* Preservar la elección popular de alcaldes
* La calentura no está en las sábanas
Ante las voces en auge que comienzan a proponer la eliminación o modificación de la elección popular de alcaldes, el país desde luego pondrá los puntos sobre las ies. Tal vez ese gran logro de que los mandatarios locales y regionales pudieran ser elegidos directamente por el pueblo y no por los conciliábulos ha sido uno de los grandes triunfos de la democracia colombiana contemporánea. Fue precisamente esa creación de Derecho Constitucional a partir de darle cabida a las bases la que le permitió al país oxigenarse y generar nuevos liderazgos.
Todo el mundo sabe quien fue el creador y organizador de la idea, quien siempre sostuvo que había que meterle democracia al pueblo. Y que sólo así, ciertamente, el país podía salir adelante en su heterogeneidad y, por igual, iba a lograrse el interés del ciudadano por su entorno y la mejora de sus condiciones inmediatas. Vale hoy, cuando se aproximan las justas electorales, defender con ahínco esa idea cuando se pretenden regresiones a épocas por fin superadas.
La elección popular de alcaldes ha sido exitosa en todas las líneas. Es posible, claro, decantar el proyecto y no sería descartable modificar los elementos y procedimientos de control en cabeza de Personerías y Contralorías locales, elegidas por los concejales, que es lo que de alguna manera sigue desconfigurando los propósitos de hacer administraciones ágiles y directas. Es decir, que hay que romper la coyunda dentro de los organismos de control, para que este pueda ser ejercido libre de los influjos políticos y mediatistas interesados. Eso no significa, en absoluto, que para lograrlo tenga que tocarse la elección popular de alcaldes en sí misma, reduciéndola a determinados municipios o limitándola en sus proyecciones.
Si bien es cierto, de alguna manera, que las alcaldías han sido coto de caza de políticos corruptos, guerrilleros, narcotraficantes y paramilitares, no significa ello en modo alguno que la figura sea nociva por sí misma. Lo que es nocivo es, precisamente, que esos factores irregulares, en cualquier caso, no sólo el regional y local, sigan preponderando en la política nacional.
Por el contrario, haber logrado la elección popular de alcaldes y luego en la Constituyente la de los gobernadores, permitió que la democracia se defendiera de los embates terroristas. No en todas partes, por supuesto, ha sido así, pero de forma general la oxigenación democrática en las diferentes ciudades y pueblos es lo que ha favorecido paulatinamente que cada localidad encuentre su identidad y las mejores formulaciones de progreso. Era verdaderamente lamentable observar antes cómo desde las capitales departamentales se nombraban por los gobernadores los alcaldes, que casi nunca iban a los pueblos y apenas hacían visitas de trámite. De resto solamente servían de jefes de debates electorales para sacar avante curules de Cámara o Senado y luego aglutinarse en torno de cualquier candidato a la Presidencia de la República, pero nunca alrededor del buen gobierno y la sana administración.
Existen muchos pueblos en Colombia, como también ciudades, que han progresado sobremanera con la elección popular de alcaldes.
La descentralización administrativa ha mejorado los diversos índices. Aun así, desde luego, se han dado administraciones ineficientes, tanto en alcaldías como en gobernaciones, incluso llevando a la ley de quiebra a departamentos y municipios, lo que nada tiene que ver con la elección de alcaldes y gobernadores, sino con malos candidatos, malos políticos y malas decisiones, lo mismo que la tendencia corrupta de algunos. Lo que quiere decir, precisamente, que en varios casos la dirigencia ha sido inferior a las responsabilidades otorgadas por la Constitución y el pueblo, pero en manera alguna a que deban suprimirse las instituciones creadas con gran esfuerzo y contra las voces retardatarias de entonces.
De otro lado, en su gran mayoría, están ciudades y pueblos que han visto florecer el desarrollo y la justicia social. Amputar o limitar la elección popular de alcaldes sería una de las grandes afrentas a la democracia en Colombia, porque la calentura no está en las sábanas.