Voces de mujer | El Nuevo Siglo
Lunes, 8 de Marzo de 2021

Doris ha consagrado su existencia a demostrar que su hijo no era un guerrillero dado de baja. Jineth ha dedicado su vida, su razón y su corazón al empeño de denunciar y prevenir la violencia sexual y el horror que ella misma padeció. Natalia sobrevivió al ataque de un hombre que la desfiguró al lanzarle ácido sulfúrico, desde entonces lucha para que estas atrocidades no vuelvan a suceder. Claudia Yurley trabaja, desde que se despierta hasta que se acuesta, rescatando víctimas del delito de trata y explotación sexual. Las voces de estas mujeres suenan fuerte y estremecen hasta al más aletargado; son sobrevivientes, resistentes, resilientes, insistentes y persistentes.

Rosa Elvira en cambio no sobrevivió; un compañero de estudios la violó, la empaló y la asesinó. La voz de Juana tampoco se oirá otra vez, hablar fuerte y defender el medio ambiente le costó un balazo en la cabeza. ¿Y Yuliana? No, ella no volverá a cantar rondas nunca más; fue torturada, violada y asesinada por un hombre inmensamente poderoso. Igual ocurrió con Karina, María del Pilar, Maritza, Sonia, Gloria, Carlota, Yanet, Emilsen, Yoryanis, Luz Herminia, Alicia y tantas más. La lista podría remontarse en el tiempo y agotar los nombres de mujer, en todas las situaciones y condiciones. El silencio de sus voces acalladas hace eco de tantas otras mudas, enmudecidas, y retumba en la consciencia de este país que se niega a oír a sus muertos.

Así como las víctimas, la lista de las violencias es larga, larguísima. Contra las mujeres, el uso abusivo del poder es capaz de adquirir las formas más variadas. En Colombia la vida cotidiana está llena de mujeres golpeadas, torturadas, violadas, aisladas, amenazadas, controladas, celadas, acosadas, menospreciadas, ignoradas, engañadas y utilizadas. Aunque están vivas, estas voces también son silenciadas y enmudecen; por miedo, por vergüenza o incluso, a veces, porque no saben que pueden sonar, contar y denunciar.

Algunas de estas agresiones son más soterradas que otras, pero todas se hacen evidentes en el momento en que causan una lesión física o emocional. Entonces el rosado deja de ser solo un color, los chistes ya no son inocentes, las palabras en la calle no son simples piropos y las opiniones sobre los cuerpos, la sexualidad y la maternidad dejan de ser inofensivas. Detrás están las etiquetas, los estereotipos y los prejuicios que constriñen. Todo es político. Cuando se es capaz de nombrar esta forma sutil de violencia, la voz se vuelve consciencia.

Otros atropellos son definitivamente invisibles. Se esconden tras la costumbre que descarga en las mujeres el peso y el costo de cuidar a los demás y tras la discriminación laboral, la desigualdad salarial y la dependencia económica. Son violencias que se agazapan detrás de la pobreza y amordazan a millones de mujeres. Su grito, el de ellas, se ahoga en el vacío y su voz sale como una hilacha que apenas logra remendar la tristeza de estar vivas. Ese silencio no suena ni resuena. Ese silencio es la soledad, es el olvido.

@tatianaduplat