LAS elecciones de octubre se vienen tiñendo de sangre y de un oleaje de propaganda negra que nos retrotraen varias décadas. Su multiplicación plantea nuevos retos a una democracia de por sí vulnerable por la decadencia de los partidos y la desafección ciudadana hacia la política y hacia quienes en ella participan.
La muerte acecha a los candidatos y la mentira disfrazada de verdad se asemeja al linchamiento moral con los que hoy se compite por el favor ciudadano. La suma de ellos sugiere la posibilidad de que se esté entronizando el asesinato, la intimidación y la calumnia como mecanismos de competencia electoral que afectarían la legitimidad de las elecciones y la supervivencia de la democracia. No son retos de poca monta que exigen combatirse de consuno por los partidos, la institucionalidad, los medios, los llamados formadores de opinión y la voluntad ciudadana, en vez de contribuir a exacerbarlos por el afán de prevalencia y el odio hacia los adversarios que se ha venido incubando en la política colombiana.
Los colombianos no pueden desentenderse de las amenazas que se ciernen sobre el país. La interpretación sesgada de las causas de cada amenaza o de cada asesinato solo contribuye a fortalecer una espiral de violencia en la que todos estamos llamados a sucumbir. Es aún tiempo de lograr consensos sobre la extirpación de la violencia en la política, que no se limita a la erradicación de las organizaciones armadas ilegales, sino que incluye la dignificación del ejercicio de la política como instrumento democrático para la consecución del bien común. Y lo propio se predica de la propaganda negra, que hoy ensombrece el escenario electoral.
El esfuerzo de convertir falsedades en aparentes verdades y lograr difundirlas con ese nuevo ropaje, se ha convertido en el principal ejercicio proselitista que persigue el propósito de lograr instantáneamente convertir a una persona en otra diametralmente distinta, atribuyéndole defectos que no tiene, pensamientos ajenos y propósitos falsos, fríamente creados para desprestigiar, calumniar o afectar irremediablemente a la víctima escogida.
Quizás el ejemplo más reciente y mejor logrado de propaganda negra lo constituye el informe de la Fundación Pares sobre “Mercado de Avales sobre las elecciones 2019”, en el que se hacen numerosas sindicaciones de conductas delictivas con el solo sustento probatorio de fuentes innominadas, descritas como “personas que se han negado a dar el dinero que les piden por avales”, supuestamente recogidas “por investigadores académicos y periodistas”, a sabiendas de su insuficiencia en los estrados judiciales.
Es la elevación del rumor mal intencionado a calidad de prueba, con el que se construye una versión destinada a impactar las elecciones regionales para favorecer a los de su cofradía ideológica, a la mejor manera de las dictaduras de todo cuño.