*Preservar la salida política
*Mecanismos legítimos y alternativos
El proceso de paz no está en crisis, sino que tiene que demostrar la validez de la salida política como instrumento sostenible. Porque de nada vale volver al mismo escenario de siempre, la guerra abierta, que puede ser una solución pero no la que se pretende. Al menos en el papel.
Sabido está que el Estado colombiano cuenta hoy con la infraestructura militar suficiente para adelantar una contienda favorable. No es como antes, cuando las Fuerzas Armadas tenían falencias logísticas y operativas, porque a no dudarlo existen los elementos propios para imponer la primacía y soberanía estatales. De hecho, pudieron no adelantarse acercamientos secretos y no abrirse el proceso, en el 2012, siguiendo la misma ruta que de antemano se tenía como exclusiva y excluyente. Es decir, una en la que se redujera la subversión hasta el último de los combatientes, sin opciones diferentes. Pero no se trata de eso, sino de cerrar y proscribir, en todos sus componentes y aristas, una etapa perversa e inútil en el devenir colombiano, generando condiciones alternativas a las acostumbradas. Esa la única y verdadera razón de que exista un proceso de paz en Colombia.
El problema consiste, pues, en darle viabilidad antes que sumir el esfuerzo en la arrogancia y el desdén. Nadie dudaría, por ejemplo, de que las Fuerzas Armadas han prestado su generosidad y concurso, sin renunciar por ello a sus mandatos constitucionales. Efectivamente, nunca como hoy, existe tanta representatividad militar de parte del Estado en el corazón de la Mesa de Negociaciones De otro lado, los subversivos se han sentado al más alto nivel posible, lo cual se presumía era una garantía de los avances, engrosando paulatinamente su representación.
Aun así, claro está, los procesos de paz suelen tener, en todas partes del mundo donde se han dado, y desde luego así lo indica también la experiencia en Colombia, problemas y trabas. Es lo natural, aunque inconveniente, en dos fuerzas por décadas temiblemente enfrentadas. Lo que señala la necesidad de ser creativos, porque el proceso de paz no pertenece exclusivamente a las partes, sino a los colombianos en general, si en realidad se está buscando otro camino a la pax romana. Que, como se dijo, puede ser una opción, pero no precisamente la que se presupuestó al sentarse las partes. No es, entonces, la salida política la que está desgastada. Es la carencia de resultados, el vacío llenado con retórica y la sensación de que el tiempo corre sin norte alguno. Y por sobre todo una percepción generalizada de que la Mesa está enredada y no encuentra soluciones prácticas, mientras las fuerzas desbocadas de las aspiraciones políticas, que por anticipado se alistan para el 2018, pescan en río revuelto y vuelven el tema un baúl de anzuelos.
En los procesos de paz, cuando estos han venido madurando entre las partes, llegan también los momentos en que se hacen necesarios los insumos de terceros. No para suplantar, por supuesto, a quienes están encargados de la negociación. Pero sí para abrir caminos y plantear alternativas. Existen todo tipo de posibilidades, desde recurrir a los garantes actuales, si no a los buenos oficios de organismos internacionales como la ONU o la OEA, acaso a la mediación de figuras de envergadura como hace poco alcanzó a vislumbrarse del expresidente José Mujica, pero igualmente también a Comisiones de nacionales, nombradas interpartes y a pedido de ellas, para que eficazmente, dentro del marco bilateral, presenten documentos reservados y viables a la Mesa. Que podrán tomarse o desestimarse, pero que teniendo un origen conjunto pueden ayudar a oxigenar lo que aparentemente no tiene solución entre los directamente implicados.
En efecto, ningún proceso de paz ha salido adelante sin mecanismos como los anteriores. Sea en Irlanda, a través del senador George Mitchell, o en Sudáfrica, a partir del propio presidente Bill Clinton, los elementos exógenos, con la debida prudencia y confidencialidad, siempre han resultado interesantes. De suyo, países como Estados Unidos o Alemania han nombrado, recientemente, enviados especiales para el proceso colombiano y no sobraría, en la misma dirección, que el Papa Francisco hiciera lo propio. Fuere lo que fuere, pareciera llegado el instante en que la Mesa, incidida por una distancia al parecer insalvable, abra sus compuertas a instrumentos que acerquen a las partes en vez de separarlas.