Concertación política, gran desafío para López Obrador | El Nuevo Siglo
Foto archivo AFP
Domingo, 8 de Julio de 2018
Giovanni Reyes

Los resultados han sido contundentes. Como se podría prever, ya han surgido las afrentas y los señalamientos de los sectores que mantienen análisis intempestivos. Expresan más disgustos o pasiones, que ideas.  Ahora, a pesar de no contar con datos de gestión presidencial como es obvio en esta etapa, lo que se impone es una consideración al menos preliminar y serena de contexto y perspectivas.  Y sí, lo primero a reconocer: no hay atisbo o resquicio de duda respecto al triunfo de Andrés Manual López Obrador, AMLO, (1953 - ) en las elecciones presidenciales de México, del pasado 1 de julio de 2018. 

Los resultados de votación son incuestionables.  El ahora presidente electo tuvo el apoyo de casi el 54 por ciento de los sufragios, lo que se traduce en más de 30 millones de votos. Toda una marea humana. Con una diferencia de más de 30 por ciento sobre el segundo lugar en las elecciones. Recuerda esto a los datos del fútbol, tan en boga por estos días del campeonato mundial de Rusia. Una cosa es perder agónicamente, con el corazón desbocado, transitando al filo de las angustias en esa lotería que son los penaltis.  Otra muy diferente es perder por 8 a 1; en este caso fue un ferrocarril es el que le pasó encima.

Hasta los más obcecados ideológicamente tuvieron que reconocer el triunfo. No era posible retraerse ante la evidencia, algo que saben increíblemente, aún aquellos que personifican de manera permanente, ese síndrome de mínimas capacidades de discernimiento que ahora en pleno Siglo XXI ha puesto tan de moda Trump y sus inenarrables seguidores.

Estos rasgos y resultados de las elecciones son los que fundamentan el primer desafío del nuevo presidente en México: es imperativo, establecer nexos de comunicación, aún con aquellos que desprecian tanto el conocimiento como el diálogo.  De nuevo.  Este tipo de especímenes abundan sobre todo aquellos que han medrado del Estado de los respectivos países. Tanto en el papel de oportunistas, como el de burócratas corruptos y en general pertenecientes a no pocos grupos de interés o de presión política.

 

Lo que tiene enfrente López Obrador es la necesidad de establecer consensos, así sean mínimos.  Es claro que sus promesas y la esperanza que representa, se dirige a una sociedad que sea eficazmente productiva, que genere oportunidades para los sectores especialmente aquellos que desde siempre han sido marginados, que se promueva lo inclusivo en lo social, lo participativo en lo político y democrático, así como lo competitivo en lo económico y lo empresarial, además de lo sostenible en lo ecológico.

De las promesas a los hechos

En medio de todo este contexto, que apretadamente se trata de caracterizar aquí, tampoco es de confundirse con las alianzas y las bases del nuevo gobierno. Hay que advertirlo: los votos que apoyan a López Obrador no son sólo de él.  Han emergido como hongos luego de la tempestad, como votos que han incluido castigo a la corrupción muy bien aceitada del PRI, un partido que también encarnó esperanzas cuando fue fundado. Pero esto fue hace ya demasiados inviernos, un 4 de marzo de 1929, con el protagonismo de Plutarco Elías Calles (1877-1945) quien fue presidente de México de 1924 a 1928.

Nadie duda que los desafíos que debe encarar el nuevo gobierno son de gran calado. Y que los mismos, deben alcanzarse en medio de un mar infestado de tiburones acostumbrados a olfatear sangre y a nutrirse del rentismo y la corrupción.  De allí, un conjunto de factores que sustentan lo errático y excluyente del crecimiento económico en un país clave para Latinoamérica. De allí surgen también causales, aunque no únicas, para las grandes inequidades y la pobreza, ingredientes que resultan restándole fuerza y promoción al vigoroso desempeño empresarial que todos deseamos.

Es, a partir de la legitimidad que le dan los votos, que el nuevo presidente en México puede concretar la esperanza que lo ha llevado a la primera magistratura de la república. Se trata en lo esencial de no defraudar a “los de abajo”, tal y como lo documenta desde finales del Siglo XIX y principios del Siglo XX, el escritor Mariano Azuela (1873-1952), en su obra homónima publicada en 1915, en el contexto de la Revolución Mexicana.

Por supuesto que las finalidades trazadas por López Obrador y que convencieron a una inmensa cuota del electorado, tienen desde ya animadversiones, amenazantes y afilados acantilados, grandes arrecifes que pueden provocar el naufragio de las propuestas. No están ausentes los lamentos y gratuitos señalamientos de “populismo”. Así se expresan quienes, en medio de trivialidades y chascarrillos, por lo general militan en los extremos del inmovilismo. Ciertamente hay sectores para los cuales cualquier reivindicación social, por nimia que sea, es “populismo”. 

Se sabe que estos gemidos surgen producto de la amargura de quienes ven amenazadas sus posibilidades de “triunfo recurrente”, además de comodidades forjadas con privatizaciones, traspaso de monopolios naturales a manos de empresas, cuando no, de impúdico saqueo del erario público.  Allí está uno de los más conspicuos retos permanentes del nuevo gobierno: no ceder a las complacencias fáciles, a confundir derechos con privilegios, abstenerse en toda la línea, de las tentaciones genuinamente populistas.

 

¿Cuarta transformación?

Es de reconocer, en todo caso, que la campaña de López Obrador, quien prometió la “Cuarta Transformación” del país –luego de la independencia (1810) la Reforma (1858-1861) y la Revolución de 1917- se fundamentó en promesas que poseían tanta vaguedad como ambición. Insistentemente se remachó que “no hay un movimiento en el mundo como el que estamos impulsando, que busque una transformación por la vía pacífica, con tanta gente”. 

Con base en esos planteamientos se esperaría que el modelo de producción, de competitividad del país y su inserción en el ámbito internacional, estableciera notables correctivos a la creencia de que “el mercado lo soluciona todo”.  Es de puntualizar aquí que sí es cierto que los mecanismos de mercado, de estímulos a la producción y la productividad, son indispensables. Los mismos promueven competitividad, tienden a una asignación pragmática de los recursos y generan la valiosa estandarización de la tecnología.

Sin embargo, esos rasgos favorables del mercado tienen también sus limitaciones. Esas bondades ocurren por lo general en el corto plazo.  No es posible tener exclusivamente a partir de la “mano invisible” un plan estratégico de desarrollo de largo y estructural aliento. Además, el “mercado desbocado” tiende a concentrar beneficios y a excluir de oportunidades. Y entretanto, se acentúan las adquisiciones y fusiones productivas, colusiones operativas de empresas, carteles y monopolios, tanto funcionales como orgánicos.

De toda esta urdimbre, resulta la necesidad de la concertación política, tanto Estado como sea requerido y tanto mercado como sea posible. Es en función de ello, que urgen los resultados del nuevo gobierno. Algo que cimentaría con coherencia, la credibilidad y la legitimidad de las instituciones.

*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.