Los historiadores y las personas del común, se preguntan, ¿en qué momento se convierte Rafael Núñez en el gran estadista del siglo XIX? La interrogante viene al caso por cuanto le tocó competir con los políticos y militares más aventajados de su tiempo, sin que varios de ellos pasarán de ser tenidos por agitadores y dirigentes de sus partidos, algunos de notable inteligencia y otros por su capacidad de defender con mística su causa.
Sin duda, don Antonio Nariño tuvo esa misma condición eximia, sin llegar a desempeñarse suficiente tiempo en el poder por estar preso en España o vetado por el sector santanderista, precisamente por su condición de estadista. Se le compara con el Libertador Simón Bolívar, un político y militar con capacidad de arar en el mar y sembrar sus ideas en el viento.
La defensa que hace Nariño del centralismo es de las más brillantes que se conoce durante la gesta de Independencia, y también la más objetiva. Sin poder evitar que los dirigentes criollos de las provincias deslumbrados por el federalismo de los Estados Unidos, se lanzaran por esa vía sin atender que nuestras realidades geográficas-económicas fueran tan distintas.
Nariño enfrenta a los federalistas y sufre la famosa traición del general Baraya y de Santander, que se pasan con sus tropas al bando federal.
Tampoco pudo Nariño vencer a los indígenas y realistas de Pasto, guerreros de una capacidad asombrosa para la lucha de guerrillas y sacar ventaja de su montañoso territorio. Esa ciudad consiguió detener el avance victorioso del general bogotano, que se proponía derrotar a los pastusos y a los realistas del Ecuador y, posiblemente, del Perú.
Los realistas de Pasto, por su ardiente catolicismo militante y virtudes de lealtad a la corona y la defensa militar de la misma, han sido comparados con los aguerridos vascos de España. Pasto no había acompañado a las huestes del Rey de no haber demostrado la corona desde tiempos de Isabel la Católica el más vivo interés por las condiciones de vida y la defensa de los indígenas, en especial de los hacendados y poderosos descendientes de los encomenderos.
Nariño continúa siendo una estrella solitaria en el horizonte de la política colombiana de tiempos de la Independencia, que defiende con coraje el Gobierno central al servicio de la Nación y de la democracia. Condena el federalismo como una enfermedad infantil de los políticos inexpertos de tiempos de la Patria Boba, cuando cada municipio por minúsculo que fuese quería hacerse reconocer como Estado, tener una burocracia y un ejército propios, así no pudiesen financiar lo uno ni lo otro. Algunos de ellos consideraban que el pueblo no era, sino el de su ciudad, incluso discriminado. Esa mentalidad de campanario no atendía al ser nacional, sino a lo local. El federalismo en un medio tan divergente, aislado y con abruptas cordilleras, incluso ríos que a veces separan en vez de unir, vienen a segregar lo que durante trescientos años había estado unido bajo el estandarte del imperio español.
Carácter de Bolívar
Sin duda, quien fundó a Colombia es el Libertador Simón Bolívar, como lo había prometido en su manifiesto de Cartagena al anexar a Venezuela, Ecuador y luego Panamá, con la Nueva Granada para crear la Gran Colombia.
Es bueno preguntarse, ¿cómo hizo Bolívar para cumplir esa hazaña que otros quisieron realizar y no consiguieron llegarle ni a los talones? En realidad, confluyen en el Libertador la virtud de servir a una causa con la mística de su voluntad de sacrificio, talento político, capacidad de convocatoria y por abrirse paso con su espada. Sin el talento como estratega castrense que lo distingue el ilustre caraqueño habría sido otro ‘militar de fortuna’ en Venezuela o la Nueva Granada, como en otras regiones de Hispanoamérica.
El Libertador entiende desde el Manifiesto de Cartagena, que España mandará una expedición o varias de 10.000 a 20.000 guerreros para intentar someter de nuevo a los independentistas. Lo que se cumplió. En tanto que los federalistas consideraban que podían disfrutar del poder local y que el país se desarrollaría por inercia, cuando lo que implantaba era un absurdo derroche de recursos y energía que los debilitaba en grado sumo.
El cartagenero
Rafael Núñez apenas participa en un conflicto civil portando la espada, en donde del otro bando estaba su padre que había llegado a general por sus méritos profesionales. Esa dura experiencia de enfrentar a su progenitor en un combate fue para Núñez la prueba de la frustración política de los colombianos, donde se llegaba a esos extremos de dividir la familia.
En otra oportunidad, el general Tomás Cipriano de Mosquera, que gobernaba con mano de hierro el país, deja encargado del poder Ejecutivo en Bogotá a un triunvirato encabezado por Rafael Núñez, Lorenzo María Lleras y Manuel Abello, siendo estos sitiados por las aguerridas tropas conservadoras en una iglesia.
En ese sitio Núñez y sus compañeros se desempeñaron con valor y disciplina. Cuando se estaban acabando los víveres y la munición, se temía un asalto sangriento de las tropas conservadoras. Como no llegaron las raciones en forma, unas pocas se colaban por las ventanas. Entonces le dijeron a Núñez que lo único que “llegó hoy fue una tusa”. Núñez, de inmediato sonríe y arenga a los que lo rodeaban: pronto llegan refuerzos con el famoso general ‘El Tuso’ Gutiérrez. Lo que en efecto ocurrió y determina que el talentoso y arrojado general sitiador, Gonzalo Canal, se retire.
A partir de entonces, se reafirma el Regenerador en su visión de la política mediante la persuasión de tesis e ideas y no de las armas. Entiende que estas son la continuación de la política por otros medios. Tampoco concibe unas fuerzas armadas neutrales. Cuando la causa justa de la política fracasa en conseguir el apoyo nacional, en ocasiones es la espada la que debe actuar. Lo que demuestra la historia.
Un ejército −contra el decir de Alberto Lleras Camargo en memorable mensaje dedicado a los militares en el Teatro Patria− no puede ser neutral cuando la civilización sufre el asalto de fuerzas disolventes y subversivas. La democracia no se defiende con la pasividad de los soldados, sino con su valor y espíritu de sacrificio. Eso es lo que Rafael Núñez, entiende 100 años antes, tal como se dice: “la guerra es la continuación de la política por otros medios”.
Como en el sistema federal imperante en Colombia el presidente era casi como un florero decorativo, que dependía del Congreso y de la voluntad de los estados, consiguió sobrevivir y gobernar de milagro durante dos periodos. Es en 1884, cuando el notable político decide que debe romper la camisa de fuerza del federalismo. El gobernante no puede seguir siendo un juguete del regionalismo disolvente. Y no es una fórmula del momento: en la reforma constitucional de 1853 había logrado librar al Ejecutivo de algunas de las cadenas que lo condenaban a la impotencia, mas, seguía siendo un Ejecutivo débil. Núñez quiere un poder Ejecutivo fuerte, como el que plantea el Libertador en su manifiesto de Cartagena, asunto que se dirime en la constitución de 1886.