Mi padre, Álvaro Gómez Hurtado, solía decir que su destino era perder las elecciones para que luego sus contradictores gobernaran con muchas de sus ideas. Cosa que a él no le molestaba tampoco, en absoluto, pues también solía decir que la política es un medio y no un fin en sí misma y que más que llegar a la Presidencia, como un capricho personal, lo que él quería era transformar a Colombia. Hacerla un poco mejor, ¡que no maten a la gente!
En ese sentido no fueron pocas las iniciativas políticas o económicas, jurídicas, constitucionales, incluso morales, que mi padre tuvo por bandera a lo largo de los años y que luego se incorporaron a la vida institucional colombiana. Pienso, por ejemplo, en la elección popular de alcaldes o en la idea de la planeación como un derecho democrático para que un país pobre como el nuestro no dilapidara sus energías en aventuras sin sentido.
La Constitución de 1991, una de las grandes conquistas de los colombianos en su historia, aun a pesar de todo lo que la han manoseado y reformado y a pesar también de quienes la quieren tirar por la borda en su megalomanía, contiene muchos conceptos y muchas instituciones que fueron propuestos o apoyados con entusiasmo por mi padre, quien siempre dijo que ésa había sido una “azarosa hazaña”.
Pero si hay una idea vinculada hasta lo más profundo con la memoria y el legado de mi padre, esa es sin duda la de un ‘acuerdo sobre lo fundamental’. Y aunque muchos creen que ella refleja la madurez de los años finales de su larguísima vida pública, lo cierto es que ya desde 1978 Álvaro Gómez hablaba de eso, y lo cito textualmente: “Un acuerdo fundamental, tácito, sobre los valores de nuestra sociedad…”.
Con esa bandera, en 1990, después de haber sido secuestrado en 1988 por el M-19, mi padre se lanzó por tercera y última vez a la Presidencia de la República; fue también el ‘acuerdo sobre lo fundamental’ su plataforma en la campaña para la Asamblea Nacional Constituyente de 1991, en la que su movimiento, el Movimiento de Salvación Nacional, obtuvo una de las votaciones más altas y definitorias para reformar la carta de 1886.
Y parece ser tan perdurable y vigoroso el legado de Álvaro Gómez, aun después de su muerte, que incluso uno de los candidatos a la Presidencia de la República, Gustavo Petro, invoca de manera sistemática su nombre y su pensamiento, arropado él también en el ‘acuerdo sobre lo fundamental’. Quién lo diría: quienes tanto lo tergiversaron en vida, ahora saquean cínicamente sus ideas para hacer campaña con ellas.
Y aunque el uso arbitrario del nombre de mi padre, que muerto no se puede defender, parece una gran reivindicación histórica, también hay en él la macabra paradoja de que quien lo ejecuta, el hoy candidato Petro, fuera un miembro muy activo del mismo movimiento que lo secuestró, el M-19. Secuestro en el cual fue acribillado, con 16 balazos, su joven escolta, Juan de Dios Hidalgo. “Y eso no lo puedo olvidar”, siempre decía mi padre.
Pero también hay algo mucho más de fondo en esa diferencia del ‘acuerdo sobre lo fundamental’ que proponía Álvaro Gómez y el que ahora propone Gustavo Petro. Porque la esencia del de mi padre estaba en la justicia: en devolverle a este país el valor sagrado de la vida y de la ley sin que el estado de derecho se esté negociando todo el tiempo con los criminales y sin que lo perviertan, desde el propio gobierno, sus dueños de turno.
Por supuesto que las ideas no son de nadie, o son de todos, y buscar sus propietarios es un contrasentido. Más aún en el caso del candidato Petro, de cuya avidez no se han librado ni Alfonso López Pumarejo, ni Luis Carlos Galán, ni Jorge Eliécer Gaitán, y ni siquiera el pobre Moisés. Pero al menos en mi familia sí nos hemos sentido interpelados por la forma oportunista en que se usa el nombre y la imagen de Álvaro Gómez Hurtado. Y nos parecía importante decir lo que pensamos. Eso, para nosotros, también es lo fundamental.