ALBERTO ABELLO | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Abril de 2012

La política y el fuero militar

El Imperio Español consigue en poco tiempo la hazaña de conquistar el orden, sin lo cual se habría perdido el descubrimiento de Colón. Donde antes había feroces guerras tribales se  establecen reglas de juego para  el entendimiento entre las tribus  antagónicas. Fuera del esfuerzo militar,  la prédica religiosa con la doctrina del amor y el perdón logra lo que parecía imposible, la paz.
Los que estudian el entramado psicológico de la violencia en el siglo XIX con alguna profundidad, más allá del lugar común, aducen que tiene que ver con los largos siglos de sosiego interno colonial y, con pocas excepciones, con la relativa paz en las fronteras. ¿Cómo se explica esta afirmación?
Durante la colonia el Imperio Español tuvo enemigos externos, españoles y criollos se mantenían unidos para defender  los puertos y el territorio del asalto de piratas y corsarios europeos. En Cartagena, al lado del general y el almirante Don Blas de Lezo se destacan  valientes criollos que defienden la integridad territorial del Imperio; en Venezuela el soldado Carlos de Sucre, después Capitán General de Cuba,  levanta con fondos propios un fuerte para defender la costa oriental. Desde Cartagena la curtida marina real con súbditos españoles y criollos, defienden la Mosquitia y el Darién, de poderosas expediciones foráneas.

 

Hundida la Gran Colombia se divide en Estados débiles y artificiales, por lo general incapaces de defender las fronteras. Uno de tantos vergonzosos ejemplos es el de Cartagena durante la gobernación de José Hilario López, dado a participar en sangrientas guerras civiles, cuando el penoso incidente Barrot, se limita a pagar reparaciones a la vista de la flota de guerra francesa cuyos cañones apuntan a la ciudad al mando del barón MacKau, hasta restituir al cónsul francés.
Al fallecer el Libertador Simón Bolívar, sus sucesores recortan los fondos militares y se venden los barcos de la flota en gestación con el Mariscal Sucre, para liberar Puerto Rico y Cuba. Se puede decir que de no ser por la doctrina Monroe, gran parte de los Estados hispanoamericanos por su crónica debilidad habrían sido invadidos al estilo del colonialismo tardío europeo en África.
La alta política aspira a conseguir la paz, objetivo implícito en nuestras constituciones, que establece la relación de poder. En el siglo XIX, por tener un Estado débil, el conflicto armado nos desangra y arruina. Se requirió de la pavorosa Guerra de los Mil Días, del despojo de Panamá, para que el general Rafael Reyes  pudiese en el siglo XX, organizar un ejército profesional, garante  de la paz interior y  la defensa de las fronteras durante el conflicto con el Perú; hasta mediados de siglo, cuando se arman las guerrillas contra el gobierno  conservador y que, con el Frente Nacional, cubanizadas, emigran a las Farc.
Desde los lejanos días del general Reyes, no recibían las Fuerzas Amadas un respaldo histórico como el que  en el Congreso manifestó el Partido Conservador en favor del Fuero Militar. Sin tropas armadas y disciplinadas el orden se desquicia. La política y las armas deben garantizar la paz.