Creo que todos los seres humanos estamos hoy agobiados por todo lo que vemos, escuchamos, sentimos. Es como si estuviéramos metidos en una centrífuga que no se detiene y que amenaza con desintegrarnos. Nos preguntamos con frecuencia si lo que creemos es suficientemente sólido como para conservarlo en la vida actual. Pero también nos cuestionamos una y mil veces por lo que nos propone la vida llamada moderna porque por momentos no acaba de demostrar su propia estructura como fuerte y duradera. De esta situación de incertidumbre quizás ha surgido ese estado como nervioso e inquieto en que vivimos la mayoría de seres humanos.
Vivir con convicción, o con fe, diríamos los creyentes es una respuesta válida a este momento de la historia. Tener razonadas convicciones, una fe fundamentada y vivida, un proyecto de vida fundado en lo anterior ayuda enormemente a direccionar la existencia. Esto no quiere decir que no seguirán presentándose inquietudes y dudas. Las habrá y de tamaño grande. Pero creer y estar convencido equivale a tener un norte definido, lo mismo que las herramientas para el camino. Es como un antídoto también para que la vida no esté sujeta cada día a cualquier viento de doctrina, como habla Pablo de Tarso. El mundo moderno, al menos en algunos ambientes, sufre como de una alergia a toda creencia permanente y fundada y nos prefiere gelatinosos y siempre maleables. Esto no siempre deriva en buena situación para la vida humana.
Cada día se impone la tarea de hacer una buena combinación entre lo que creemos, lo que es para nosotros convicción y las novedades del tiempo en que vivimos, muchas de las cuales son maravillosas y deslumbrantes. Ambos aspectos hay que trabajarlos para ser personas integradas, sólidas, firmes en los pasos de la vida. Auscultar permanentemente lo que creemos, encontrar sus raíces más profundas, hacer cada vez más claras las propias convicciones, es tener ruta de viaje. Asimilar lo bueno que nos va proponiendo la vida de esta época en concreto rejuvenece lo que creemos y de lo cual estamos convencidos.
Sin embargo, vivir con fe y convicción requiere hoy de no poca entereza y valentía. El ambiente, los medios, los discursos, los proyectos sociales son bastante corrosivos y escépticos y preferirían una humanidad sin rumbo fijo. Tener fe es situarse firmemente en la vida, cuando nos quisieran ver como simples veletas movidas en cualquier dirección. Con toda seguridad quien cree logra recoger a lo largo de su vida unos frutos generosos que le dan la sensación de que valió la pena el camino de la vida. No tener ninguna fe, no creer en nada, no estar convencido de cosa alguna, es una arriesgada posición que puede terminar en cualquier cosa, casi siempre dolorosa, solitaria, insípida. Desde luego fe y convicción requieren ejercitar permanentemente la mente, el espíritu, los sentimientos, la razón, la capacidad de preguntarse y de construir respuestas válidas. Prácticamente lo único que le pedía Jesús a quienes lo buscaban era la fe. A partir de la respuesta positiva todo se daba.