Sin lugar a dudas, la mayoría de gobiernos de izquierda en Latinoamérica, sumado a la reciente victoria del exguerrillero de Gustavo Petro en Colombia y las altas posibilidades de que Brasil vuelva a recaer en el socialismo recalcitrante de Luis Inácio la Da Silva, generan el verdadero inicio de un complejo y preocupante viraje de la política internacional en el continente, el cual, hay que decirlo, no es nuevo y ya se venía gestando y trabajando enérgicamente por parte de las dos grandes potencias globales de izquierda: China y Rusia.
Esta realidad se hizo más evidente durante la pandemia, en donde China y posteriormente Rusia, de manera rápida y eficaz aprovecharon el vacío, si se quiere, que Occidente dejó al inicio de la catástrofe sanitaria proveyendo a muchos países de la región con las vacunas contra covid-19.
No obstante el esfuerzo sanitario, la presencia de ambos países ha venido aumentando de manera diferenciada. Por un lado, China se ha enfocado más en lo económico y en infraestructura convirtiéndose en el socio principal de importantes mercados del continente como Chile, Argentina o Brasil aumentando su comercio total con la región de 18.000 millones de dólares en 2002 a 318.000 millones en 2020.
Así mismo, el gigante asiático ha logrado posicionarse también como uno de los grandes financiadores de varios países latinoamericanos, logrando ser una alternativa a la banca privada y a organismos como el Banco Mundial o el Fondo Monetario Internacional.
Lo anterior, sin contar los más de 66.000 millones dólares invertidos en proyectos de infraestructura, principalmente de energía o transporte, como lo es el megapuerto de Chancay en Perú.
Por otro lado, la presencia de Rusia se ha limitado más a la influencia militar y la cooperación en defensa de viejos y nostálgicos socios como Cuba, Venezuela o Nicaragua. Aunque sus lazos diplomáticos con otros países del continente iban mejorando antes de la guerra con Ucrania, gracias al intercambio de material militar y algunas ayudas económicas, los rusos han perdido popularidad en la región.
Lo que no quiere decir que estén del todo debilitados, es más, por el contrario, se siente que la ola socialista que ha cooptado el hemisferio les ha colaborado para enfrentar instancias internacionales y, sobre todo, en la búsqueda de legitimar su invasión. Tan es así que viejos aliados en la ONU se abstuvieron de votar cuando se buscaba condenar la guerra y, otros países, como Colombia, han comenzado a moderar su postura.
En conclusión, el viraje cada día se fortalece y aunque Rusia no logre tan buenos resultados diplomáticos y políticos, como por ejemplo, logra China en el escaso reconocimiento de Taiwán (sólo ocho países de América Latina reconocen su independencia), el hecho de que figuras como Lula o Petro tengan el poder de estratégicas naciones puede lograr recobrar su popularidad. Sobre todo si los EE.UU y Europa continúan su indiferencia con lo que en su momento, en la Guerra Fría, fue una de sus prioridades estratégicas.