque mezcla enfermos con sanos, contribuyendo a la expansión del contagio. Ello explica que los países que han confinado por largo tiempo presenten el mayor número de contagios y, por ende, de decesos, provocando una sicosis colectiva replicada por la apocalíptica predicción del Colegio Imperial de Londres con su pronóstico de decenas de millones de muertos, potenciada por las redes sociales, que se extiende a manera de otro virus y dificulta la comprensión y aceptación de las medidas y políticas para enfrentar el flagelo que nos atormenta. Todo ello a pesar de la débil tasa de mortalidad del virus, que es hoy la primera comprobación confirmada.
El efecto benéfico de la cuarentena ha sido el de mejorar la dotación de la red hospitalaria para que no colapsara ante el oleaje de pacientes que amenazaba con sumergirla, alistándola ante el contagio creciente y la desbordada demanda de sus servicios. Pero sus consecuencias económicas y sociales fueron devastadoras, de consecuencias aún impredecibles, y cuya recuperación tardará quizás décadas y demandará esfuerzos y sacrificios cuantiosos e inesperados.
Ha llegado la hora de mejorar las políticas y construir mejores herramientas para vencer la pandemia. Las vacunas son aún proyectos que en el mejor de los casos no estarán disponibles antes del segundo semestre del año entrante, sin contar con las dudas sobre su eficacia, sobre los tiempos de su protección y sobre la natural preocupación que las acompañará, lo que seguramente demorará su administración a grandes sectores de la población mundial. Mientras ello ocurra, se debe procurar la reanimación de la vida social y económica, porque sin ellas es la vida misma la que se verá amenazada, con la paradoja de que el virus que nos amenaza está lejos de tener la letalidad que provocaría no saber enfrentarlo y erradicarlo.
Para lograrlo, la primera e ineludible condición es el auto cuidado ciudadano para que la ciencia médica, con sus avances y descubrimientos, y los gobiernos, con sus políticas y regulaciones, puedan tener efectos sobre la cura del padecimiento y la reactivación de la vida social y económica, indispensables a la supervivencia de la especie y de su historia. Se trata de una responsabilidad compartida a la que ninguno puede ser ajeno porque sería inferior a su destino.