¡Bienvenido el Acuerdo de Escazú! | El Nuevo Siglo
Miércoles, 11 de Diciembre de 2019
  • Burke o el pacto social de los conservadores
  • La protección obligada de los líderes ambientales

 

Quienes compartimos el concepto del contrato social al estilo del propuesto en las épocas de la Ilustración inglesa por Edmund Burke, es más, incluso renovado como parte del ambientalismo contemporáneo desde una perspectiva conservadora, no podemos sino celebrar el anuncio del gobierno colombiano de firmar el Acuerdo de Escazú y auspiciar su protocolización entre los países latinoamericanos y caribeños.

En efecto, siendo este un convenio por medio del que se pretende crear una plataforma que permita mejorar las garantías ecológicas, depurar los indicadores ecosistémicos del continente, amparar y extender los derechos en la materia y desarrollar la participación democrática sobre el medio ambiente, también está dirigido a proteger a los líderes ambientales, blanco inexorable de las amenazas, inclusive hasta el asesinato. De lo que por demás y según es bien conocido Colombia está lejos de escapar.

Todavía mejor, desde luego, que el acto se lleve a cabo en el marco de la conversación nacional inaugurada recientemente por parte del Gobierno, porque se va demostrando que es factible para el país llegar a acuerdos entre partes dispares, evitando el diálogo infértil, la cháchara estruendosa y la melancolía fatalista.      

En principio, pues, no sobra reiterar que Burke sostuvo, frente a la ideología de la Ilustración francesa -base de la democracia liberal -, que un pacto social armónico no puede darse simplemente sobre una suma de intereses inmediatos, dispersos y amorfos, al tenor de lo pregonado por Rousseau como mecanismo para encontrar el bienestar general. Según el criterio de Burke es, por el contrario, indispensable enfocarse al bien común, además con proyección en el tiempo.

En ese propósito, el verdadero contrato social, en vez de la exégesis inmediatista planteada en la concepción gala, se compone en Burke de un acuerdo tácito entre los muertos, los vivos y los por nacer; un pacto a desarrollarse permanentemente. No se trata entonces de una canalización inerte de la tradición, como algunos a través de la historia han querido desestimarlo y que, por ejemplo, lo hizo Eric Hobsbawn hace unas décadas en su aproximación neomarxista de la sociedad. No. Al contrario, la concepción filosófica burquiana consiste en el despliegue de un protocolo complejo entre las generaciones, con vocación futurista, en que no se descarta el acumulado histórico previo, pero sí se equilibran las condiciones con los requerimientos presentes y se exigen responsabilidades con el porvenir dentro de una lógica intergeneracional inapelable.

En ese sentido, es probable que no sea solo la tesis burquiana la que haya cobrado actualmente vigencia universal, sino también la noción alemana de la Ilustración acorde con la cual, aparte de oponerse a la violencia y el revolucionarismo francés, la única manifestación directa e inmediata de lo divino es la Naturaleza -y no el poder a través de las revelaciones humanas -, por lo que su amparo y perfeccionamiento es obligación primordial de la razón. No solo palpita esto en Kant o Goethe. También tiene una expresión superlativa, en Humboldt, quien además de dar los primeros pasos para descubrir el carácter sensible y holístico del medio ambiente, no ha tenido, punto y aparte, la debida celebración de su aniversario en Colombia, tan importante en sus periplos científicos. En suma, podría decirse, de las concepciones inglesa y alemana en mención, que en esos lazos secuenciales es que podría gestarse un todo conceptual de la Naturaleza y las relaciones humanas. Y que hoy se traducen casi como una religión implícita.

Asimismo, es del ejercicio del conservatismo dinámico, encarnado en el pacto social de Burke, que se han establecido definiciones tan cruciales como la del desarrollo sostenible, de acuerdo con la cual no es viable ni ético el progreso económico, con base en la explotación de los recursos naturales, si no se tienen de antemano en cuenta los requerimientos de las generaciones futuras. Las fuerzas motrices desencadenadas a partir de la revolución industrial, que comenzaron muy poco después de Burke, hace dos siglos, han llevado en la actualidad y en medio de la expansión del mercado a un desborde de la carga ambiental global, demostrada en la degradación ecosistémica de toda índole, la avalancha de residuos tóxicos y nada menos que en las incidencias sobre el régimen del clima, deteriorando, de hecho, en una escala temeraria hacia adelante, los factores químico-físicos del hábitat humano.

Dicho de otra manera, se está violando y en manera grave la fórmula social de Burke, que nosotros seguimos. La adopción, en Colombia, del primer código mundial de Recursos Naturales, luego la expedición de una Constitución de consenso, con énfasis ambiental, y más tarde la propuesta de incorporar los Objetivos de Desarrollo Sostenible en la agenda mundial, son parte de los compromisos de nuestro país con un modelo económico a la altura de las exigencias del futuro. Por eso, si se cree en los postulados de Burke, la firma del Acuerdo de Escazú es un paso en la dirección correcta. ¡Bienvenido sea!