Como la infraestructura cultural de Bogotá es tan precaria, cuando el Auditorio León de Greiff de la Universidad Nacional cerró puertas para iniciar obras de remodelación, que se extendieron por cuatro años, Bogotá, quién lo creyera, se quedó sin auditorio. Porque si se hace de lado el de la Biblioteca Luis Ángel Arango, que es un recinto para música de cámara, aquí no hay auditorios en el sentido profesional de la palabra.
La obra de Eugenia de Cardozo
De los auditorios de Colombia, no hay que llamarse a mentiras, como obra arquitectónica y epicentro cultural, es el mejor. Eugenia de Cardozo, la arquitecta que lo diseñó en 1974, desplegó su creatividad a niveles tan altos que al año siguiente fue galardonada con el Premio Nacional de Arquitectura.
La sobriedad del exterior encuentra su sosía en el interior de planta pentagonal, donde para nadie pasa inadvertido el imaginativo trabajo del cielo raso en madera, cuya logradísima estética es uno de los elementos fundamentales de su buena acústica. Llegará el día en que se lo dote de lo que carece: un órgano de tubos, para poder proclamar que se trata de un edificio de rango internacional.
En mora está el país de instalar el nombre de Eugenia Mantilla de Cardozo en el parnaso de los grandes arquitectos de Colombia y reconocer su nombre en la élite de grandes mujeres de la arquitectura.
No está de más decir que, desde 1976, honra la memoria de León de Greiff, hermano de Otto el musicólogo, porque para el poeta la música era una de las fortalezas de su cultura enciclopédica, presente en el ritmo de su obra literaria y en múltiples alusiones a ella.
El auditorio es la prueba del talento de una arquitecta y perpetúa la memoria del melómano poeta.
De cal y de arena
Como epicentro de cultura, el León de Greiff las ha tenido de cal y de arena.
Porque el 4 de abril de 1973, por ejemplo, los estudiantes sabotearon con amenazas que acompañaron con el estallido de una granada la presentación del gran violoncellista ruso Mstislav Rostropovich, oportunidad única de apreciar el arte de los uno de los más grandes artistas del s. XX que nunca regresó al país.
Bueno, también fue escenario, en noviembre de 1993, cuando Antanas Mokus, entonces rector, para acallar protestas de los estudiantes, se bajó los pantalones y exhibió su intimidad hasta donde dice Zalamea hermanos.
Las mejores páginas musicales del auditorio han sido escritas por la Filarmónica de Bogotá, que hizo del recinto su sede eternamente provisional. Son historias que corren paralelas. Porque así parezca un episodio más de la inercia de los alcaldes de Bogotá, la Filarmónica no tiene sede propia, asunto no ha formado parte de la preocupación de los burgomaestres, desde la alcaldía de Virgilio Barco…
Allí la Filarmónica protagonizó el milagro de democratizar la bien o mal llamada música clásica. Durante los años 70 empezó a educar al público en conciertos didácticos, llamados foros, donde los musicólogos, sus directores y músicos revelaban al final de la tarde de los jueves los secretos y misterios del arte musical: la arquitectura fresca, moderna y luminosa del interior del auditorio era una inspiración para esas experiencias irrepetibles que marcaron para siempre a toda una generación. Bueno, en ocasiones los estudiantes, como ocurrió el 15 de febrero de 1979 los estudiantes interrumpieron el adagio de un concierto de Antonio Vivaldi, que dirigía Carlos Villa para vociferar: ¡El día del aniversario de la muerte de Camilo Torres Restrepo, no hay concierto!, y todo el mundo, como cuando Rostropovich, con los crespos hechos, para la casa.
El fruto del trabajo de años de la orquesta en el León de Greiff se vino a recoger a inicios de la década del 80, cuando sus presentaciones, los sábados a las 4 de la tarde, se volvieron actos multitudinarios, las 1650 localidades del recinto fueron insuficientes para los espectadores que exigían ser recibidos y terminaban instalados en las escaleras, el borde del escenario o los altos de la gradería, disfrutando esa experiencia en silencio. Porque ya la orquesta se había encargado hasta de enseñar el momento para expresar su aplauso.
Noche reinaugural
Para volver a entregarle a la ciudad su auditorio, la Universidad programó, el pasado jueves 23 de noviembre, 7:30 pm, la presentación del oratorio, porque todo parece indicar que lo es, La resurrección de la Fe del compositor colombiano, afincado en París, Juan Pablo Carreño.
Evidentemente quería la universidad hacer del concierto algo inolvidable.
Presente en el escenario la Filarmónica, por derecho propio, en su regreso a su eterna sede provisional.
La composición de Carreño toma, o tomó, como punto de partida su anterior composición Misa por la reconciliación estrenada con muchísimo éxito en la Catedral Primada en octubre de 2019.
Lo oído la noche del jueves, tras el inevitable rosario de discursos e himnos, que tanto gustan en Colombia para enaltecer estos conciertos, dejó el sinsabor de que la formidable obra de Carreño no ganó mucho en su nueva versión.
Es verdad que no fue una buena decisión la utilización de prácticamente la mitad del aforo del recinto para instalar el colosal coro que debía hacer contrapartida al, también numeroso del escenario, detrás de la orquesta. Porque la acústica, se sabe, juega malas pasadas y pasó lo que tenía que pasar, que el sonido del coro del escenario llegaba al auditorio, pero el del instalado en las graderías se esfumaba como por arte de magia. Tampoco ayudaron las innecesarias entradas y salidas del coro infantil, cuyo trabajo tampoco llegó al público.
En cuanto a coros y solistas, el sencillo ejercicio de no seguir la proyección de los subtítulos, puso en evidencia su deficiente, por no decir que nula vocalización y dicción, con la obvia consecuencia: nada se entendía.
Desde la estructura, si es que de un oratorio se trata, los pasajes gesticulantes de la multitud -secuela de la pasión de Penderecki, sin duda- se extendieron más de lo necesario; igual con esa decisión de cantar el Gloria, señal inequívoca de que el oratorio estaba llegando a su culminación, cosa no ocurrió. En fin, tratándose de una composición que hunde sus raíces en una creación formidable, el asunto habrá de meditarlo Carreño.
Cauda a la restauración
Si parte del secreto de una restauración está en regresar las cosas a como estaban en los primeros años, aparentemente quien la hizo no se informó lo suficiente, porque resolvió optar por tonalidades oscuras en las maderas, que no corresponden a los tonos del edificio original; doy testimonio de ello. El Auditorio perdió su luminosidad alegre y esa claridad que imperaba en el espacio a favor de una nueva atmósfera severa. No en vano lo que hizo Cardozo en su momento fue acertar creando un espacio inspirador para la juventud universitaria.
En cuanto a reemplazar el color y material originales de la tapicería, ya se verá qué pasa con el tiempo. Porque la tapicería original duró décadas.
En todo caso, lo dicho: bienvenido el León de Greiff en su regreso a Bogotá y bienvenida la Filarmónica a su casa.