Núñez, el estadista y cálido poeta | El Nuevo Siglo
EL TALENTO de Núñez como político se adelanta a la concepción de Carl Schmitt, expresada en el siglo XX, en el sentido de que el enemigo político no es necesariamente el contradictor, sino aquel que al respirar en una misma habitación termina por quitarnos el aire.
Viernes, 29 de Marzo de 2024
Alberto Abello

Rafael Núñez no solamente era un gran conocedor de las mujeres, sino de los hombres y del pueblo colombiano, por lo que antes de comentar su accidentada vida amorosa, vale la pena recordar sus sutiles opiniones sobre lo que denomina, en un famoso escrito suyo, “La degeneración”, publicado en “La Luz” y en “El Porvenir”, de Cartagena.

En dichos diarios deja claro que estos medios se han fundado para defender sus ideas políticas. Y advierte: “nuestros copartidarios, es decir, los que quieren lo mismo que nosotros, son nuestros amigos; y los que se presentan como obstáculos a la realización de nuestras tendencias, son nuestros adversarios”.

 

Para Núñez, “un partido es una gran familia, en que hay no solo continuidad de intereses, sino de recuerdos y esperanzas y aun de pasiones. Algunas veces se incorporan en su seno elementos exóticos, especie de parásitos que tratan de apoderarse para ellos solos de la savia general; pero esto no dura mucho tiempo, porque todas las facciones son en este mundo transitorias. Solo la verdad tiene el privilegio de permanecer definitivamente”.

Esas facciones reaparecen cada cierto tiempo en la política, ayer como hoy, aupadas por la bolsa de los negocios o la cuota burocrática de los diversos gobiernos. Por lo mismo, denuncia Núñez que en un país que aspiraba con todas sus ansias a los beneficios fundamentales del reposo, se deriva en contiendas absurdas.

Así que “a falta de grande guerra a balazos y a falta de serias alarmas, hemos tenido, como nunca acaso, la pequeña guerra de encrucijadas, por el estilo de la que hacían en otro tiempo los indígenas de Pasto”.

Sobre el supuesto caudillaje de los demagogos de turno en Colombia, dice Núñez que “no existe en Hispanoamérica un país más iconoclasta, políticamente hablando, que éste”.

Agregó que “creemos que fue Talleyrand, quien dijo que hay alguien que jamás se engaña, y que ese alguien es todo el mundo. En el seno de las comunidades reside un instinto de conservación que las hace siempre adivinar o presentir la deslealtad, antes que ésta se muestre con entera evidencia. La fraternal sonrisa desaparece entonces de los labios. Se teme al abrazo del infiel como si se hubiese convertido en boa constrictora y la expansión de otro tiempo se transfigura en glacial reserva”.

Es en tales oportunidades, ayer como hoy, y en circunstancias cruciales que se juega el futuro de Colombia: “Llega un instante en que parecen oírse las palabras de reconvención que resonaron en el Paraíso: 'Caín, Caín, ¿qué has hecho de tu hermano?'”, agregó. Lo que se aplica hoy a la situación que viven los partidos de la democracia, cuando algunos de sus miembros venden el alma al diablo.

El talento de Núñez como político se adelanta a la concepción de Carl Schmitt, expresada en el siglo XX, en el sentido de que el enemigo político no es necesariamente el contradictor, ni el que nos ataca a mansalva, sino es aquel que al respirar en una misma habitación termina por quitarnos el aire. Por tanto, en tales circunstancias, “toma aspecto de ridiculez grotesca la actitud de mártir con la que pretende presentarse el victimario político. Su interés le aconseja el silencio para hacerse olvidar”.

Por lo mismo, el pensador de El Cabrero rechaza la pequeñez en política, en tanto “al adversario descubierto los tratamos casi con benevolencia, porque no solo usa de un derecho perfecto, cuando nos ataca, sino porque la franqueza tiene siempre algo simpático para los lidiadores de buena ley. La guerra grande de la política es grande, es útil, porque en ella los caracteres se fortifican, las ideas se disparan y aclaran, y al través de la cólera momentánea pueden abrirse los caminos de la estimación y hasta de la amistad”.

A su vez, el notable político deja caer una verdad de a puño: “la guerra pequeña, esto es, la guerra de celada, esencialmente traidora e infame, produce, naturalmente, un resultado opuesto, porque en ella los caracteres se abaten, las ideas se oscurecen y se apodera de los corazones si no el odio, sí un sentimiento de desprecio que traza entre unos y otros hombres libres, semejantes a continuados abismos”. Si pensamos en el panorama político que vivimos hoy en Colombia, podemos afirmar que se repite la historia con actores de comedia pequeña en el gobierno de turno.

El dirigente y el amor

Núñez es por excelencia un gran estadista, por lo que algunos piensan que, por lo mismo, es un ser frío, calculador y egoísta. Al contrario, en materia amorosa su misma soledad en el trato político lo torna aún más cálido como poeta y admirador del bello sexo. Y no podemos olvidar, antes que todo, que profesaba la más grande admiración por su madre, Dolores Moledo, quien lo amamanta y cuida con devoción hasta hacerlo un hombre excepcional y de bien.

Según los expertos, Pepita Vives de León despertó en él ese fuego del impetuoso e irrefrenable amor juvenil. Con las consabidas aventuras bajo la luna y el mar de Cartagena, que él canta en varios poemas, así como la precipitada salida de la ciudad del enamorado, al parecer para evitar represalias de los familiares de su idílica pareja.

La lección que deja ese primer amor del vate cartagenero es que cuando se enamora quiere fundirse con la amada, compartirlo y sentirlo todo, como lo confiesa en sus poemas. Mas la apresurada partida de Cartagena lo lleva a Panamá, donde conoce a Dolores Martínez, de la familia política del destacado político José de Obaldía, contacto crucial en el ascenso político de Núñez, que lo lleva de juez en Chiriquí a encargado de la presidencia del Estado y después a senador.

El amor con la dulce Dolores dura dos años y se enfría con la distancia. Ya sabemos que en Bogotá se encuentra con la señora Gregoria de Haro, juvenil, bella y alegre viuda que lo hechiza con la mirada y la dulzura de la intimidad compartida. Algunos autores que abominan de Núñez pretenden que no era bonita y que lo que atraía al enamorado era su buen pasar económico. Algo absolutamente falso.

Núñez, en Bogotá, como senador y funcionario público –en tiempos en los que no había industria ni casi actividades lucrativas para destacarse– y como jefe político en ascenso resultaba un excelente partido para cualquier joven bella y prometedora, mas con el lío de estar casado y, por lo mismo, no poder unirse a otra mujer por el sacramento católico, prefirió a la graciosa viuda, con la que convive por 14 años. Por supuesto, como los marineros tuvo diversos y fugaces amores en diversos puertos europeos.

Llave con Holguín

Lo cierto es que los memoriosos sostienen que la amistad con Carlos Holguín, el gran político conservador, se fortaleció en casa de Gregoria de Haro. A partir de esa amistad, se prende en su conciencia la voluntad de regenerar la política colombiana. Ambos consiguen orientar sus partidos y Núñez los une en su gran proyecto político. La Regeneración no habría sido posible sin ese entendimiento providencial entre estos dos notables políticos, que están convencidos de que se puede hacer política y prestar gran servicio a Colombia por encima de la brutalidad de la guerra y los malos gobiernos que agobian al país por el sectarismo y la anarquía.

Las otras damas de Núñez son fugaces. Apenas la señora Soledad Román despierta el recuerdo del amor juvenil con miras a compartir con ella la madurez, el resto de su vida y el poder.