Lusimar Asprilla se denomina afrobogotana, una esencia territorial adquirida al nacer en la capital del país, ciudad en donde se ha formado académicamente y en donde ha aprendido a apasionarse por los espacios culturales y de intercambio de saberes. Ella es una Internacionalista, especializada en Cooperación Internacional y Gestión de proyectos de Desarrollo. Actualmente es candidata a magíster en DDHH de la Universidad de La Rioja, en España, y hace parte de un grupo de liderazgos étnicos que se forma en la escuela de alta gerencia de Manos Visibles.
“Quienes nacimos aquí, desde nuestra infancia vivimos el racismo fruto de las heridas coloniales que aún persisten en el entorno laboral, en la escuela, en las instituciones que no permiten que todas las personas puedan vivir con dignidad y que no reconozcamos nuestra humanidad desde nuestras diferencias", le dijo a EL NUEVO SIGLO Lusimar, quien señala la ausencia de referentes étnicos en los museos y en los centros de memoria, especialmente en Bogotá.
Ausencia de referentes
“Mis padres me llevaban a visitar casas culturales, lugares de memoria, festivales, ferias de las comunidades y pueblos étnicos en los diferentes barrios de Bogotá. Por eso, cuando iba a un museo, lo primero que buscaba era la representación de la diversidad étnica de nuestro país en sus piezas, exposiciones artísticas y narrativas, pero no la encontraba”, señala esta mujer, que ha trabajado en la búsqueda y la construcción de una memoria colectiva nacional.
Pero para ella, haber crecido con su familia en Bogotá no la ha librado del horror de la guerra. "Cuando pasábamos vacaciones en Tagachí, Chocó –pueblo natal de mi padre–, en una de ellas fuimos a celebrar sus 20 años de matrimonio y en medio de la misa sentimos la explosión de un bote bomba que ubicaron en el muelle al frente de la iglesia; murieron dos soldados que custodiaban el lugar y casi todo el pueblo salió desplazado hacia Quibdó”.
Por eso, cuando hizo parte del proyecto Museo Afro de Colombia y ante la evidencia de muchas casas de cultura y de centros de memoria de comunidades afros que debieron cerrar, sintió la necesidad de trabajar en la implementación de políticas para que estos espacios con narrativas propias, donde convergen saberes y procesos de resistencia, sean sostenibles en el tiempo y puedan ser herramientas de formación para las diferentes generaciones.
Memoria legal
“Cuando fui asistente de investigación en el proyecto Museo Afro de Colombia pude evidenciar el trabajo que hacen muchos museos comunitarios autogestionados y laboratorios autoconstruidos por las comunidades negras, como el Museo Gastronómico, el Centro de Memoria, Documentación y Materialidades Afrodiásporicas y la Casa Museo Simankongo”, señala Lusimar Asprilla, quien también hizo parte de la Comisión de la Verdad.
“En este proceso fui testigo de cómo esa construcción colectiva llevó a que en el informe histórico de la Comisión de la Verdad, con su capítulo étnico “Resistir no es Aguantar”, se reconociera el hallazgo del racismo estructural y el trato colonial heredado de siglos pasados, que en Colombia profundizó la violencia y la deshumanización de los pueblos y territorios étnicos. Este hallazgo es una base fundamental, de vital importancia para las providencias que está esperando el país en materia de justicia, reparación y no repetición”, dice Asprilla.
Lusimar insiste en su tema de los museos y cita el ejemplo de organizaciones enfocadas en memoria histórica en Colombia que sí funcionan: el Museo Itinerante de la Memoria y la Identidad de los Montes de María (MIM) cuya narrativa, museografía y programas fueron construidos por el Colectivo Montes de María 21 y la Asociación de Mujeres Tejiendo Sueños y Sabores de Paz de Mampuján, que a través de una batalla jurídica lograron que una sentencia de Justicia y Paz ordenara la reparación con la creación del Museo de Arte y Cultura de Mampuján.