Viernes, 14 de Octubre de 2011
Palabra y realidad virtual
“Una noche fantástica en compañía de mi esposa y mis hijos”. Este es el “status” de un perfil de uno de los más de 500 millones de miembros de una famosa red social. Allí, dentro de las muchas actividades que se sugieren, está decir públicamente lo se piensa. De hecho, la frase explicita “What´s on your mind?” invita a los miembros a escribir sus reflexiones y pensamientos de acuerdo con la actividad que estén realizando en el instante. La frase que encabeza esta columna pone en evidencia lo extraño y complejo que puede llegar a ser el mundo de las redes sociales y los medios virtuales. En el mundo real, ¿qué tan fantástica puede llegar a ser una situación en la cual la atención está divida entre lo que se está haciendo y el esfuerzo de hacérselo saber al mundo entero?
Los acompañantes del personaje en cuestión contaban en ese instante, no sólo con la presencia a medias de su padre y esposo sino con la molesta intervención de algún dispositivo electrónico responsable de la semi-ausencia del ser querido. ¿Fantástica? Si nos ceñimos al significado de la palabra (Del lat. Phantastĭcus. Quimérico, fingido, que no tiene realidad y consiste sólo en la imaginación) no puede haber adjetivo que la describa mejor.
Esta, como muchas otras situaciones similares, pone en evidencia la reconfiguración de las relaciones sociales de la cual las generaciones actuales somos testigos y actores (por no decir víctimas). Si bien es cierto que las redes sociales y los dispositivos electrónicos (BB, IPhone, IPad, etc.) han representado un canal de acceso a la información bastante apropiado para la velocidad de la vida moderna, también es verdad que exigen, por parte del ser humano, una nueva manera de establecer relación con los demás. Nunca en la historia, la comunicación escrita había constituido un canal de transmisión de información inmediata e informal. Los textos escritos siempre merecían por lo menos un instante de más, para su relectura, antes de llegar a su destinatario. Incluso la carta, como medio de comunicación familiar y amistosa, requería en su composición un momento largo de reflexión que permitiera el nacimiento de un mensaje fecundo. La tarea exigía detenerse y pensar en lo que quedaría plasmado en el papel. Había oportunidad de escoger el tono, de explorar el estado anímico que se quería transmitir para escoger una a una las palabras que lo reflejaran de la manera más fiel.
Los medios virtuales exigen, por el contrario, una velocidad que no da tregua. Antes, conocer a alguien suponía un primer encuentro, la espera de días, e incluso meses, antes de volverse a ver y el tiempo para decantar lo sucedido. Ahora, los adolescentes, por ejemplo, se conocen en la noche del sábado y para el lunes por la mañana ya saben todo el uno del otro y además han discutido previamente lo que sucederá si se vuelven a ver. El chat es el nuevo lugar de relación. Pero es un lugar que no tiene tono, expresión ni timbre de voz. Además de los “emoticones”, son pocos o nulos los recursos de expresión que ofrece. La palabra está sola y desprovista de la reflexión y el tiempo que supone su madurez.