EN menos de ocho meses el régimen venezolano de Nicolás Maduro consiguió lo que parecía imposible: revivir (tanto financiera como políticamente) y posicionarse en la escena internacional gracias a la bocanada de ‘oxígeno’ que el ‘imperialismo yanqui’ del que tanto ha denostado.
Nunca antes en las tres últimas décadas, un presidente estadounidense había hecho tantas concesiones a Venezuela. Por el contrario, con la llegada al poder del hoy fallecido Hugo Chávez, al vislumbrar el principio de una dictadura, con la persecución y encarcelamiento de sus opositores (desde líderes políticos hasta periodistas), los antecesores del actual presidente demócrata Joe Biden, impusieron sanciones económicas a ese régimen, enfatizándose durante el mandato del republicano Donald Trump, por las arbitrariedades del ya gobernante Maduro y la asfixia económica que sometió a su pueblo, lo que llevó a no menos de 6 millones al exilio.
La crisis petrolera global desatada por la invasión rusa a Ucrania cambió el eje de la política internacional de Biden. De sostener en sus dos primeros años de gobierno que “los días de tolerancia a dictadores y autócratas debían acabar si Estados unidos quiere tener credibilidad en el mundo”, pasó un inédito acercamiento con Arabia Saudí -el reino al que había calificado de ‘paria’- y a negociaciones de alto nivel -in situ- con el régimen venezolano, las que en cuestión de meses desembocaron en decisiones inéditas y de grandes implicaciones en la geopolítica global.
Con el argumento de que el país latinoamericano debía retornar al camino democrático para solucionar la grave crisis económica y social, el gobierno Biden comenzó a mutar de criterios ideológicos a muy pragmáticos en la inexistente relación bilateral. Tras la visita de sus ‘negociadores’ a Caracas, decidió levantar temporalmente las sanciones al petróleo, el gas y el oro, abriendo la llave del oxígeno al régimen, en una ‘conveniente jugada’ electoral con miras a su reelección.
Esa fue la condición para que restableciera el diálogo con la oposición para acordar una hoja de ruta hacia unas elecciones ‘libres y transparentes’, que se verificarán en algún momento del 2024, porque el régimen venezolano continúa sin definir la fecha y sin resolver otro de los requerimientos de la Casa Blanca: levantar las inhabilitaciones políticas a los opositores que, como se sabe, cerraron filas tras la aspiración presidencial de María Corina Machado.
El pasado 24 de abril, días antes de volver a la mesa de negociación (vale destacar solo ha tenido un encuentro en Barbados) y en la antesala de una Conferencia Internacional propuesta por el presidente Gustavo Petro, Maduro reveló sus cinco condiciones para destrabar el diálogo y facilitar la transición hacia la ‘democracia”.
Con excepción de que la Corte Penal Internacional cerrara el caso que abrió por la violación masiva a los Derechos Humanos en su país, el resto fueron exigencias a Estados Unidos: el levantamiento de todas las sanciones económicas por parte de Estados Unidos, la devolución del dinero y oro venezolano que está “ilegalmente retenido en el extranjero”, la entrega de USD 3.200 millones a Caracas para un fondo de inversión social previamente acordado con la oposición y la liberación del colombiano Alex Saab, que enfrenta un juicio en ese país por lavado de activos.
En su momento el gobierno Biden las consideró inviables, sobre todo la excarcelación de Saab, considerado ‘testaferro de Maduro’ y figura clave para desenmarañar la trama de corrupción en la estatal petrolera de Pdvsa. Pero, para sorpresa mundial, este miércoles el mandatario demócrata ‘indultó’ y envió a Caracas al ‘entrañable’ madurista, quien tras su captura el 12 de junio en Cabo Verde, fue extraditado el 17 de octubre de 2021 a Estados Unidos.
Esta inédita concesión de Biden fue festejada por Maduro quien tras dar una efusiva bienvenida a Saab en Miraflores, donde lo calificó como “un hombre valiente, patriota, que resistió 1.280 días, 40 meses, las condiciones más adversas, más dolorosas de secuestro, cárcel inmunda, tortura física, tortura psicológica, amenazas, mentiras", se mostró confiado en que el camino que se avanza con Estados Unidos se mantenga dentro “del respeto, tratamiento igualitario y de entendimiento”.
También agradeció al Estado de Qatar por ser un “facilitador brillante, de exquisita diplomacia, para el acercamiento, para los diálogos, para la firma de los acuerdos y para el cumplimiento parcial de los mismos”.
