CUARENTA años después de la revolución Sandinista que derrocó la dictadura de Anastasio Somoza y llenó de mística el ideario de la izquierda latinoamericana, Nicaragua está sumida en una severa crisis política y económica de salida incierta.
La revolución acabó el 19 de julio de 1979 con la dinastía de los Somoza, que había gobernado el país desde 1936, alimentando el cancionero popular con temas como la Canción Urgente para Nicaragua del cubano Silvio Rodríguez.
Los nicaragüenses evocan con nostalgia aquellos días de fervor revolucionario, la huida de Somoza a Paraguay; la entrada triunfante a la plaza de la Revolución -entre vítores y el tañido de campanas- de "Los Muchachos": el ejército de jóvenes guerrilleros que encabezaron la lucha armada, entre ellos el actual presidente Daniel Ortega.
Hoy de 73 años, Ortega tomó constitucionalmente las riendas del país en 1985 tras integrar la junta que timoneó Nicaragua tras la victoria revolucionaria.
En aquellos años enfrentó el levantamiento armado de los "Contras", grupo de campesinos rebeldes fomentado y financiado por Estados Unidos durante el gobierno de Ronald Reagan a espaldas del Congreso.
Esa guerra civil terminó con la llegada de Violeta Chamorro al poder en 1990, cuyo gobierno logró estabilizar al país tras el tendal que dejó el conflicto con los "contras", que fueron desmovilizados: 50.000 muertos, la economía destruida, tasas de inflación de hasta 33.000%, desabastecimiento por un bloqueo económico de Estados Unidos, país con el que normalizó las relaciones.
Luego vinieron los gobiernos derechistas de Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños, acusados de nepotismo y corrupción, hasta que Ortega regresó al poder en 2007. Su presente mandato debe culminar en 2021.
División
Mucha agua corrió bajo el puente desde 1979 y Nicaragua vuelve a estar en el ojo del huracán, en un choque entre los partidarios de Ortega, que afirman que devolvió a los pobres derechos y beneficios, y la oposición, que le acusa de corrupción, nepotismo e imponer un modelo dictatorial "sin respeto a los derechos humanos y otras libertades".
Esas críticas generaron una explosión social en abril de 2018, que comenzó como una protesta contra una reforma de la seguridad social y terminó en un estallido para reclamar la renuncia de Ortega y de su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, con saldo de más de 300 muertos, 2.000 heridos y 62.500 exiliados.
La crisis generada por las protestas y su represión deja asimismo severos daños en la economía, que en 2018 se contrajo 3,8%, según las autoridades, y 4% según gremios empresariales, con el cierre de cientos de pequeños negocios y la pérdida de más de 400.000 empleos.
El diputado oficialista y exguerrillero Jacinto Suárez estima que pese "al golpe de Estado", como cataloga el gobierno a las protestas, se logró estabilizar la situación.
A pesar de la normalidad que proclama el gobierno, por las calles abundan contingentes de antimotines armados y vigilancia en sitios públicos y privados para apagar expresiones de protesta.
Suárez, amigo de Ortega desde la época de prisioneros de la dictadura, le defiende como "el líder indiscutible" del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Contrario a lo que piensan muchos excamaradas, sostiene que Ortega recuperó el poder en 2007 para comenzar "una nueva etapa de la revolución" que ha hecho escuelas, hospitales, carreteras. Según el Banco Mundial, la pobreza en Nicaragua cayó de 48,3% en 2005 a 24,9% en 2016.
"Tremenda nostalgia"
Gioconda Belli, autora de "El país bajo mi piel", dijo a la AFP que siente "tremenda nostalgia" por todo lo que hizo la revolución y se perdió. Aunque "valió la pena".
"Lo que me parece increíble es la vuelta que ha dado la historia para llevarnos otra vez a una dictadura", como califica la escritora al gobierno de Ortega.
"Creo que vivimos una historia que nos deprime porque parece que nunca acabamos de llegar a la cima donde creímos haber llegado, como el mito de Sísifo (personaje de la mitología griega castigado por los dioses a cargar por la eternidad una roca a una cima, una y otra vez)", dice Belli, una disidente sandinista.
En tanto, el exdiplomático Mauricio Díaz, quien colaboró en la lucha contra Somoza como militante del partido socialcristiano, acusó a Ortega de aniquilar la incipiente democracia emprendida en la década de 1990 con "un modelo de desarrollo económico sin respeto a los derechos humanos, ni de las instituciones".
La exguerrillera Dora María Téllez, férrea crítica de Ortega, estimó a su vez que a diferencia de hace 40 años, las protestas que estallaron en 2018 no son armadas, lo que demuestra "una vocación democrática" de la población.
Durante la actual crisis, Washington ha demandado cambios políticos en el país e impuesto sanciones contra una decena de altos funcionarios, entre ellos Rosario Murillo.
Pese a los vaivenes de los últimos 40 años, "el sueño de la revolución continúa vivo. Si pensamos en la Revolución francesa (1789), (...) hasta 100 años después pudieron declarar la República", apuntó Belli.
Pero muchos nicaragüenses no han percibido un mejoramiento en su nivel de vida en estos 40 años. Para Yoconda Salgado, una menuda anciana de 70 años que vive con su hijo y tres nietos en una casa de madera, "la pobreza sigue igual".
Un estudio de la Fundación Nicaragüense para el Desarrollo Económico y Social (Funides) reveló que el año pasado la pobreza aumentó a 23,5%. Y si la crisis continúa, este año podría subir a 32%, lo que significa que cerca de dos millones de nicaragüenses estarían viviendo con menos de dos dólares al día, según el estudio.
En las calles, pese al estado policiaco impuesto y la prohibición de la protesta popular decretada por el Gobierno, los ciudadanos -entre ellos simpatizantes sandinistas-, siguen gritando una nueva consigna que parece resumir la transformación del presidente sandinista: “Ortega y Somoza son la misma cosa”