Los 'tories' hechos trizas | El Nuevo Siglo
/Archivo AFP
Martes, 2 de Julio de 2024

* Irremediables secuelas del Brexit

* Pecado de caer en el abismo populista

El fantasma del Brexit transita en el trasfondo de las elecciones británicas de mañana, aunque nadie se atreva a hablar en firme del asunto. Pero las consecuencias de aquella decisión son la nota predominante de la jornada, cuando posiblemente se dé un drástico viraje político después del referendo respectivo y los tres años y medio de su entrada en vigencia.

De acuerdo con todos los sondeos, el partido conservador dará paso a los laboristas, seguramente con una derrota rotunda que, en efecto, podría permitir una mayoría absoluta y más que holgada de parte de la oposición. De tal modo, la línea de cinco primeros ministros consecutivos de los tories quedará en nada o muy poco. Y se abrirá un nuevo escenario para el socialismo inglés.

Aunque la campaña no se ha decantado en torno al Brexit, como pudo haberse pensado en un corte de cuentas apenas normal, lo cierto es que existe la opinión generalizada, en las encuestas, de que han sido mucho más los aspectos negativos que positivos. Efectivamente, un completo informe de la BBC, publicado ayer en su página electrónica, deja vislumbrar con claridad la disminución de la productividad económica británica en el lapso; el estancamiento de los convenios bilaterales frente al antiguo pacto con la Unión Europea; la misma o peor inmigración ilegal de tiempos anteriores; y los malos resultados en lo atinente al sistema de salud (antes considerado un activo de la estructura del Reino Unido) y la infructuosa endogamia en el sistema educativo.

Podríamos decir, sin embargo, que el punto político central consiste, frente a las elecciones de mañana, en que la apuesta del partido conservador por el Brexit cambió sustancialmente el espectro electoral de los británicos. Ciertamente, la clase media, por lo general asociada al conservatismo fruto de su ideología, viró sus preferencias a raíz de la incertidumbre generada con este tipo de experimentaciones. Y es esto lo que le ha permitido al laborismo ganar un amplio terreno, lejos del radicalismo de otras épocas.

A decir verdad, ese nacionalismo adoptado de forma súbita por el conservatismo inglés, con el Brexit, sorprendió a muchos en el mundo. Y era lógico que así ocurriera. Por el contrario, partidarios de la estabilidad y la evolución de las reformas sin caer en la tentación de saltos al vacío y menos de abocar decisiones aparentemente revolucionarias, pero sin ninguna certeza de éxito, los conservadores británicos de base también se vieron estremecidos en sus convicciones íntimas.

Como se sabe, el propósito de cualquier intención revolucionaria radica en supuestamente acelerar el tiempo y conseguir resultados de forma radical e intempestiva. Son decisiones que, por lo común sustentadas en un período de agitación previa, pretenden satisfacer las expectativas creadas en medio de las tales sacudidas retóricas, formular nuevas bases y crear otras políticas públicas con fines redentores propagandísticos que suelen omitir una reflexión pormenorizada de la realidad (ahora todavía más evidente con las distorsiones generadas a partir de las nuevas tecnologías).

Para el caso, separar la economía británica de la europea fue, en su momento, una consigna que pudo sonar atractiva, incluso a sabiendas de muchas nociones fake. No obstante, hoy es claro que, si bien produjo algunos resultados electorales momentáneos, no era el camino a seguir, menos uno de índole conservadora. Porque, naturalmente, para el conservatismo, sea de carácter inglés o de cualquier otra latitud, el motor ideológico estriba en los beneficios de la evolución: en proteger aquello que ha tenido éxito en la ordenación política, económica y social; descartar lo evidentemente perjudicial y ajustar aquello que requiere de una adecuación habitual.

Es así, justamente, como la organización colectiva fundamentada en la democracia se va ponderando por sí misma, producto de un cambio reflexivo, sin desperdiciar energías en reformas impróvidas y bajo los constantes designios del bien común. Si se quiere se trata, precisamente, de conceptos al estilo de Burke cuya idea del contrato social tiene mucho mayor alcance, claro está, a las nociones adoptadas por los conservadores ingleses de estos catorce años en el poder y en las que la incierta experimentación arrolló a la experiencia.

A más de lo anterior, el partido conservador británico dio, durante esta trayectoria, un lamentable espectáculo, cambiando de primer ministro a gusto y regusto, tras hondas polémicas y agudas pugnas internas. No hay mucho por rescatar, por lo demás, a tan larga distancia de las figuras históricas del partido. Desde la adopción del Brexit las mayorías no hicieron más que desmayar.

Pero tal vez el peor pecado consista, no en el Brexit en sí mismo, sino en haber retozado de semejante manera con el populismo… Es lo que mañana pasará cuenta de cobro, precisamente al partido que se pensaba el de mayor sensatez y el menos populista del mundo.