Está presente en 18 países de América y en Colombia se puede encontrar en todo el territorio, desde el Caribe y los bosques húmedos del Chocó, hasta la Cordillera de los Andes, la Orinoquia y la Amazonia, pero ¿qué tan fácil es ver un jaguar en vivo?
A juzgar por la experiencia del biólogo e integrante del equipo de Panthera Colombia, Ricardo Ortiz, no es muy fácil. A él le llevó cinco años cumplir el sueño de disfrutar de “esa sensación casi que indescriptible” de tenerlo a menos de 200 metros.
Rastrearlo en verano se hace más difícil porque no se visualizan sus huellas, pero fue justo bajo un sol inclemente que lo vio salir de su ‘escondite’ en la Hacienda Hato La Aurora, en el sector Estero de los Patos, cerca de un estero.
La pista que los llevó a las cercanías de uno de los tres felinos más grandes, y que ruge como el león, fue la muerte de un caballo y más adelante de un chigüiro.
“Valió la pena verlo en vivo luego de observarlo por cinco años a través de las cámaras trampa. Tuve la oportunidad de disfrutar la presencia de un jaguar por dos horas”, dijo Ortiz.
Recordó que “estuve dos años recorriendo el Magdalena Medio, Antioquia, el Nudo de Paramillo; había huellas, los pobladores lo habían visto, estuve muy cerca pero nunca fue posible”.
Añadió que “en una ocasión me dijeron que hacía media hora había pasado. Inclusive entrevisté a un pescador en el río Atrato, me respondió que ‘lo acabo de ver’. Nos devolvimos y a 300 metros había huellas, marcó un árbol con aruñadas, pero no lo encontramos”.
Tras dos años en el Pacífico, llegó el premio en 2020. “Era nuestro último día de esa salida de campo, empezaba la pandemia, había rumor de que se podía cerrar el país (por la cuarentena), lo habíamos buscado sin descanso. Encontramos un caballo que mató, después un chigüiro en el Hato La Aurora. Estuvimos cerca, sin perturbar su zona de confort. Lo esperamos largo tiempo. El verano era intenso, pero en donde estábamos había el único punto de agua”, señaló.
Agregó que estaba con Jorge Barragán, uno de los dueños del hato, y dos investigadores más. “Eran como las tres de la tarde, el sol era inclemente. Yo estaba sentado en el suelo tomando la sombra de la camioneta y hablando con una investigadora, Valentina Borón. Le pregunté qué haría si saliera el jaguar, respondió que ‘no pues, qué emoción’. Para Valentina no era una experiencia nueva porque ya lo había visto en Brasil pero en Colombia era más significativo por lo que se trabaja acá”. ¿Qué haría usted?
El momento
Ricardo respondió: “le tomo fotos”. Y el imponente jaguar, uno de los 16 mil que quedan en el país según datos de 2020, finalmente apareció. “Estábamos tan emocionados que cuando salió de la mata por un pasto alto, camuflado, él nos vio y se agachó. No se nos perdió. Me subí al platón de la camioneta, nos miró y como nosotros estábamos tranquilos, caminó por la orilla del estero. Me imaginaba que si hacíamos un movimiento brusco, se nos perdía. Estaba como a 200 metros”.
“Se acercó al agua, tomó, se echó y nos miró, vio que estábamos tranquilos, nos dio la espalda. Duró como 40 minutos, cuando despertó se acicaló las patas, hizo de todo, fue una locura. Barragán estaba sorprendido por el tiempo que el jaguar estuvo ahí. Fueron dos horas, algo increíble. Era un macho adulto, todavía lo registramos en las cámaras trampa”, contó Ortiz.
Ricardo recordó que había visto jaguares en cautiverio, “pero otra cosa es verlo libre, es algo fascinante. Uno se enamora y fui premiado con ese avistamiento”.
Sin embargo, lo de las fotos que iba a tomar… lo cumplió pero “por la emoción, las primeras me quedaron desenfocadas, ya luego le tomé otras que quedaron buenas y le hice video”.
