Los saberes ancestrales o tradicionales son un componente vital de las comunidades étnicas. Desde sus conocimientos, prácticas y rituales, estas comunidades se configuran con una identidad propia que las caracteriza y las diferencia de otras culturas. Son su forma de vivir.
Las manifestaciones culturales como la lengua, las tradiciones, el territorio, la organización social y los conocimientos sobre la naturaleza y el universo siguen siendo parte esencial de la humanidad.
Diferentes comunidades de indígenas y afrodescendientes se han unido para intercambiar conocimientos y usos de la biodiversidad. A su vez, resaltan la importancia de rescatar estos saberes y costumbres.
La sabiduría de los pueblos y comunidades indígenas es una herencia milenaria, transmitida por los y las abuelas de generación en generación, que forma parte de su sistema de vida vinculado con su espiritualidad, identidad, prácticas, economía y su cultura.
Bogotá, además, alberga a los descendientes de los muiscas o chibchas, quienes poblaban una amplia región de Cundinamarca y Boyacá a la llegada de los conquistadores españoles. En esta Bogotá mestiza (Bakata para los muiscas) sobreviven nombres como Usaquén, Teusaquillo, Usme, Engativá y Fontibón; además de docenas de apellidos que resistieron a la espada y el mestizaje.
Por esa razón, aunque extraños en esta caótica urbe del siglo XXI, los indígenas que viven en Bogotá saben que estas tierras les pertenecieron a los muiscas y que el espíritu de los zipas que aquí gobernaron se mantendrá vivo mientras conserven el camino del conocimiento propio.
Bajo esta premisa, EL NUEVO SIGLO habló con Libardo Asprilla, concejal de Bogotá por la Alianza Verde y activista por la inclusión social y el deporte, sobre la importancia que tienen los saberes ancestrales en una ciudad como Bogotá.
“Históricamente los saberes ancestrales han hecho parte estructural de Bogotá y su construcción. Juana García es muestra de ello, representa lo que son hoy las matronas, las sabedoras que a través de la medicina ancestral han curado y cuidado de la vida. Los saberes ancestrales tienen mucha importancia en la ciudad, pues hacen de Bogotá la capital de la diversidad, la plurietnia y la multiculturalidad, lo cual en últimas es nuestra principal potencialidad como Nación”, explicó.
Asimismo, señaló que existen diversos tipos de saberes ancestrales, entre los que destacó saberes en las estéticas como por ejemplo turbantes y trenzas, en la medicina como la partería y bebedizos, y en la gastronomía.
“Todos estos saberes parten de la resistencia que han tenido las comunidades negras, afrocolombianas, raizales y palenqueras, que parten del continente africano y su diversidad étnica es parte de lo que llamamos la diáspora africana, que re-existe conforme a cada contexto”, aseveró.
Oriundo de Tagachí, Chocó, el concejal es economista de la Universidad Cooperativa de Colombia, especialista en Gerencia de la Universidad Gran Colombia y Evaluación y Desarrollo de Proyectos de la Universidad del Rosario. Se ha desempeñado en cargos como director del Instituto para la Economía Social (IPES), director de Asuntos para Comunidades Negras, Afrocolombianas, Raizales y Palenqueras del Ministerio del Interior y asesor de la Dirección de la Unidad Administrativa Especial del Servicio Público de Empleo del Ministerio del Trabajo.
Rol de las entidades distritales
El concejal enfatizó en que las entidades educativas y distritales tienen un papel muy importante en la preservación de saberes ancestrales. “Antes de contratar operadores logísticos se pueden apoyar los procesos de empresa y emprendimiento propios de las comunidades étnicas. Asimismo, generar espacios de apreciación cultural que prevengan la apropiación cultural de los saberes ancestrales”, señaló.
Por su parte, Ivonne Johanna Orjuela Ramírez, cantadora y partera quien lleva por nombre ancestral Isa Vasia, le dijo a EL NUEVO SIGLO que el Distrito obstaculiza la preservación de los saberes ancestrales en Bogotá.
“A veces en las convocatorias culturales que realizan nos exigen tener curso de manipulación de alimentos para las exhibiciones gastronómicas. También nos piden registro Invima como si pudiéramos decirles a ellos las plantas medicinales y los rezos que utilizamos para hacer pomadas. Todo eso frena la preservación de los saberes ancestrales en las nuevas generaciones”, afirmó.
De igual manera, recordó que en la gastronomía bogotana uno de los principales saberes ancestrales es la chicha.
Alfredo Ortiz Huertas “El Cacha”, fundador del Museo de la Chicha, es un hombre de 62 años, de origen muisca y campesino.
La facua, mejor conocida como chicha, que en lenguaje chibcha significa diarrea, remonta sus orígenes a la colonización española. Alfredo explica que la chicha es un fermento tipo vinagre y recuerda cómo fue su primer acercamiento con la bebida.
“Yo conocí la facua desde niño, incluso esa era nuestra leche o nuestro tetero. Nos daban la chichita en estado inocente, que es cuando está como una coladita ligeramente fermentada”, indicó Alfredo a EL NUEVO SIGLO.
“El Cacha” señala con entusiasmo que la chicha es muy importante por ser la base de la dieta de los pueblos originarios desde hace aproximadamente 1.500 años. Además, explica que este tipo de bebidas originarias de Colombia no las tomaban solo para estar bajo un estado de ebriedad y eventual felicidad.
“A diferencia de las otras bebidas que nos trae el hermanito español que dan borrachera y euforia, estas bebidas no, puesto que dan un calorcito y un estado de paz y alegría. Sorbo a sorbo despiertan los sentidos, son fermentos y las propiedades medicinales de un fermento son muy importantes, regeneran la flora intestinal y el colon, así como el sistema endocrino y el sistema inmunológico; además, es antioxidante, entre otros beneficios”, explicó Alfredo.
La vida cultural en la ciudad
Bogotá era una ciudad aislada por las vías de comunicación, que eran muy precarias. Tan sólo a fines del siglo ese aislamiento fue cediendo gracias al ferrocarril y a algunas carreteras que la pusieron en contacto con el río LMagdalena y a través de este con la costa Caribe.
En la década de los sesenta, escritores de diversas tendencias se agruparon alrededor de la revista Mosaico, fundada y dirigida por José María Vergara y Vergara, y conformaron uno de los primeros intentos de historiar la literatura colombiana y de consolidar la identidad cultural del país.
La vida cultural de la ciudad se concentraba en las tertulias literarias que durante el siglo XIX les permitieron a los bogotanos asistir a presentaciones musicales y de obras dramáticas. En el Teatro Maldonado se llevaban a cabo representaciones de teatro y de ópera y ya a finales del siglo XIX Bogotá contaba con dos teatros importantes: el Teatro de Cristóbal Colón, inaugurado en 1892, y el Teatro Municipal, inaugurado en 1895, que ofrecía zarzuelas y revistas musicales.
Durante el siglo XIX se conservaban las tradiciones y costumbres de la época colonial, combinadas con algunas influencias europeas. En las reuniones se impusieron el chocolate con colaciones y dulces elaborados en las casas que se servía en las noches, y el ajiaco se convirtió en el plato típico. En las veladas nocturnas se tocaban en el piano las piezas musicales de compositores locales, y en las reuniones más numerosas se bailaba el pasillo, una forma de vals rápido llamado así por los pasos cortos que se daban al ejecutar la danza.