En estos dos siglos de vida independiente y republicana, nuestra democracia nunca había enfrentado un mayor desafío. Nuestro periódico EL NUEVO SIGLO se hace eco ayer de la urgencia nacional por una cruzada pedagógica del gobierno a fin de que todos los colombianos, en todos los niveles y en todos los sectores puedan asimilar, entender y comprender los textos que contienen las 300 páginas del histórico acuerdo firmado en La Habana y en esto tiene toda la razón.
Estamos ciertos de que debemos dar un paso más allá: debemos tener todo un acto de fe, un voto de confianza en nuestra democracia y para ello tenemos que preparar nuestras mentes y nuestras voluntades para la aceptación de etas nuevas realidades.
La paz llegó y es necesario que todos hagamos nuestro mayor esfuerzo para que ella se quede entre nosotros. Es aquí donde, juiciosamente, los colombianos debemos reflexionar responsablemente sobre los innegables alcances, ventajas y bondades de estos nuevos escenarios. Creemos que nadie, absolutamente nadie, puede marginarse de esta urgente tarea, comenzando -desde luego- por el propio Gobierno, hacedor protagonista y garante de esa negociación.
El gran triunfador es el Presidente Juan Manuel Santos. Él lo sabe y está obligado moral y políticamente a obrar en consecuencia. Él es el gran constructor de este edificio de la paz. El más que nadie merece la gratitud y el reconocimiento. Pero también él, mejor que nadie debe saber que administrar la victoria y el éxito solo es propio de espíritus superiores. Es el momento de la gran política y no de la politiquería.
Así pues el mandatario y su gobierno están comprometidos con la historia y no puede desperdiciar esta oportunidad de oro para efectuar el cambio fundacional que el país viene reclamando. No es la hora para pasar cuentas de cobro ni pensar en nada distinto que un compromiso a fondo por ese tan nuevo país que sus publicistas tanto pregonan, dejando atrás los años aciagos y buscando completar su histórica tarea comprometiendo en los acuerdos a los focos subversivos aun en actividad.
Por ello vale, pues, un llamado a todos los dirigentes nacionales, pero muy especialmente a los estamentos militares, para no proyectar más allá de lo que es en realidad: un gran gesto de reconciliación nacional, sin vencedores ni vencidos. Lo que viene reclama no solo acciones sino palabras acordes con ese sentimiento de esperanza que hoy embarga a todos los colombianos.
En esa misma dirección una misión no menos importante será convencer a los incrédulos y a los que por ceguera o egoísmo no terminan por asimilar los nuevos tiempos, de que el tiempo de la paz ha llegado y no lo podemos dejar escapar. Aquí el papel de la oposición deberá dejar de ser egoísta y delirante. El expresidente Álvaro Uribe Vélez también tiene un compromiso con la historia y no lo puede desaprovechar. Si quiere seguir en la otra banda hágalo con dignidad y responsabilidad. Conviértase al menos en el gran fiscal del proceso y colabore así de manera decisiva en esa gran batalla por la paz.