AUNQUE para algunos el inicio fue tímido -protestas por asuntos académicos muy puntuales, como la rigidez y el autoritarismo en las universitarias- el ambiente fue crispándose de manera rápida. Fue como el fuego desplegándose implacable por el pasto seco en una inmensa pradera. Es cierto que primero fue París, pero las protestas sacudieron a ciudades como Praga, Roma, Berlín, llegando a San Francisco, a Nueva York, a la propia Latinoamérica.
A México, esas ondas de movimiento telúrico-social llegaron un poco más tarde. El escenario y la prospectiva de ese entonces parecían propicias para la protesta. Había una esperanzadora gran caja de resonancia para el escenario global. En este país se celebraron, en ese año de 1968, las olimpiadas, del 12 al 27 de octubre. Pero antes, el miércoles 2 de octubre, ocurrió la masacre de la Plaza de las Tres Culturas. En eso terminó una protesta de estudiantes mexicanos.
La documentación histórica, en forma narrativa, la ofrece la escritora mexicana Elena Poniatowska (1932 -) en su libro “La Noche de Tlatelolco” (1971). Los ejecutores, el ejército y grupos “paramilitares” del régimen de Gustavo Díaz Ordaz; los responsables incluían a Luis Echeverría Álvarez, a la sazón Secretario de Gobernación, quien luego sucedería a Díaz Ordaz en la presidencia. No dejaban de ser estos, los ecos del París que para mayo de ese año estaba ardiendo.
Lo que fueron abigarradas sombras en su momento, pueden verse ahora, con el paso del tiempo, en perspectiva. Los eventos, los hechos, las violencias, las protestas, los fines que se perseguían, las consecuencias no intencionadas, las repercusiones en otras latitudes, todo ello va ubicándose ahora, estableciendo sus propias prioridades en la historia, 50 años después.
Se trató ciertamente de un año de sobresaltos, en el cual, el imaginario colectivo de unos -protestando- de otros -con esperanza- y de otros más -con miedo- se pudo avizorar cómo un planeta que titubeante, caminaba por la cornisa. Listo para saltar en llamas. Las crisis de valores y de legitimidad en lo político con el manejo del poder, y en lo social con la coherencia de los grupos, en lo económico con carencia de oportunidades, se vio desafiada ante los escenarios de una modernidad que exigía cambios.
En el ámbito mundial, parafraseando a Carlos Marx (1818-1883) y Federico Engels (1820-1895) un fantasma no sólo recorría Europa. Iba emergiendo de este continente para desplazarse a lo global con sus temores, sus inseguridades y su promesa de compensaciones. En muchos casos navegaba alentado por los vientos de popa que le proporcionaba la ira en el corazón de los desheredados.
Como es normal, son los marginados, en donde prende la protesta social con mayor insistencia, en donde se esparce con notable ahínco. No es casual, los excluidos encontraban una narrativa de sus testimonios y condiciones en una obra publicada en 1961, “Los Condenados de la Tierra”, de Frantz Fanon (1925-1961) un escritor nacido en Martinica y fallecido prematuramente por leucemia.
Las condiciones ayudaban para las protestas. Los jóvenes en Estados Unidos de los sesentas no veían coherente dejar la sangre en Vietnam, una vez que el involucramiento de Washington en ese conflicto inició prácticamente el 1 de julio de 1965. Este fue un tema que fue cohesionando a la juventud y a otros sectores aliados que se oponían a la intervención de estadounidense en la región meridional de China –todo Vietnam, Laos y Camboya.
Vietnam y el Mayo Francés del 68 contaron con notables movilizaciones. En Londres, Bertrand Russell (1872-1970) marchaba en Trafalgar Square, mientras en París, las manifestaciones incluían a figuras emblemáticas como Jean Paul Sartre (1905-1980) y Simone de Beauvoir (1908-1986).
Más protesta que propuestas
La chispa del Mayo Francés fue la protesta contra aspectos específicos que no hacían presagiar en un inicio, los alcances que llegó a tener. El inconformismo era contra normativas específicas que se observaban en carreras universitarias francesas. El grupo más radical se parapetó en una pequeña localidad universitaria en Nanterre. Se les identificó como los “enrages”, los rabiosos, ocuparon el campus universitario y con ello emergió el movimiento un 22 de marzo, al filo del inicio oficial de la primavera. El líder fue un estudiante de origen alemán: Daniel Cohn-Bendit, ahora un político ecologista, de 73 años.
Tal y como lo sostiene el investigador Ignacio Segurado, se intentaba que la situación universitaria no generara mayor preocupación. Uniendo su voz a medios españoles, diarios franceses trataban de tranquilizar a la audiencia: “Todo esto no se crea nadie que se trata de un movimiento colectivo, grandioso, mayoritario y justificado. No, es la acción de unos mil estudiantes como máximo, en realidad de unos quinientos, si llegan, que están afiliados a la sección estudiantil del partido socialista que tienen mucho papel impreso, muchos emblemas, muchas consignas, muy poco eco popular, pero que gracias a su exabruptos, a sus agresiones, logran la parálisis del mayor centro educativo del país”.
Pero los hechos se encargaron de aclarar la equivocación que en diferentes matices, tuvo ese tipo de proclamas. Eran generaciones que tenían -es de admitirlo- más protesta que propuesta. Sin embargo, lograron sentar al gobierno de Charles De Gaulle a negociar, especialmente cuando demostraron el apoyo de trabajadores y sindicatos. Eso contrasta con lo actual, en donde muchas veces parece existir más ira que construcción, más decepción que esperanza, en este laberinto diario que muchas veces nos agobia.
Actualmente no es posible ignorar las significativas reformas en las cuales tuvo impacto el Mayo Francés del 68. Las condicionantes sociales tienen ahora -directa o indirectamente- las derivaciones en forma de movimientos de las mujeres, los indígenas -en Latinoamérica destacan en México, Guatemala, Perú, Ecuador y Bolivia- la presencia de los afros y de los jóvenes.
En algunas sociedades más y en otras menos, el Mayo Francés implicó un fuerte cuestionamiento al patriarcado y tradiciones de los países pre-modernos. El sociólogo Immanuel Wallerstein –notable teórico de los Sistemas Mundiales- puntualiza que después de 1968, los “pueblos olvidados” dieron inicio a su organización como movimientos intelectuales.
Es posible que no se perciba con mayor nitidez, pero el mayo del 68 en Francia tiene repercusiones en las cuestiones de legitimidad. Es cierto que prevalecen en muchas condiciones los factores económicos –allí está Venezuela por ejemplo, para atestiguarlo- pero la delegación del poder implica también que exista un mínimo de esa legitimidad más allá de cumplidos los cánones legales.
Aún queda la expectativa. La esperanza de la Francia del 68 que soñó con mejorar condiciones, sigue latente. Algo de ello se resiste a morir. A pesar de que ahora, las generaciones del desenfreno trivial y superficial, parecieran estar consumidas por desesperanza, lo inmediato y la decepción.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario. El contenido de este artículo es de entera responsabilidad del autor por lo que no compromete a entidad o institución alguna.