Desde el lunes de la semana pasada 8.000 migrantes, en su grandísima medida marroquíes, ingresaron a la ciudad española de Ceuta, luego de que el gobierno del país africano relajara los controles fronterizos.
Si bien es cierto que históricamente éste ha sido un punto alrededor del cual han sido reiterativos los conflictos, sobre todo a raíz de la migración irregular, este último capítulo que se desencadenó a comienzos de la semana no solo respondió al hecho de que esta es una frontera natural de muy fácil acceso, sino que se constituyó en una jugada diplomática por parte de Rabat que amerita algo de contexto.
Brahim Ghali, un joven líder que en la década de los años setenta se puso al frente de otros jóvenes para fundar el Frente Polisario y defender la independencia de la República Árabe Saharaui (antigua colonia española), actualmente un asentamiento ubicado en el Estado de Argelia, es hoy un hombre de 71 años que, además de llevar varios años padeciendo un cáncer, en días recientes se contagió con covid-19.
Es importante referir, para el tema que ahora ocupa este análisis, que saharaui es un territorio que Marruecos considera como propio, pero que hace 48 años fue reclamado precisamente por el Frente Popular por la liberación de Saguía el Hamra, o más sencillamente por el Frente Polisario, liderado por Ghali.
“La ONU ha reconocido algo de la autonomía del Sahara Occidental y se han dado declaraciones como la del anterior vicepresidente de gobierno, Pablo Iglesias, quien indicó que avalaba la independencia de este pueblo, cosa que a Mohamed VI, actual Rey de Marruecos, no le gustó. Desde allí ha habido un rifirrafe diplomático precisamente porque Rabat no acepta esta política española que da luz verde o avala la independencia del pueblo saharaui”, le explicó a EL NUEVO SIGLO el sacerdote jesuita y quien por años trabajó con población migrante al sur de España, Javier Castillo.
Una respuesta diplomática
Con esa aclaración en mente es más fácil explicar qué fue lo que pasó el lunes de esta semana. De acuerdo con el profesor de Cátedra de relaciones internacionales de la Universidad Javeriana, Mario Aller San Millán, en esta ocasión lo que se vio fue una represalia por parte de Marruecos, por el hecho de que España decidiera acoger al líder del Frente Polisario en un hospital bajo su custodia.
“Esta semana la embajadora de Marruecos en España dijo que había actos que tenían consecuencias y que esta era la consecuencia. Y en ese sentido lo que Marruecos le dijo a España fue: tienes a mi enemigo bajo tu cuidado, pues la consecuencia es que yo relajo el control de la frontera. Básicamente así puede resumirse”, le dijo a EL NUEVO SIGLO el internacionalista español.
San Millán explicó, además, que previendo respuestas como la que eventualmente se generó, la solicitud de asistir médicamente a Ghali se hizo con toda la discreción del caso, pero el tema eventualmente se filtró a medios.
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“Argelia, el Estado que cobija al Frente Polisario, le pidió el favor a España de que lo acogiera. Hay que tener presente que Argelia y España tienen muy buenas relaciones, entre otras cosas porque Argelia es el principal proveedor de gas no solo a España sino al sur de la Unión Europea y de ahí que Ghali terminara hospitalizado en suelo español. Técnicamente esto era secreto, de hecho, Ghali entró con un nombre falso, pero eventualmente se hizo público. A Marruecos, hay que decirlo, le conviene que Ghali ya no figure en el panorama porque para dicho país son terroristas y de ahí la respuesta de relajar las medidas”, añadió el internacionalista español.
En medio de esta disputa diplomática entre Rabat y Madrid, que el pasado jueves escaló cuando España calificó el hecho como una "agresión" y un "chantaje" por parte de Rabat, aunque al finalizar la semana el terreno de las relaciones comenzó a recomponerse tímidamente para agilizar el retorno de los migrantes a su país de origen (alrededor de 2.000).
Un problema de vecindad
Ahora bien, esta fue la coyuntura de los hechos de la última semana, pero la realidad es que, tanto en Ceuta como en Melilla, por décadas han sido motivo de tensiones entre ambos países precisamente por la ubicación geopolítica de las mismas.
“Todos los años hay una temporada en que, por cualquier hecho, por pequeño que sea, se relajan los controles en la Playa del Tarajal que, sin lugar a dudas es el punto más blando de la frontera con Marruecos. Es que la gente pasa a nado, no hay que saltar vallas, sino que es una nadadita corta. En otra ciudad en donde ocurre algo similar es en Melilla, pero allí por la parte norte para los inmigrantes es prácticamente imposible el paso, porque es una base militar. Pasar por Ceuta es mucho más fácil”, añadió el profesor Aller.
Adicionalmente hay que contemplar que este hecho ha sido histórico. Como en cualquier vecindad, la relación entre Marruecos y España ha estado marcada por tiempos de amor y por tiempos de odio, desde finales del siglo XV cuando se comenzaron a reconquistar por parte del reino de España aquellas ciudades que estaban bajo dominio islamista.
Un problema sin resolver
Por último, de acuerdo con el analista Castillo, además de los antecedentes políticos y de las dificultades de convivencia y de dominio geopolítico entre el norte de Marruecos y el sur de Europa, hay un problema sin resolver, que es el de las migraciones.
En este punto, indicará Castillo, hay que pensar más allá de España y considerar que en Europa la política migratoria europea quizás ha pecado por poner demasiado el acento en la parte de seguridad, lo que es la estrategia del Frontex, proteger las fronteras contra la avalancha de personas tanto del Magreb árabe (Argelia, Túnez, Marruecos), como de los países Subsaharianos que van subiendo por dos rutas: una vía Marruecos y otra por Túnez, así como por Lampedusa, al sur de Italia.
“El Frontex es una política de seguridad, de vigilancia de las fronteras marítimas y terrestres de la frontera sur europea y este acento en la seguridad creo que ha hecho que el problema de las migraciones esté permanentemente irresuelto porque el problema no se soluciona poniendo vallas y patrullas que vigilen los mares, sino quizás mirar más políticas de cooperación internacional para el desarrollo, de manera que los países expulsores, los países de origen, comiencen a generar condiciones de vida digna, lo que sería el mejor efecto disuasorio de una migración masiva. Yo personalmente creo que se está poniendo el acento donde no es”, puntualizó el sacerdote jesuita.