DESDE hace aproximadamente seis meses, las redes sociales han estado dando a conocer planteamientos sobre la integración centroamericana por parte del presidente Nayib Bukele (1981 -) de El Salvador. Las ideas que se presentan son generales, pero indispensables y actualizadas si en verdad la subregión del istmo desea promover con efectividad un desarrollo que sea productivo y eficiente en lo económico, equitativo en lo social y sustentable en lo económico.
De conformidad con lo expresado por el mandatario salvadoreño -y tal y como puede constatarse en múltiples bases de datos- la integración de los seis países centroamericanos supondría tener de manera inmediata, una producción total anual de unos 240,000 millones de dólares (PIB) contar con unos 510,000 kilómetros cuadrados -casi la extensión de Francia- y un total de población de unos 38 millones de habitantes.
Estos datos corresponderían a la integración de Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá.
Estas ideas son muy oportunas. Su contenido no es ninguna novedad. Se trataría de recuperar lo que una vez fueron, en lo fundamental, los territorios de la Capitanía General de Guatemala que, hasta los años 1840, comprendían los cinco países centroamericanos excluyendo a Panamá que en ese entonces era territorio de Colombia. Es decir, la Capitanía de Guatemala colindaba, en tiempos de la Colonia, entre el Virreinato de Nueva España -México- y el de Nuevo Granada -básicamente la actual Colombia y Ecuador.
La ruptura de lo que una vez fueron las Provincias Unidas de Centro América -con independencia el sábado 15 de septiembre de 1821- se puede establecer en la fecha de otro 15 de septiembre, esta vez de 1842, cuando fue ejecutado en Costa Rica, el segundo presidente de Centroamérica: Francisco Morazán (1792-1842).
Más recientemente, la integración centroamericana tuvo notables avances desde los años cincuenta del Siglo XX. Se llegó a crear un tratado de integración entre cinco países: Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica. Estos acuerdos avanzaron hasta tener un Mercado Común Centroamericano para los años sesenta. Las fases de integración se desarrollaban conforme los postulados del clásico trabajo sobre integración de Bela Balassa (1928-1991) economista húngaro, “Teoría de la Integración Económica” (1961).
Antes que Europa tuviese el euro como moneda de transacción regional, durante los años sesenta Centroamérica llegó a contar, para tales fines, con el peso centroamericano. Se conformaron diferentes instituciones aun hoy vigentes tales como la Secretaría de Integración Económica Centroamericana (SIECA) el Banco Centroamericano de Integración Económica (BCIE) y el Consejo de Presidentes.
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En la actualidad, con la incorporación de Panamá y de República Dominicana, se ha establecido el Sistema de Integración Centroamericana (SICA), con sede en San Salvador. Uno de los problemas que se tienen, lo que es común también al Parlamento Centroamericano -surgido de los Acuerdos de Esquipulas I de agosto de 1987- ha sido la legitimidad concreta de las organizaciones, su funcionamiento y resultados.
La idea de Bukele es renovada y apuesta por una reactivación de los procesos de integración. Es, indiscutiblemente, una idea pertinente dado que permite hacer de las “pequeñas soberanías” una transformación mediante la cual el istmo centroamericano se pueda convertir en un actor importante en el ámbito internacional.
Se aprovecharían en general cuatro grandes ventajas de los procesos de integración: (i) aprovechamiento ampliado de la demanda efectiva de mercados internos; (ii) mayor atracción de inversiones en la economía real, lo que conlleva más empleo; (iii) mayor facilidad para establecer procesos productivos basados en economías de escala; y (iv) mayor capacidad de negociación por parte de los Estados que se integran.
Como parte de los problemas centrales, desde luego y como ha sido recurrente, es la implementación; la puesta en práctica de las iniciativas. Una vía de implementación consistiría en iniciar la reactivación de estos planteamientos a partir del denominado Triángulo Norte -Guatemala, El Salvador, Honduras. No es lo óptimo, pero es lo que se evidencia más factible en lo inmediato.
Todos sabemos lo que son las condiciones de crisis democrática en Nicaragua, con el régimen ya prolongado de Daniel Ortega. Por otra parte, Costa Rica tiene una funcionalidad social que le hace ser junto a Uruguay, Chile y hasta cierto punto Trinidad y Tobago, de los países latinoamericanos y caribeños con mejores indicadores económico-sociales. Esto repercute en el poco interés de Costa Rica en lazos con sus pares de la subregión.
En el caso de Panamá, su inclusión es totalmente estratégica. Se trata de un país con favorables niveles de crecimiento económico, con estabilidad social, además de un centro financiero mundial y la dotación de su Canal, la “garganta” de América Latina.
Incluso para fines de seguridad y lucha contra la corrupción, la idea de Bukele es consistente. Enfrentar estos flagelos se puede hacer, más efectivamente, a partir de una eficaz integración subregional. De nuevo, lo clave en todo esto es voluntad política sostenida, efectivos mecanismos de integración cuyos resultados beneficien a los ciudadanos. Sin ello, los intentos de la integración continuarán condenados al descrédito, viéndose en ellos fuentes de despilfarro de recursos y de innecesaria burocratización para las sociedades.
*Ph.D. University of Pittsburgh/Harvard. Profesor, Facultad de Administración de la Universidad del Rosario
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