Thomas Gaynor se impuso en la Catedral | El Nuevo Siglo
Lunes, 26 de Febrero de 2018
Emilio Sanmiguel
Atronador y merecido aplauso al neozelandés quien, fuera de programa, tocó la Danza macabra de Saint-Saëns, con la que se metamorfoseó en un virtuoso de primera línea.

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Tarde que temprano, esto tenía que ocurrir. Ocurrió la tarde del pasado 17 de febrero con el undécimo de los recitales del ciclo Bach en Bogotá en la presentación del organista neozelandés Thomas Gaynor.

Por una parte el artista se impuso con categoría. También el público; que demostró que la experiencia precedente de once recitales no ha sido en vano y que el trabajo de los once organistas que mes a mes han venido interpretando la compleja obra de Bach para el instrumento ha cumplido a cabalidad su cometido.

Se trata de lo siguiente: la casi totalidad del repertorio que, aquí en Bogotá y en el resto del mundo, conforma la programación habitual de las salas de concierto está concebido para una suerte de deleite y satisfacción de los espectadores que, es muy diferente de lo que busca la mayor parte de la obra de Bach para órgano, especialmente sus Preludios corales.

Porque en el sentido más profundo de la palabra es música religiosa. Concebida para llevar a la comunidad de las iglesias luteranas de tiempos de Bach a una profunda reflexión alrededor de los textos de los Corales que luego esa misma comunidad cantaba. Y ese tipo de reflexión, desde luego, no buscaba despertar emociones que eran, y son, casi la razón de ser de la música de concierto. De manera que tocar la obra de Bach dentro del ritual del concierto es una labor ardua para quienes la interpretan y también para los oyentes.

Claro está que hacerlo al interior de las iglesias, que facilitan esa atmósfera mística y también acústica, ayuda, y mucho. Para no seguir dándole rodeos al asunto, Thomas Gaynor tuvo que enfrentar un programa de particular austeridad, porque contenía, justamente una selección muy nutrida de Preludios corales y a lo sumo un par de oportunidades para el lucimiento más «exterior», si es que cabe la palabra.

Abrió con Komm, Gott Schöpfer, heiliger Geist, BWV 667, nº 17 de los Corales de Leipzig, que siguiendo una postura muy ética trabajó apenas en uno de los manuales del instrumento de la Catedral Primada. Enseguida, también con una «registración» sencilla el Preludio y Fuga en Re menor, BWV 530 y enseguida, ya en 2 manuales, de la colección de Corales diversos, Wo sol lich fliehen hin, BWV 694.

Primera pausa a la tónica de austeridad con el Concierto en Do mayor, BWV 595, transcripción del original de su patrono en Weimar, el príncipe músico Johann Ernst de Sajonia, oportunidad que el neozelandés no desperdició, hasta donde eso era posible,  con una lograda interpretación.

Acto seguido una serie de 5 Preludios corales, nº 33 a 37 del Orgelbüchlein; los tocó con profundidad, incluso no dejó pasar por alto las oportunidades que brinda Liebster Jesu, wir sind hier, BWV 633 en lo que atañe a permitir usar más de uno de los manuales y el pedalero.

Nueva isla en la tónica de austeridad -que no demerita en lo más mínimo la calidad misma, ni de la música ni de la interpretación- con la Fuga en Sol menor. BWV 578 donde pudo permitirse desplegar un sugestivo colorido en 2 manuales muy contrastados e inmediatamente el Trío en Re menor, BWV 583.

El siguiente capítulo trajo 3 Preludios corales, BWV 717, 711 y 715 del grupo de Corales diversos, el primero de ellos resuelto de manera atinadamente brillante.

El final del concierto fue de otro talante. Primero la Partita sobre Christ, der du bist der helle Tag, BWV 766; aquí Gaynor optó por trabajar las variaciones en registros no muy lejanos, seguramente porque buscaba unidad en la variedad, salvo en el la última. Enseguida una versión inteligente de la Fuga en Do menor, BWV 575 y para cerrar, por fin, una obra que le permitió desplegar de manera más evidente su talento, pues la manera como resolvió el Preludio y Fuga en Fa mayor, BWV 534 estuvo exactamente a la altura de una partitura que es ambiciosa en sus contenidos y sonoridad.

Claro, ante la emoción que en el público suscitó la obra, el aplauso fue atronador, y de paso merecido. El neozelandés, fuera de programa, se hizo cargo de la revancha y tocó la transcripción de Liszt sobre la Danza macabra de Saint-Saëns. El organista austero de los Preludios bachianos se metamorfoseó en un virtuoso de primera línea, un auténtico diablo en el pedalero y con agilidad felina que parecía derivarse de la danza misma usó a tope los 4 manuales del instrumento y en un par de pasajes su mano derecha ¡tocó al mismo tiempo en dos de ellos!

El danés Daniel Bruun es el encargado de escribir el duodécimo de esta aventura organística, el próximo sábado 10 de marzo.