Violencia lúdica y hedonista
“Especie de síntesis que aglutina las tendencias maleantes”
CUANDO se analiza con atención el fenómeno de la violencia surgen diversas hipótesis políticamente razonables para tratar de dar respuesta y prevenir su crecimiento desbordado.
Algunos, con cierta dosis de culpa diluida, hablan de causas objetivas. En tal sentido se asume que la pobreza, la marginalidad, la exclusión, etc., explican y hasta justifican el uso de la violencia como metodología política.
Pero se estrellan con una dura realidad: no todo marginado tiene por qué empuñar las armas para ser consecuente con su propia condición de sujeto vulnerable, o históricamente victimizado.
Otros se empeñan en lanzar hipótesis psiquiátricas y genéticas. Los violentos serían, así, sujetos desquiciados que estarían predispuestos a la destrucción y que, presas de su patología, no tendrían la capacidad de controlar su conducta, convirtiéndose en antisociales, en individuos que, solitaria o colectivamente, desarrollan un trastorno de personalidad irrefrenable.
Asimismo, hay quienes sostienen que el comportamiento violento no es otra cosa que el fruto de las circunstancias y que, gente de bien puede convertirse repentinamente en un engendro del mal simplemente porque el contexto les estimula y las condiciones lo permiten.
Y, sin embargo, lo que estamos observando en todo el mundo es que, asociado a lo poco o mucho de verdad que puede haber en cada una de las versiones anteriores, se abre paso una especie de síntesis que aglutina las tendencias maleantes en la era de la información: la violencia lúdica y hedonista.
Mezcla de narcisismo, nihilismo y revanchismo, los extremistas vascos de la ‘kalea borroca’, los alborotados de Miami en el 80, o de Los Ángeles en el 92, de París en el 2005, y de Bristol, Leeds y Londres hoy, comparten su desaforada violencia por placer con los guerrilleros de las Farc que lanzan sus juguetes pirotécnicos en el Cauca, los terroristas que arrojan sus bidones en Bombay en el 2008 y los criminales de Abdullah Azzam que destrozan Sharm el-Sheij en el 2005.
Placer puesto en escena, en todo caso, con una esmerada coreografía lúdica en la que se asumen roles despiadados, se transmiten mensajes ardorosos (por onda corta o los blackberry), se gana, se pierde, se reglamenta, se sanciona, se premia y se repite.
En síntesis, violencia lúdica y hedonista. Toda una refundación del acto destructivo, tal como lo reclama la era de la información. He aquí el arte dramático de los nuevos tiempos que, no por basarse en la diversión, el placer y el irrespeto por todo orden que parezca más o menos establecido, deja de ser profundamente devastador y criminal.