La educación pública, la universidad pública, es por ahora el grito que llena calles y plazas del país. Pero no son los únicos actores de la educación. Lo es también la llamada privada. Y lo es con altísimos niveles de desarrollo en calidad y cobertura, sin los cuales el balance final de la educación en Colombia sería terriblemente preocupante.
Por estar siempre ocupados en ver lo malo de todo, por mirar al que se sitúa en otro sector con sospecha y desprecio, nos ha hecho falta hacer el elogio de los muchísimos aportes de la educación privada al desarrollo de personas concretas y también de la nación colombiana. Y se trataría de loar a las personas que están al frente de la educación privada y a las instituciones por ellas regentadas. Son en buena parte responsables del desarrollo real de Colombia, de la estabilidad y de haber llevado a miles de personas a los verdaderos horizontes del siglo que estamos viviendo.
En la educación que no es del Estado hay de todo, pero en general es un sector tremendamente responsable con su misión. Y lo es en medio de un ambiente cultural que no siempre es capaz de apreciar en toda su profundidad lo que puede la educación. La educación privada no se detiene casi nunca y estos días de cada año trabajando duro y parejo van sumando millones de logros positivos. La casi totalidad de las familias que tienen a sus hijos en instituciones privadas saben que están en buenas manos, en ambientes generalmente sanos y tranquilos, en compañía de personas de respeto. Y no dejemos de mencionar otro elemento que suma con importancia en estos tiempos: en muchos colegios y universidades privadas hay formación religiosa hecha con altura, seriedad y profundidad, para atender integralmente a niños y jóvenes.
No sabemos en qué momento se estableció una distancia tan grande entre la educación pública y privada, pero eso no es sano. Es la misma tarea, son las mismas generaciones en sus manos, son los niños y niñas y jóvenes de nuestro país. La tarea es hecha por los mismos profesores. Las materias que se enseñan son prácticamente las mismas. En la búsqueda de la excelencia y buen funcionamiento de la educación pública es de sabios mirar cómo hace su trabajo la educación privada que, además, estaría dichosa de compartir sus saberes, su experiencia, sus logros con todo el que los quiera conocer. Pero lo que no es sano es pretender situar a las dos esferas, la pública y la privada, como rivales a muerte.
Si la educación fuera como una bicicleta, cada una representaría un pedal y lo mejor es que ambos funcionen bien. Deber ser posible, es lo mejor que podría pasar y que ojalá suceda. Y en algo debe haber un acuerdo sin lugar a discusión: en ningún caso alumnos y profesores deben ser instrumento de nadie para lograr fines diferentes a los que son propios de la educación. Instrumentalizar es atropellar derechos. La próxima marcha debería ser la del encuentro entre los actores de la educación pública y la privada para sentirse parte de un solo cuerpo que es la nación colombiana. Unidos tienen una potencia infinita. Separados se convierten en marionetas de las famosas “fuerzas oscuras”.