Viejo, mi querido viejo | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Noviembre de 2018

Así decía la canción de Piero. “Es que creció con el siglo, con tranvía y vino tinto”. Una buena imagen para situar epocalmente a una persona. Y hace parte de los adultos mayores que llaman ahora y que están comenzando a ser mayoría en nuestra sociedad o lo van a ser, cuando dentro de poco los cincuentones nos sumemos al grupo. Y ojalá la llegada a ese equipo, por decirlo amablemente, signifique la entrada a un mundo que la humanidad atiende, cuida, valora, respeta. A los economistas no les preocupa sino el tema de cuánto le cuesta eso a la riqueza del país y lo dicen como con cara de dolor de estómago, como si ellos no fueran a envejecer. Pero es válido pensar en cómo es que se va a sostener la población mayor de una sociedad y sobre todo de una tan rara y desequilibrada en lo del vil metal, como la nuestra. Y lo cierto es que cada vez serán más visibles las canas.

Aunque parece un simple tema del Dane, el mapa de la edad de la población tiene sus consecuencias. La primera es que la gente joven va a ser destronada como centro de atención obsesiva de la sociedad. Que son el futuro, que son la esperanza, que como ellos no hay nadie, que son globales, que hablan muchos idiomas, que se merecen todo, que tienen derecho a equivocarse, etc. Pues la realidad es que a la gente joven le está apareciendo enfrente una misión en la cual quizás no ha pensado mucho: cuidar a sus viejos, ver por ellos, ser sus buenos compañeros de vida en los últimos años de existencia y también gastarse tal cual platica en su bienestar. A la gente joven a veces hay que impregnarla del verdadero sentido de la realidad y esta, entre otras cosas, implica ser soporte de quien envejece en todo sentido. Así, entonces, toda la carreta que hoy se habla acerca de los jóvenes, deberá ser transformada en discurso favorable a los viejos, los queridos viejos.

Pero más importante puede ser pensar en cómo será la vida de la gente mayor cuando sea multitud. Y no solo pensar en lo de los hospitales y los ancianatos. ¿Qué le ofrecerán como ocupación sus familias y la misma sociedad? ¿Habrá lugares diseñados para que la gente mayor pueda ir a hacer lo que ella hace y en las condiciones que mejor le convenga? El transporte, los andenes, la arquitectura, el cine, los restaurantes, los centros de recreación, las mismas iglesias, el Estado, todo tiene que hacerse una pregunta seria sobre cómo dará cabida vital a quienes en pocos años serán sus principales usuarios y receptores de sus servicios. ¿Seguirá siendo válido, por ejemplo, que los bancos no sigan prestando dinero a gente mayor de 60 o 70 años cuando la vida dura 90 o 100?

Bien vale la pena que, entre tantos foros, seminarios, maestrías, doctorados, el tema de la buena vejez sea puesto sobre la mesa para tratar de responder a la cuestión de cómo se hará para que la gente mayor pueda seguir viviendo plenamente, sin ser marginada de hecho del devenir social y sin ser vista como una carga, pues no lo es. Y tal vez una sociedad, con la gente mayor muy activa, pueda recuperar su sensatez y su sabiduría. Porque esta era yuppie tiene muchos, pero muchos vacíos.