Un primer rasgo que emerge, derivado de la última elección en Argentina, el 19 de noviembre de 2023: las posiciones extremas de la derecha aplastaron la opción del “peronismo-kirchnerista”; algo que da sustento para las medidas, los riesgos y las esperanzas del nuevo gobierno.
Efectivamente, con casi 11 puntos porcentuales de diferencia en los resultados, Javier Milei (1970 -) se impuso al candidato oficial Sergio Massa (1972 -). Una interpretación bastante generalizada de esta característica consiste en admitir que buena parte de la población demuestra hartazgo, un rechazo más bien visceral a la alternativa específica del kirchnerismo como parte del peronismo gobernante. Massa terminó pagando las facturas.
Recuérdese al respecto que Néstor Kirchner (1950-2010) encabezó el gobierno a partir 2003, luego lo sucedería su esposa. Se trata de que esta corriente ha gobernado 16 años; esto es, durante los 20 años pasados, interrumpidos tan sólo por la presidencia de Mauricio Macri (de 2015 a 2019). Por cierto, es en la orientación política de Carlos Menen -durante la década de los noventa- y de Macri, donde se inserta la continuidad política de Milei.
Con ese significativo resultado se evidencia también, la esperanza, el anhelo de un mínimo de bienestar y de estabilidad para el país. Recuérdese al respecto que, con toda justificación, hay agitación social. La pobreza total de Argentina sobrepasó a un 40%, con un 10% de pobreza extrema; están soportando un 130% de inflación; deben enfrentar una devaluación drástica del peso. Es la angustia que se traduce en esperanzas, en exigencias -ya dentro de poco- para resultados tangibles que no darán espera al nuevo gobierno.
Un segundo rasgo -además del resultado electoral- es el viraje en las relaciones. En las condiciones actuales Argentina estaba casi estrenándose como miembro del grupo de potencias emergentes en el BRICS -Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica. La perspectiva ya no camina en esa senda.
Lo ha declarado Milei con su histriónico y muy personal estilo: “no negocio con comunistas”. Aquí se dirigiría a China, pero también es una amenaza para el tratado de integración más importante de Latinoamérica: Mercosur. De paso se lleva delante a Brasil el país de mayor producción total anual de la región -un 31% del PIB de Latinoamérica. Evidencia de distanciamientos tempraneros: el presidente Lula da Silva ha indicado que no asistirá a la toma de posesión de Milei, este 10 de diciembre.
En general, la orientación del nuevo gobierno argentino se inserta en los “estilos” de liderazgo de Trump, Bolsonaro y Johnson -Estados Unidos, Brasil y Reino Unido, respectivamente. Son maneras más proclives a la “puesta en escena”, a no vacilar a los insultos, a la descalificación gratuita de personajes. Muchas veces de manera innecesaria. Milei llegó a decir que el Papa Francisco era el “representante del maligno” en la tierra. Sin embargo, en conversación telefónica que le hizo el Pontífice no sólo le agradeció el gesto, sino que lo invitó a visitar Argentina, tierra natal de ambos y a la que Bergoglio no ha vuelto desde que asumió el trono de San Pedro.
Se apela a explotar los odios, las rencillas entre los grupos, a encontrar culpables de todo, a tomar ventaja de la desesperación y la ignorancia.
No sólo el posicionamiento es estar contra los “zurdos” como reiteradamente lo hizo ver en campaña. Se trata de que el gobierno se inclina por el favorecimiento de grandes negocios, incluyendo facilidades para actores financieros y privatizaciones a partir de desgastadas entidades públicas.
Desde ya se prometen ventas a granel, aparejadas a ganancias, tan jugosas como inmediatas. Lo saben los mercados financieros. Una prueba de ello es que las acciones de muchas empresas argentinas que cotizan en la bolsa vieron subir sus valores en niveles que se aproximaban al 40%. Uno de los problemas en esto es que se fortalecerían las empresas más directamente vinculadas con la economía financiarista, la que vive de transacciones mediante derivados financieros.
No es algo bueno o malo -no se sigue aquí un criterio de ética, moral o de índole religioso-. Se trata de algo desfavorable para la economía real, la que tiene relación directa con la producción empresarial, con el empuje al emprendimiento, la innovación y la generación de empleo. Es decir, con la apertura y generalización de oportunidades que son precisamente las que busca la población en la maltrecha y actual economía argentina.
De ser ciertos los presagios de campaña en el bando de Milei, abría coincidencia con la política implementada por Macri y hasta cierto punto por Menen, en el sentido de hacer girar el desempeño económico del país con base en la perspectiva de grandes capitales internacionales. Esto se relacionaría con programas -ya anunciados- de recorte de impuestos, disminución drástica del papel del Estado -prueba de ello es la amenaza de eliminar los ministerios de salud y educación. Sobre esto último la posición se ha suavizado, indicando el ahora presidente electo que “unificará esos ministerios para el desarrollo humano”.
Dato adicional. Si el gobierno se decide a promover la devaluación - “debemos sincerarnos con la moneda”- se puede avizorar la presencia amenazante del fenómeno inflacionario, quedando poco margen en finanzas públicas, ya que el gobierno que se asienta en Buenos Aires debe afrontar vencimientos de deuda, entre 2024 y 2026, de unos 53,000 millones de dólares.
La inflación se basaría, no sólo en un debilitamiento mayor del peso argentino, sino también y esencialmente en la estructura de importaciones del país. Esas importaciones incluyen insumos productivos, bienes de capital, medicinas. Esto de la inflación es una de las más graves amenazas contra el sistema económico del país, su estabilidad social y la aspiración por generar crecimientos económicos incluyentes.
Amanecerá y veremos. De entrada, hay que reconocer que si le va bien a un gobierno, le va bien al país. Quisiera estar equivocado, pero veo graves riesgos en términos del crecimiento, del desarrollo de una dinámica incluyente para la sociedad argentina. Un salto al vacío. Ojalá que la medicina requerida no resulte, después de todo, peor que los males que recurrentemente golpean a Argentina. Aunque como en la antesala del balotaje lo expresó el propio Milei: ¿De qué salto al vacío hablan si ya estamos yendo al infierno?”.
Esperemos, en pocos días, una vez inicie el gobierno del autollamado ‘libertario’ cómo será el aterrizaje a la realidad.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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