A propósito de la celebración del centenario del natalicio del expresidente de la República Virgilio Barco Vargas, merecedor sin duda de los homenajes que se le han hecho por su espíritu liberal y de demócrata integral, vale la pena recordar los principales elementos de su intervención el día 15 de septiembre de 1986 en el Aula Máxima del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en el acto de consagración de colegiales.
Se trató de un discurso basado en principios, por tanto atemporal en esencia, al tiempo que pertinente para el análisis de coyunturas tan difíciles como las que le correspondió enfrentar entonces y que de diversas maneras seguimos encarando.
En dicho acto además de recordar que la “promoción de los ideales humanistas, el cultivo de la filosofía, el ejercicio de la razón y el examen de los problemas sociales a la luz del derecho” constituyen “actitudes y prácticas que han contribuido decisivamente a modelar la personalidad civilista del país”, expuso los derroteros con los que su gobierno entendía se debían buscar como tarea primordial y permanente del Estado, “el restablecimiento de la normalidad de las instituciones y de la reconciliación entre los ciudadanos”.
Afirmó que desde el momento mismo de asumir el cargo de presidente de la República, había dejado claro que “El Estado y su brazo armado deben proceder, estrictamente ceñidos a la Constitución, sometidos rígidamente a la ley, respetando los derechos que corresponden a toda persona como ser humano”.
Frente al asesinato por esos días de dos parlamentarios y varios militantes de la Unión Patriótica, recientemente incorporada a la actividad política, recordó que dicho partido tenía “iguales derechos e iguales deberes que el partido Conservador y el partido Liberal, cuya historia se confunde con la de la Nación”. Así como que “El Gobierno no puede mirar con indiferencia los diarios atentados contra la vida de los ciudadanos y contra las instituciones”. Y que los partidos como instituciones sociales, tuteladas por la ley, cumplen una función primordial en la vida política del país, al canalizar la opinión y expresar “las diferentes aspiraciones de los ciudadanos para la organización del Estado”.
Precisó, en ese sentido, que sin distingos deben ser protegidos pues “Todos los partidos, bien sea que apoyen al Gobierno o se opongan a él, deben hacerlo dentro de la ley y buscando el desarrollo y la consolidación de las instituciones sociales y políticas”. Y que “Este es el sentido de la democracia, que se fortalece con el pluralismo y se debilita y desaparece cuando los países se encaminan a cualquier clase de despotismo”.
Hizo énfasis en que “La discrepancia, el pluralismo, la existencia de alternativas diferentes para encaminar la vida de los pueblos, son el producto de la cultura política”. Por eso reclamaba la colaboración de toda la sociedad, y principalmente de la academia, para que contribuyera “a profundizar y a extender la educación y la cultura cívica y política de los ciudadanos “, y a ayudar a comprender mejor “el sentido de la democracia, cuyos beneficios deben ser ampliados y enriquecidos en su contenido”.
Pero por supuesto no fue solo en dicho discurso en el que esta visión de respeto a la vida, al pluralismo y a las libertades ciudadanas pudo verse plasmada durante su mandato, baste recordar, por ejemplo, los trabajos de la Comisión presidencial para la reforma de la administración pública del Estado colombiano que el expresidente Barco convocó e inspiró, los cuales aportaron invaluables insumos y elementos de análisis para los debates de la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, y para el entendimiento de la Constitución como un pacto de paz y civilidad, del que todos los habitantes debemos ser garantes, gestores y protagonistas, a comenzar por los jóvenes a quienes en el acto aquí referido el entonces presidente hacía un directo llamado, el cual sigue vigente para toda la sociedad. @wzcsg