Pero mientras Maduro celebraba, en la vecindad y al otro lado del charco, se multiplicaron las voces de indignación con el presidente Biden por considerar, entre otras cosas, que desconoció la división de poderes al conceder el indulto sin que se hubiera completado el proceso judicial, como por ‘claudicar’ ante un régimen que, realmente, no ha cumplido con nada de lo acordado.
De la indignación a la campaña
Aunque la Casa Blanca insistió que ese indulto permitió el regreso a casa de diez estadounidenses y la liberación de 20 opositores venezolanos, y el propio Biden aseguró que Maduro “está cumpliendo con las medidas a que se comprometió para impulsar una reforma democrática”, el hecho generó la indignación política de los republicanos republicana y desconcierto en las filas demócratas.
Como erróneo, inaudito, claudicación y una nueva muestra de debilidad política calificaron líderes políticos de ambos partidos la liberación de Saab. Y muchos fueron más allá al señalar que este hecho puede abrir las compuertas a que muchos otros juzgados por corrupción, propongan canjes por ciudadanos estadounidenses detenidos.
Las reacciones fueron tan inmediatas como fuertes. Por ejemplo, el presidente de la Comisión de Inteligencia del Senado, el republicano Marco Rubio sostuvo que “las acciones del presidente son una vergüenza. Un enfoque de solo otorgar concesiones a un narco-dictador (...) está condenado al fracaso", mientras que su par por la Florida, Rick Scott indicó que “ese grave error marca un retroceso en la lucha "por la democracia y la libertad del pueblo venezolano".
Para la también republicana por ese distrito, María Elvira Salazar, lo ocurrido es un triunfo para para Maduro y preguntó a Biden: “¿Y cuándo le toca el turno a la democracia venezolana?, ¿Cuándo María Corina Machado se podrá postular a presidenta sin que la persigan?”.
En las filas demócratas también se alzaron voces discordantes. La más fuerte de ellas fue la de Bob Menéndez, quien tras acusar a la Casa Blanca de haber negociado en secreto ese inédito canje de prisioneros manifestó que “acuerdos de este tipo solo incentivan a Maduro y a bandidos como él a tomar rehenes estadounidenses para presionar al gobierno estadounidenses a hacer concesiones".
“Es un duro golpe para la credibilidad de la lucha de EE.UU. contra la corrupción, envía una señal desastrosa a todas las naciones que cooperaran con nosotros, creyendo que Saab se enfrentaría a la Justicia y no debería sorprendernos que al ‘Gran Tipo’ de la Casa Blanca no le importe nada la corrupción de Saab”, advirtió Marshall Bilingslea, exfuncionario del Departamento de Tesoro que trabajó en el caso contra del ‘hombre fuerte’ de Maduro.
Agregó que es ‘un golpe en el estómago para la oposición venezolana. Supuestamente somos sus amigos, pero acabamos de dejar libre a uno de los peores ladrones boligarcas”,
Y a fe que así fue según las declaraciones tanto de Voluntad Popular (el partido fundado por Leopoldo López) que sostuvo que “no podemos avalar la liberación de Alex Saab, uno de los mayores responsables de la emergencia humanitaria y del saqueo a nuestro país (...) Saab no es un preso político, es un delincuente que ha causado un daño incalculable a nuestro país", como por el Primero Justicia (partido en el que milita el excandidato y asilado Henrique Capriles) que manifestó que dicha “liberación no viene con ninguna garantía electoral ni con la liberación total de todos los presos políticos en Venezuela…Saab debe ser juzgado por todos los delitos cometidos que han afectado a millones de vidas de venezolanos".
Juan Cruz, miembro del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos del gobierno anterior explicó que normalmente para conceder un indulto presidencial o para realizar un intercambio, se debe esperar a que el acusado sea declarado culpable. Es por ello, enfatizó, que “éste es un precedente particularmente malo ante la posibilidad de que Trump 2.0 esté a la vuelta de la esquina. Esto invita a muchas acciones indirectas del Ejecutivo”.
¿Fue el de Biden un indulto con intereses políticos? ¿Un acto con intenciones diplomáticas? ¿Un primer paso para, en cumplimiento de los acuerdos, forzar a que el régimen venezolano avance en la hoja de ruta electoral? ¿Una decisión para oxigenar su campaña reeleccionista? o, por el contrario, una muestra de debilidad de un gobierno que prometió desde campaña mano fuerte con los dictadores.
Hasta este martes se preveía que la campaña por la Casa Blanca iba a estar dominada por la ofensiva judicial y política contra el favorito Donald Trump, pero el indulto de Biden a Saab, por su impacto en la estabilidad y justicia a nivel global será el tema centra.