* Prensa colombiana, baluarte de la democracia
* Santos, vocero de la seguridad democrática real
La situación del periodista francés Romeo Langlois amenaza con prolongarse indebidamente. Distraen las Farc el asunto hacia otros propósitos que nada tienen que ver con la liberación de un hombre atrapado en medio del conflicto mientras cumplía con su deber de informar. Cualquiera sean los tecnicismos del Derecho Internacional Humanitario o los postulados del Derecho Penal colombiano, lo único cierto es que Langlois merece la libertad inmediata. Cualquier persona indefensa retenida, en cualquier caso, contra su voluntad, bajo la presión de las armas, es un secuestrado, según los términos genéricos y concretos.
La prensa mundial no puede ser motivo de constreñimiento, como es lamentable y estruendosamente común por agentes armados irregulares y partícipes de la corrupción. Pocas naciones, como Colombia, tienen unos índices tan precarios en el mantenimiento de la libertad de expresión y no es más sino revisar los informes de la Sociedad Interamericana de Prensa -SIP- o la Defensoría del Pueblo para constatar cómo caen los periodistas víctimas de asesinatos, o deben exiliarse a causa de las amenazas. Y el ataque viene de todos lados. No sólo por razón del conflicto armado interno, sino por las denuncias de las corruptelas en las diversas regiones del país. Incluso, muchos periodistas, de todos los niveles, suelen trasegar con escoltas y carros blindados, fruto de la intimidación que padecen diariamente. Los casos van, sólo por citar alguno, desde las denuncias por hechos como el homicidio del periodista Orlando Sierra, en Manizales, hasta los comentarios que se emiten en programas radiales o columnas de opinión. Hace no mucho las instalaciones de Caracol Radio fueron estremecidas con una bomba y sólo en cuatro meses de 2012 ya van dos periodistas asesinados en municipios nacionales. En la última década esta cifra ronda decenas de inmolados, entre ellos dos de los mejores directores de periódicos en toda la historia del país, Álvaro Gómez Hurtado y Guillermo Cano, hecho que es una herida indeleble en el rostro nacional. Unas veces por los narcoterroristas, otras por los grupos irregulares, las de más allá por los corrompidos, los periodistas han sido en los últimos cuarenta años carne de cañón para la hostilidad y la depredación. Una periodista de gran valía, Jineth Bedoya, fue castigada por sus informes a través de la violación. Es de ese tamaño el esperpento que ha sufrido la prensa colombiana, siempre en procura de la libertad de expresión y la defensa de un oficio digno que se volvió temerario.
De otra parte, si no fuera por la prensa, en todas sus manifestaciones, nada sabría el país de los mal llamados “falsos positivos”, las interceptaciones ilegales por parte de agentes estatales, los escándalos de la parapolítica, la infinidad de casos de corrupción y muchas otras circunstancias que la han hecho en el Continente baluarte de la democracia, los derechos humanos y ejemplo a seguir.
Sin duda, el periodismo ha sido antorcha del sistema democrático colombiano, y sin él este país habría finiquitado.
Los conflictos armados, tanto internos como internacionales, tienen una de sus características sustanciales en lo que se ha denominado “la neblina de la guerra”. Es decir, que los combatientes de los diversos bandos siempre quieren tirar para su lado, dejando la información verídica sumida en un espeso manto. Fue lo que ocurrió, por ejemplo, con el fusilamiento de los Diputados del Valle o, en su momento, con el caso del collar-bomba que estremeció los diálogos del Caguán. Así, en cada hecho, en un país de guerra tan prolongada, suele acontecer. No es más sino observar, verbigracia, el mismo caso en que Langlois fue atrapado. Primero la misma comandancia del Ejército afirmó que se habían dado quince bajas, para saber luego que en realidad fueron cuatro. Tales circunstancias demuestran cómo es fácil caer en equívocos porque el conflicto armado interno en el campo terreno es de los más crudos que se padecen en el mundo. Y allí también ocurren situaciones inverosímiles de otra índole que si no fuera por periodistas como Jorge Enrique Botero, no se hubieran sabido, como que Clara Rojas había quedado embarazada en cautiverio y merecía atención especial.
El presidente Juan Manuel Santos, que es básicamente un periodista, hace unos meses enunció uno de los mejores discursos sobre la libertad de expresión. Tiene él, por situaciones de la vida, que enfrentar hoy el hecho de que un colega extranjero permanece en cautiverio. La prensa nacional, por tanto, se solidariza con él en el propósito del pronto regreso de Langlois. Y él, vocero de la democracia legítima, con su libertad de prensa y expresión constitucional, sabedor además de que no hay (no como consigna) seguridad democrática sin ello, sabrá actuar como lo ha hecho con otros compatriotas que han vivido semejante tragedia.