TRAS apagar los incendios políticos generados por el improvisado retiro de Afganistán, la crisis con su par francés por los submarinos que negoció con Australia, el rebrote de la pandemia y el trato inhumano a refugiados haitianos en la frontera, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, se emplea a fondo para superar una impensable crisis: la división al interior de su partido demócrata que está haciendo peligrar sus proyectos eje de gobierno.
Con una popularidad arrastrada a la baja por los impasses anteriormente mencionados, llegando a una impensable cota de 44% en tan solo ocho meses de gestión, el mandatario norteamericano enfrenta una batalla intestina entre los demócratas que ha retrasado la votación de sus dos ambiciosos y costosos proyectos claves: el plan de infraestructura y el de ayuda social.
En la semana que acaba de concluir ha hecho de todo: desde levantar el teléfono reiteradamente para hablar con casi todos los miembros de su bancada tanto en Cámara como en Senado hasta acudir personalmente el viernes al Congreso para pedalear un entendimiento, no sin antes reunirse en varias ocasiones con el dúo apodado “Manchema” (Joe Manchin y Kyrsten Sinema), quienes lideran la oposición a los presentados proyectos por considerarlos excesivamente costosos.
De esta forma, ocho meses después de que fuera aplaudido y felicitado por un monolítico Partido Demócrata, Biden que quiere pasar a la historia como el arquitecto de Estados Unidos para el siglo XXI -de allí sus ambiciosas iniciativas- encara esta ‘guerra’ al interior de su colectividad que si bien no amenaza con destrozar su agenda, si la dejaría muy maltrecha, porque parece que la única vía de solución para un entendimiento es el recorte de millones de dólares a sus iniciativas, tal cual lo planteó también la oposición republicana.
Y si bien las disputas internas no son nada nuevo en Washington, estos proyectos bandera de Biden que demandan el avalar del Congreso para gastar hasta 5 trillones de dólares en la reconstrucción de la economía después de la pandemia, pusieron al descubierto el alcance de estas divisiones.
Los desacuerdos entre las facciones izquierdistas y centristas del partido son tan profundos que fácilmente podrían dejar al inquilino de la Casa Blanca sin un legado del que hablar y enterrar las posibilidades de los demócratas en las elecciones intermedias del próximo año.
Vale recordar que el proyecto de ley sobre infraestructuras asciende a 1,2 trillones de dólares (este ha tenido un primer aval con el apoyo bipartidista) mientras que el de ayudas sociales contempla 3.5 trillones de dólares para destinar a temas como educación, cuidado de niños y cambio climático. Éste se pretende financiar a través de aumentos de impuestos a las corporaciones y a los más ricos, lo que es precisamente una de los motivos por los que se opone el dúo “Manchema”
Visita al Congreso
La difícil situación, que mantiene en suspenso la votación en el Congreso de esas dos ambiciosas iniciativas al igual que otra que también es clave y tiene menos tiempo para recibir el visto bueno, elevar el tope de la deuda pública, obligó a que el presidente Biden se desplazara el viernes al Congreso.
Tras sostener reuniones con representantes y senadores demócratas, el mandatario se mostró confiado en que su gestión lleve prontamente al entendimiento y se avalen sus iniciativas, para los que no puso plazo.
"Se los digo: lo lograremos", declaró a periodistas luego de reunirse a puertas cerradas con legisladores de su partido en el Capitolio.
"No importa cuándo, no importa si es en seis minutos, seis días o seis meses", añadió.
El presidente, un exsenador, buscó así mostrar un partido unido detrás de sus ideas.
La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, había prometido una votación esta semana sobre el plan de infraestructuras del mandatario. Empero, la votación fue aplazada el jueves y nuevamente el viernes, según el líder de la mayoría demócrata de la Cámara, Steny Hoyer.
Horas antes el presidente dio a los jefes demócratas la oportunidad de comprar un tiempo precioso para lograr los equilibrios necesarios.
Biden prometió "reconstruir mejor" Estados Unidos después de la pandemia y frente al cambio climático. Quiere renovar la infraestructura física y rearmar la red de apoyo social.
Razones de la división
Por un lado, hay fuertes inversiones en carreteras, puentes, redes eléctricas, bastante consensuadas, apoyadas por varios legisladores republicanos y, en principio, por los demócratas.
Y por otro lado, hay un gigantesco programa de gasto social (educación, salud, cuidado infantil) y ambiental, del que los conservadores no quieren escuchar y que divide al campo demócrata.
La relación entre los dos es objeto de negociaciones bastante incomprensibles para el público en general.
Los demócratas progresistas se niegan a votar sobre infraestructura sin garantías sobre el gasto social. Su argumento: los demócratas de centro, una vez que se hayan financiado los puentes y las carreteras, estarían muy contentos de posponer por tiempo indeterminado una votación sobre este otro componente.
Para algunos demócratas centristas, entre los que se destacan Manchin y la senadora Sinema, el tema de fondo es el monto (que les gustaría bajar), y el financiamiento (que cuestionan).
Pero más allá de estos tira y afloja, el debate gira en torno a la filosofía misma del proyecto Biden, que se supone que hará del Estados Unidos del siglo XXI un modelo de prosperidad y estabilidad frente a China.
Para estos demócratas de centro, y para todo el campo republicano, el Estado no debería interferir demasiado, incluso con las mejores intenciones, en la vida privada de los estadounidenses.
"Asistencialismo"
Así, el senador Manchin ha dicho públicamente que se opone al desarrollo de una "mentalidad de asistencialismo" en una sociedad en la que afrontar los gastos de educación, salud o una pérdida de ingresos proviene históricamente de la resiliencia individual e incluso de la caridad.
Para los legisladores más izquierdistas, encabezados por el senador Bernie Sanders, por el contrario, existe una necesidad urgente de corregir enormes desigualdades.
Y en el medio, está Biden que intenta la síntesis, repitiendo sin cesar "soy un capitalista", pero señalando también que es necesario apoyar a la clase media trabajadora.
Los demócratas controlan la Cámara de Representantes, pero su mayoría en el Senado es tan estrecha que cualquier deserción tiene un costo muy alto. Y, además, podrían perder esa mayoría en poco más de un año, en las elecciones de mitad de período.
Para complicar aún más las cosas, los republicanos, espectadores ante esta guerra interna, quieren que los demócratas se las arreglen solos, nuevamente a costa de tortuosas negociaciones parlamentarias, para votar un aumento del "tope de la deuda" antes de la fecha límite del 18 de octubre.
Esta maniobra, considerada por mucho tiempo técnica pero ahora prisionera de las divisiones partidistas, es necesaria para evitar un default de Estados Unidos, con consecuencias imprevisibles.
Hace una década, un enfrentamiento entre demócratas y republicanos sobre el aumento de la capacidad de endeudamiento de Estados Unidos situó al país a unos días del impago y provocó que una importante agencia de calificación rebajara su crédito por primera vez.
Tras este episodio, el principal republicano del Senado, Mitch McConnell, describió el límite de la deuda a The Washington Post como "un rehén que merece la pena rescatar".
Una década después, el límite de deuda que puede asumir Estados Unidos es otra vez objeto de feroces negociaciones en Washington entre los demócratas, que controlan el Congreso, pero no pueden reunir los votos suficientes para aumentarlo unilateralmente, y los republicanos, que se niegan a votar cualquier aumento.
La disputa tiene una importancia inusitada porque, de no producirse un aumento, Estados Unidos podría dejar de pagar sus facturas en octubre, lo que probablemente devastaría su economía y socavaría un pilar del sistema financiero mundial. /