Ricardo Angarita es el trabajador más antiguo del Comité Internacional de la Cruz Roja en Colombia y ha visto durante su carrera una Colombia que nadie imagina. Esta es la historia de él, un hombre que ha dedicado casi cuatro décadas al servicio del país
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“LE DIJE: señor, ¿nadie le dijo que este campo estaba repleto de minas?” -sí, pero no ve que la ternera se metió aquí y yo necesitaba rescatarla, es lo único que tengo, me contestó un campesino hace 20 años antes de que él y su ternera murieran en ese campo minado”. Quizá ha sido ésta la experiencia más impactante que el trabajador más antiguo de la Comité Internacional de la Cruz Roja en Colombia, Ricardo Angarita, ha vivido.
La lista de recuerdos, sin embargo, es larga, en su vida dedicada por completo al servicio de un país que ha vivido en la guerra podría llenar álbumes enteros, tanto de excepcionales y extraordinarios momentos cargados de una extrema felicidad, como de lamentables imágenes manchadas por el dolor y el desconsuelo.
Su destino estaba marcado, en su interior había una fuerza que siempre lo encaminó hacia el servicio del otro: “siempre quise pertenecer a un grupo como voluntario, por eso entré primero a la Cruz Roja Colombiana” dice Ricardo después de devolverse 36 años atrás, fecha en la que inició como voluntario dentro de la Cruz Roja Colombia (CRC), entidad que lo llevaría a vivir una de las experiencias más duras de su vida, la tragedia de Armero.
“Yo hice parte del segundo grupo que llegó a atender la emergencia, lo que supondría que la gente ya tenía los sentimientos un poco ‘pasmados’. Pero no, lo que pasó después de la emergencia humanitaria en Armero es algo muy difícil de describir, el miedo y el desespero no sólo invadían a las personas, sino también a nosotros los socorristas”, dice.
En la memoria de Ricardo aún siguen latentes las imágenes de lo vivido en ese entonces, pues fue la primera gran catástrofe que socorrió, en donde la poca experiencia fue un enemigo que, en conjunto con la incertidumbre del ambiente, le costaron más que un dolor de cabeza. “La gente se asustaba por todo, el mínimo movimiento sonido los alertaba” agrega.
Armero es sólo el prólogo de este gran libro de historias, uno en el que la sinopsis no es la tragedia, sino la alegría que existe en medio de ésta, pues su camino siguió y aún se escribe dentro del capítulo más largo, el que lleva haciendo desde hace 26 años en el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), casa que lo ha llevado a recorrer este país apuñalado por la violencia.
En la CICR
Su labor humanitaria va más allá de darle cara a la guerra, ha sido dar consuelo a quienes se sienten y están olvidados, pues sus pasos lo han direccionado hacia lugares inhóspitos, desconocidos, donde el estado ni siquiera se asoma; su ojos, por muchos años han sido testigos de las llagas que ha dejado el desplazamiento, el secuestro y el llanto de cientos de personas que sólo claman la tranquilidad que les fue arrebatada.
“siempre hay algo más por hacer, nunca se deja de ayudar a la población”: Angarita
Un estilo de vida en el que las emociones son palpables, resulta casi imposibles dejar los sentimientos a raya para cumplir la misión encargada, sin embargo, como él dice en medio de un suspiro, es su deber al menos intentarlo: “Aunque no es un trabajo como el de cualquiera y las emociones están en todas partes, es vital tratar de ser imparcial, armar el corazón de coraje y seguir. No cualquiera persona podría tomar este camino”, cuenta.
Ricardo asegura que cada emergencia es distinta, hay unas pequeñas que llegan a su memoria mucho antes que las grandes catástrofes, además de que no considera su labor como un empleo, sino como un estilo de vida que nunca cambiaría, pues le ha colmado la vida de grandes satisfacciones, como el hecho que su familia también viva al servicio de los otros, ya que su esposa e hijos también son voluntarios.
“¿Hay otra sensación más extraordinaria que decirle a una persona que su familiar después de estar desaparecido durante años aún vive? Para mí una sonrisa, un abrazo, las gracias son invaluables, son la gran recompensa a las noches frías lejos de casa” afirma Ricardo orgullosamente. “En medio de la guerra, también existía felicidad. La navidad era invaluable, pues era la fecha que muchos esperaban para reencontrarse con su ser querido, el cual podía estar secuestrado o desaparecido. Esas eran mis navidades”, agrega.
Ricardo es abogado de profesión, dice que fue esta carrera la que lo encaminó hacia el servicio y el trabajo por los demás, y aunque hubiese sido mucho más sencilla y un tanto más reconocida, se mantiene firme en que jamás se ha arrepentido del camino que emprendió hace 36 años, el cual le ha permitido encontrar una cara del país más profunda y oculta, en el que la esperanza reina a pesar de todo.
Además, la labor no se detiene, pues aunque ya haya pasado un año de la firma del Acuerdo, el país aún atraviesa un momento en el que la guerra sigue y ellos deben estar listos siempre. “Siempre se les debe preguntar, siempre hay algo más por hacer, nunca se deja de ayudar a la población”.
¡Colombia es hermosa! El conflicto armado se encargó de esconder una cara maravillosa del país, hay rincones hermosos, paisajes espectaculares, panoramas que muchos colombianos no han podido disfrutar, hasta ahora vamos a poder mostrarlo. Durante estos 26 años que he recorrido el país y he visto cosas que nadie se imagina, pero a pesar de todo lo malo, yo siempre he repetido: Colombia un día tendrá paz.
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