Recientemente, el pasado 15 de febrero, en la misma zona fue avistado otro ejemplar del felino “por unos compañeros que no lo habían visto, entre ellos nuestro nuevo director, Jerónimo Rodríguez; otro macho residente en la reserva”.
Trabajo con las comunidades
A pesar de que en casi todo el país hay jaguares, su población se enfrenta a múltiples problemas, por lo que la especie se mantiene en la lista de “en peligro” o “amenazada”.
Por ello, parte del trabajo de Ricardo es hablar con las comunidades, explicarles por qué el felino es fundamental en la defensa de los ecosistemas, enseñarles cómo convivir con él para que no lo vean como un enemigo sino como un aliado.
“Cuando se hace ese proceso, el cambio de actitud hacia los felinos es gratificante”, dijo Ortiz, quien es coordinador del tema del conflicto humano-felinos. “Les explicamos a los campesinos, a los ganaderos, que no hay que dejar de producir y que estos grandes depredadores son necesarios. Ellos empiezan a comprender que los sistemas productivos dependen de estos grandes felinos”.
Añadió que “no se logra de la noche a la mañana. Hay productores que se enojan mucho por las pérdidas que son considerables y se les demuestra que se puede convivir con los felinos, que no los deben matar”.
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Disminución
Según WWF, específicamente en Colombia, el área de distribución de la especie ha disminuido aproximadamente un 39%. Su desaparición gradual ha llevado a que la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) catalogue a la especie como en estado de Casi Amenaza (NT) en la Lista Roja.
Detrás de esta drástica reducción están la pérdida y degradación de su hábitat, el tráfico ilegal y los conflictos con humanos. La primera de estas amenazas es una de las más relevantes, pues el jaguar necesita de grandes extensiones de territorio para sobrevivir.
Sin embargo, con el paso de los años, la expansión de la frontera agropecuaria, la minería y la explotación forestal han reducido y desgastado sus hábitats, disminuyendo los recursos disponibles para su supervivencia, tales como las presas, y aislándolos en zonas específicas.
La pérdida de hábitat también está relacionada a los conflictos con humanos. A medida que sus territorios se reducen, los jaguares son empujados a zonas aledañas donde viven humanos. Allí entran a competir con las personas por el espacio y los recursos, y esto resulta en ataques de animales a personas o daños materiales a las comunidades que a menudo conducen a su cacería, ya sea en defensa propia, como prevención o represalia.
Panthera Colombia a su vez recuerda que las áreas protegidas componen la columna vertebral del Corredor Jaguar. Por esta razón, trabaja de la mano con el Sistema Nacional de Áreas Protegidas, buscando garantizar la conectividad entre las poblaciones de jaguar de Centro y Sur América.
Además, la organización cuenta con Escuela Jaguar, programa de formación y capacitación que viene desarrollando desde 2018 a lo largo del Corredor Jaguar, con la intención de fortalecer los Proyectos Ambientales Escolares -PRAE- y los indicadores curriculares en la asignatura de Ciencias Naturales.
“Hemos desarrollado talleres y otras actividades para niños en zonas claves para la conservación de los felinos. De manera didáctica hacemos sensibilización sobre la importancia del jaguar en el contexto cultural y entorno ambiental inmediato, las amenazas que enfrenta esta especie y los efectos negativos de la tenencia de animales silvestres como mascotas”, señala.
Así mismo, se cuenta con el Objetivo del Plan Jaguar 2030, que busca fortalecer el Corredor del Jaguar en todos los países del área de distribución, asegurar 30 paisajes prioritarios para el jaguar para 2030, estimular el desarrollo sostenible, reducir el conflicto jaguar-humano en paisajes dominados por humanos y aumentar la seguridad y conectividad de los paisajes protegidos más importantes, alcanzando un objetivo de importancia global en la conservación de la biodiversidad.
EN LA hacienda Hato La Aurora fue capturada esta foto de uno de los tres felinos más grandes, el jaguar, hace dos años./Ricardo Ortiz-Panthera
UNO DE los trabajos que desarrolla Ricardo Ortiz (gorra azul) es interactuar con la comunidad y mostrarle lo valioso que es el jaguar para la biodiversidad.