Será Romney
Los Estados Unidos están desalentados. Eligieron hace tres años a un presidente demócrata que prometía prosperidad y recuperar el prestigio perdido, pero no han logrado ni lo uno ni lo otro.
La estabilidad económica se logra con dinamismo empresarial, inversiones y competitividad. Y Obama inyectó fondos públicos para evitar el desastre empresarial pero no ha logrado despertar el espíritu de emprendimiento.
En cambio, Mitt Romney, quien seguramente será su oponente en las presidenciales, es un experto en recuperación y robustecimiento económico. Por ejemplo, cuando presidió la organización de los juegos olímpicos de Salt Lake City en los 90, acabó con la corrupción que identificaba a la empresa, recompuso por completo las finanzas y terminó ejecutando el mejor torneo que se haya organizado hasta ahora.
Lejos de descuidar los aspectos relacionados con la seguridad o la satisfacción ciudadana, Romney diseñó un modelo disuasivo frente a los malhechores, que dista mucho del congelamiento y la evasión de problemas que exhibe hoy la Casa Blanca frente a Siria, Irán, Venezuela o Norcorea.
Luego, como gobernador de Massachusetts, Romney resolvió los agobios presupuestales, garantizó sustancialmente el acceso a la salud, promovió una responsabilidad migratoria integral y proyectó con firmeza el perfil del Estado con una diplomacia pública basada en tradiciones abiertas a las nuevas tendencias.
Por el contrario, la administración Obama no ha avanzado significativamente en ninguno de estos puntos cruciales y su legado no parece muy estimulante, como quiera que ni siquiera ha logrado conciliar las diferencias partidistas para que el país goce de claridad presupuestal.
Sin traumatismos internos que le sirvan como excusa (atentados terroristas o desastres naturales), el gobierno demócrata se desdibuja aceleradamente en materia de opinión, pues uno de sus grandes logros, la retirada de las tropas de Irak, podría ser la debacle si el régimen terrorista iraní termina controlando al endeble gobierno chiíta.
Como no se trata de un precandidato típicamente derechista, algunos extremistas quieren caricaturizar a Romney, pero se estrellan con una línea de conducta unificadora que garantiza el éxito republicano y, de paso, el de Washington en su tarea de limitar el terrorismo en África, recuperar (nuevamente) a una Europa tambaleante, resucitar a la OEA, redemocratizar Rusia e impedirle a Irán que agreda al mundo libre.
De tal modo, cuando a fin de año Obama sea otro de los pocos presidentes que no han logrado la reelección, habrá tiempo para preguntarse cuáles serán las nuevas tendencias hemisféricas con Romney en el cargo, cómo lidiará la Casa Blanca a la dictadura chavista tras las elecciones de octubre y cuáles serán las nuevas claves del diálogo con Bogotá para luchar contra la droga y el terror sin claudicar ni en un campo ni en el otro.